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Frans Timmermans: el europeísta neerlandés que no logró reconquistar su país

Imane Rachidi

La Haya, 30 oct (EFE).- El neerlandés Frans Timmermans, con su renuncia, cierra el último capítulo de una carrera política de casi medio siglo que lo llevó desde la diplomacia europea hasta el liderazgo de una izquierda de los Países Bajos que no logró resucitar.

Con su salida, se despide una de las figuras más reconocibles de la política neerlandesa, un hombre formado en los pasillos de Bruselas que nunca consiguió reconquistar su propio país.

Ante una sala cargada de emociones y decepción, el veterano político anunció anoche que dimitía como líder del bloque de ecologistas y socialdemócratas GL-PvdA tras el desplome en las elecciones legislativas. Perdió cinco de sus 25 escaños y, con ellos, su última oportunidad de alcanzar el cargo que persiguió durante años: primer ministro de Países Bajos.

“Por la razón que sea, no he logrado persuadir a la gente. Asumo toda la responsabilidad”, declaró con voz quebrada y “dolor en el corazón”. Anunció que da paso “a una nueva generación”, confiado en que el bloque progresista logrará, algún día, escalar al poder en un país que dio ayer 42 escaños a partidos de ultraderecha, 52 a la derecha moderada y 56 a formaciones más de izquierdas.

De Bruselas a la desilusión en La Haya

Timmermans, de 64 años, encarnó durante décadas la aspiración de una izquierda moderna, europeísta y culta. Como vicepresidente de la Comisión Europea, fue una de las caras del Pacto Verde, una figura respetada en el exterior y escuchada en todas las capitales del continente. Su regreso a Países Bajos en 2023, tras abandonar esa posición en Bruselas, se interpretó como un sacrificio personal: el intento de rescatar a la izquierda.

La fusión entre el Partido del Trabajo (PvdA) y los ecologistas GroenLinks debía ser su obra maestra: con él al frente, la alianza debía devolver el poder a los progresistas después de una década dominada por los liberales y populistas, pero su prestigio europeo se transformó en un lastre en un país más escéptico, más polarizado y menos dispuesto a escuchar discursos intelectuales.

Timmermans descubrió pronto que su tono y su experiencia eran percibidos como distantes, y lo que en Bruselas se consideraba liderazgo, en La Haya sonaba a superioridad moral. Las encuestas lo mostraron estas semanas como uno de los líderes menos populares incluso entre sus simpatizantes.

Desde su regreso, intentó reinventarse: bajó radicalmente de peso tras una operación, moderó su estilo en los debates y se presentó como un político más cercano y volcado en temas sociales como la vivienda y la sanidad, pero la ola derechista no se detuvo. Sus apelaciones a la “solidaridad” y a un “país compasivo” quedaron sepultadas por el discurso antiinmigración de Wilders y el optimismo centrista del joven Rob Jetten (D66).

La derrota confirmó lo que él mismo había empezado a intuir: que su tiempo político había terminado. “Cierro la puerta sabiendo que la fusión es un hecho, pero que la otra meta, la de gobernar, no se ha cumplido”, dijo anoche antes de bajar del escenario.

El legado de un europeo

Timmermans nació en Maastricht en 1961, en una familia católica de clase media del Limburgo neerlandés, entre Bélgica y Alemania, con fuerte identidad europea. Hijo de un diplomático y nieto de mineros, creció entre varios idiomas y culturas, algo que marcaría su estilo político. Estudió Lenguas Modernas en la Universidad Radboud de Nimega y completó estudios de Derecho Europeo en Nancy, Francia.

Antes de dedicarse a la política, trabajó en la diplomacia neerlandesa, incluyendo una etapa en la embajada en Moscú, e ingresó en el PvdA a principios de los noventa, siendo elegido en 1998 diputado socialdemócrata.

Casado y padre de cuatro hijos, mantuvo siempre un perfil familiar discreto. Admirador de la literatura y la historia europea, se definía a sí mismo como un socialdemócrata para quien la política no es cuestión de “dogmas, sino de decencia”.

Para la generación más joven de su partido, Timmermans deja una herencia mixta: la estructura unificada de GL-PvdA, pero también el peso de dos fracasos electorales consecutivos. Su nombre quedará ligado al intento más serio de unir a la izquierda neerlandesa en décadas y a la constatación de que ni la experiencia ni el carisma internacional bastan para revertir la tendencia hacia la derecha.

El hombre que negoció con jefes de Estado y que hablaba con la soltura de un profesor, se retira con dignidad, pero sin victoria. “Habrá mejores tiempos”, dijo en su despedida, como si se lo dijera más a sí mismo que a su público. EFE

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