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Hace 10 años murió Friedrich Dürrenmatt

Friedrich Dürrenmatt pronunciando el célebre discurso de 1990. Keystone

Considerado como uno de los mayores escritores de lengua alemana del siglo XX, el dramaturgo suizo, originario del cantón de Berna, llevó a las letras universales la acidez de su humor y el gusto por las paradojas.

Si alguien representa una literatura suiza en la novela y, sobre todo, en el teatro de la última mitad del siglo XX es Friedrich Dürrenmatt, fallecido hace una década, a los 69 años de edad.

No debe olvidarse que en Suiza no hay una única literatura, sino varias literaturas: en alemán, francés, italiano y romanche, expresiones de la diversidad cultural del país.

Hijo de un pastor protestante, nacido en 1921 en Konolfingen, pequeño pueblo de las cercanías de Berna, Dürrenmatt estudió Filosofía y Literatura alemanas.

Por su constante confrontación con los valores dominantes en la sociedad suiza de su tiempo, consiguió dar a su obra la causticidad que la hizo célebre en todo el mundo.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, la aparición de directores y actores de teatro, sobrevivientes del nazismo, reveló al mundo de lengua alemana la importancia de dramaturgos suizos como Dürrenmatt y Max Frisch que nada tuvieron que ver con el régimen nazi y cuya obra estaba abierta a la crítica.

Con ellos, Zúrich y su teatro – el Schauspielhaus – se transformaron en prestigiosos escenarios del arte dramático, en alemán.

Para Dürrenmatt el hecho de que Suiza se hubiera librado de la tragedia de la guerra fue una catástrofe. Mostrar dentro de su país el horror que Suiza había evitado en el exterior fue una de las ideas que nutrió su obra.

En los años cincuenta, Dürrenmatt y Frisch llenaron el vacío que había dejado la guerra en la literatura teatral alemana.

“La visita de la vieja Dama”, de 1955, es una de las obras más conocidas del autor. Llevada al cine y representada en teatros de Europa, Norte y Sudamérica, consolidó la fama del escritor ya conocido por obras en prosa como “La ciudad”, “El túnel” y sus dos primeras novelas policíacas: “El juez y su verdugo” y “La sospecha”.

“No me sitúo ni en la izquierda ni en la derecha, sino al través”, decía Dürrenmatt con el tono irónico y perentorio de quien cree más en las paradojas que en las fórmulas de salvación.

El 22 de noviembre de 1990, pocas semanas antes de su muerte, Friedrich Dürrenmatt pronunció en Zúrich un discurso que se considera como un testamento y un ejemplo de la naturaleza de sus reflexiones.

Bajo el título: “Suiza, una prisión”, el dramaturgo rendía homenaje a Vaclav Havel, entonces presidente de la República Checa. Según Dürrenmatt, Suiza es una prisión que sus habitantes construyeron para refugiarse, porque sólo dentro de ella se sienten seguros.

Aquella intervención ocasionó la partida de algunos prestigiosos invitados a la solemne ceremonia y las risas y aplausos de otros. Para el escritor, el nudo del problema era demostrar la ambigüedad de Suiza como prisión y a la vez como refugio de la libertad.

Jaime Ortega

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