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Crisis energética: ¡Oportunidad para un cambio!

Keystone

El consumo energético de Chile depende en un 70% de las importaciones, condición que la hace vulnerable a los vaivenes económicos y políticos mundiales.

A diferencia de Suiza, el país trasandino posee un enorme potencial hidráulico en el sur del país, pero las perspectivas de su uso no están sólo ligadas a los costos financieros sino, ante todo, medioambientales.

Hasta la mitad de los años ´90 el suministro eléctrico en Chile dependía en un 57% de centrales hidroeléctricas; un 28% de las centrales funcionaban con carbón, un 13% con diesel y no había ninguna a gas natural.

Debido a períodos de sequía desde los años ´80, el país pasó por situaciones de estrechez con el colapso del suministro y también racionamiento de electricidad.

Centrales a gas natural a más bajo costo y más rápida construcción parecían ser una alternativa para satisfacer la creciente demanda, sin considerar las emisiones de CO2. Suministraban hasta el 2006 el 35,4% de energía. Sin embargo, a partir de 2004 empezó a fallar el suministro de gas desde la Argentina para hacer crisis este invierno.

Las centrales e industrias se vieron obligados a reconvertirse al diesel y carbón, más caros y contaminantes, mientras se instaba a los hogares al ahorro y a la gran minería del cobre – el mayor consumidor de energía – de construir centrales propias.

Podría resolverse, pero…

Contrariamente a Suiza, Chile posee todavía un potencial hidráulico enorme en el sur. Pero junto con altos costos de construcción de embalses y transporte de la energía, tienen un impacto ambiental y encuentran la férrea oposición de ecologistas a cuyo juicio harán desaparecer uno de los pocos paisajes vírgenes que quedan en Chile y el planeta.

Ellos no abogan por el retorno a la luz de las velas, sino por centrales pequeñas para el abastecimiento local y, sobre todo por el uso de energías renovables no convencionales (ERNC): la energía eólica, solar y geotérmica.

Excepto el reciclaje de desechos industriales y de los hogares descartan el uso masivo de biocombustibles que contempla el Gobierno. El impacto negativo de su producción en el medioambiente y los precios alimenticios (remolacha, trigo, maíz) es mayor que su beneficio.

Y a diferencia de Suiza, Chile tiene condiciones favorables para la instalación de parques eólicos y fotovoltaicos. Sin embargo, existe un solo parque eólico en el extremo sur y otro está por instalarse en el norte.

Lo mismo ocurre con la energía solar que ocupan algunos colegios, más bien con un efecto educativo, y muy pocos edificios y casas. Sirve para calentar agua y para calefacción, pero no para el suministro eléctrico. En el campo existen proyectos de «ollas solares» que dan testimonio más bien de la brecha socio-económica sin posible uso en las ciudades.

Tanto la falta de conciencia como el costo de instalación prohíben todavía el uso masivo de las ERNC, además de cambiar una dependencia por otra: la de la importación de tecnologías, salvo que se crean incentivos para su desarrollo local, apropiadas a las necesidades del país.

Ejemplos, aún pocos, a seguir

Salvo en Islandia, donde las energías renovables son de uso masivo, y otro ejemplo en Costa Rica, ni aquí ni allá se conoce la energía geotérmica, la fuente energética más inagotable de la tierra. Faltan investigaciones científicas y las tecnologías, ambos de alto costo.

Si no se toman en cuenta los efectos negativos que tienen las energías no renovables, cuesta que el hombre de la calle relacione su consumo energético con la emisión de gases de invernadero, huracanes, inundaciones o sequías en un país lejano.

En el año 2005 el Ministerio de Economía empezó a ejecutar el programa «País de Eficiencia Energética» que contempla medidas que Suiza ya aplica desde hace muchos años, entre ellas reducir el consumo energético mediante cambios culturales, el etiquetado de eficiencia de artefactos domésticos, acuerdos de producción limpia e incentivos para invertir en edificios ecológicos, etc.

Lo más notorio de este programa para el hombre de la calle son los anuncios televisivos y que los mundialmente famosos Moai de Isla de Pascua, antes de noche en la oscuridad, ahora están iluminados por ampolletas de ahorro regaladas por una empresa.

Un lector escribió a un diario: «Al parecer los únicos que debemos ahorrar energía somos nosotros: los pobres…Quizás estoy juzgando erróneamente a nuestros nobles empresarios porque tal vez utilizan energías alternativas para mantener la publicidad de sus empresas en la vía pública…». Cabe señalar que el Gobierno va a subsidiar a más de 1 millón de familias por el aumento de las cuentas de luz de un 20% en sólo un año.

Lo nuclear está todavía lejos

No se considera actualmente la construcción de centrales nucleares. La controversia por sus riesgos es tan acalorada como en otras partes. Además, Chile es el país más sísmico del mundo.

La crisis de suministro energético que aquí se vislumbra a partir de 2010, se presentará en Suiza a más tardar en el año 2020, cuando termine la vida útil de las centrales nucleares y expire un contrato de suministro con Francia. Entonces faltará el 50% del suministro.

Suiza tiene a la vez casi explotado sus fuentes hidroeléctricas y no dispone de condiciones favorables para la generación masiva de ERNC. El poco auspicioso futuro energético habrá que compensar con más eficiencia y ahorro, la construcción de centrales a gas natural (la propuesta del Gobierno) y la instalación de parques eólicos y fotovoltaicos en países vecinos con condiciones más favorables, pero que sufrirán la misma estrechez.

A Chile y Suiza, a cada uno en su nivel de desarrollo, hace falta sacar provecho de un problema, transformándolo en oportunidad y apostar por la innovación tecnológica para el uso masivo de ERNC en vez de seguir llenando los hogares con cada vez más aparatos eléctricos y electrónicos.

En resumen, hacer lo que las grandes empresas petroleras empezaron a hacer hace mucho tiempo para mantener sus negocios en un futuro sin petróleo.

Regula Ochsenbein, Santiago de Chile.

Regula Ochsenbein nació en Lucerna el 15 de marzo de 1949. Cursó sus estudios primario y secundario en Basilea y Berna, donde obtuvo su ‘Matura’ (bachillerato), en 1968.

En aquel año de efervescencia estudiantil en Europa comenzó la carrera de Sociología y la terminó en 1977 graduándose de licenciada en Historia Moderna y Sociología de los países en desarrollo y derecho público.

Durante sus estudios participó en intercambios estudiantiles (Checoslovaquia); trabajó de voluntaria en un pueblito de Grecia y en un Kibutz de Israel.

Su vida profesional la llevó, tras un curso de preparación, al servicio diplomático, ámbito en el que permaneció desde 1978 hasta 1985. En ese año decidió abandonar la carrera y quedarse en Chile tras haber ocupado funciones en Portugal, Santiago de Chile y Londres.

Actualmente combina en Chile sus actividades de socióloga con las de artesanía en madera.

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