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Furia en Sudáfrica contra las promesas postapartheid incumplidas

Una residente del asentamiento de Holpefield, durante una protesta en el cercano suburbio de Ennerdale, al sur de Johannesburgo (Sudáfrica), el 9 de abril de 2016, a propósito de las elecciones municipales afp_tickers

A primera vista, Ennerdale parece un suburbio modesto pero decente de casas de ladrillo de color ocre o rojo en las afueras de Soweto, al suroeste de Johannesburgo. Puertas adentro, llama la atención la miseria, que ha derivado en protestas.

Los muebles escasean, al igual que el agua y la electricidad, y la basura se amontona sin que nadie la recoja. En un cuarto viven a veces más de diez personas.

Los 17.000 habitantes no aguantan más. Al comienzo de mayo dieron rienda suelta a su ira en la calle. La quema de neumáticos, los enfrentamientos con la policía y los saqueos a los comercios se sucedieron en Ennerdale y se propagaron a otros barrios pobres de la ciudad más grande de Sudáfrica.

En el país, estas espirales de violencia urbana, llamadas ‘disturbios por la mejora de los servicios públicos’, son diarias, o casi. Reflejan los fracasos de la ‘nación arcoíris’ un cuarto de siglo después de la caída del apartheid.

Celine Brown nació hace 21 años en una casa de Ennerdale, con cancela de hierro, un pedazo de tierra y un cuarto sombrío con suelo de cemento en el que hace frío. En la parte trasera, una cabaña de madera.

«Mire dónde vivimos», describe la joven. «Diez aquí y nueve en la cabaña construida detrás del patio. Todos de la misma familia».

– «Inhumano» –

Padre, madre, hermano, hija, nietos o primos, tres generaciones viven hacinados en la propiedad, sin agua potable ni luz. Y sin empleo.

«Hemos intentado pedir una vivienda social. Llevamos tres años esperando», lamenta Celine Brown. «Quizá no nos escuchan, quizá no entienden nuestra situación porque sus vidas son mejores».

A unas calles de allí, el panorama se repite. «Como puede ver, no hay inodoro. Nos sentamos sobre el cubo que hay en el interior y lo vaciamos allí», protesta Valerie Mabimbeli, de 64 años, mostrando el vertedero que hace las veces de jardín. «¡Queremos casas de verdad!».

«No podemos vivir 30 años sin váter, sin agua, sin electricidad (…) Es injusto e inhumano», añade Marge Cass. «Si no hay trabajo, si no hay vivienda, nuestros hijos no se levantarán diciendo: ‘Quiero encontrar un trabajo’ o ‘quiero ir al colegio'», argumenta la portavoz de los residentes de Ennerdale, «es la puerta abierta a la criminalidad».

Con un índice de desempleo de más del 25% y un crecimiento alicaído, la falta de viviendas decentes es uno de los síntomas del mal que corroe la economía sudafricana desde la crisis financiera de 2008.

En Ennerdale no se construyen casas nuevas desde hace 30 años. El Congreso Nacional Africano (ANC), partido en el poder desde 1994, ha hecho progresos espectaculares en materia de infraestructuras, pero el reciente declive económico ha borrado parte de ellos.

– «Bomba de relojería» –

Hoy, el 13% de los 55 millones de sudafricanos viven en casas miserables, confirman las estadísticas.

El vicepresidente, Cyril Ramaphosa, ha reconocido la problemática. «Aunque Sudáfrica sea más próspera (…)», dijo, «no hemos creado suficiente riqueza y empleo para acabar con la pobreza y el desempleo».

El Gobierno prometió ayuda. «No somos insensibles a vuestros problemas», declaró la ministra de Vivienda, Lindiwe Sisulu.

Los habitantes de estas barriadas, a menudo mestizos, lo ponen en duda y acusan al Gobierno de discriminación.

«En estos barrios hay más droga y criminalidad porque económicamente el Gobierno no los ha ayudado tanto como a los barrios negros», lamenta Jerome Lottering, uno de los líderes de la revuelta del distrito Eldorado Park.

«Estamos sentados sobre una bomba de relojería», amenaza, y «si no se hace nada rápidamente (…), este país va a estallar».

Gabriela Mackay, experta del Centro de Análisis del Riesgo (CRA), estima que «no es un problema de raza» sino que «la gente cree que su voto no cuenta y entonces se echa a la calle, quema y destruye para que la escuchen».

Frente a la decrépita casa de su hermana, Marge Cass no espera nada de las elecciones generales de 2019. Independientemente del resultado, está convencida de que estallarán otros disturbios. «Somos ciudadanos de aquí, votamos aquí, pero nada cambia (…) ¿Qué otra cosa podemos hacer?».

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