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Hannah Arendt, la pensadora de la banalidad del mal, de actualidad a 50 años de su muerte

Rodrigo Zuleta

Berlín, 4 dic (EFE).- Los cincuenta años de la muerte de la ensayista Hannah Arendt, que se cumplen este jueves, ha desatado en Alemania una ola de publicaciones que la recuerdan como una analista política incisiva y polémica, con visiones que, a ratos, parecen estar hablando de los problemas del presente.

Su condición de emigrante, tras huir de Alemania en 1933, la hizo sensible al tema de la situación de las personas sin patria para las que reclamaba «el derecho a tener derechos».

‘Hannah Arendt y los peligros del presente’ es el titulo de un documental de la televisión pública alemana que mezcla citas de ella con imágenes de refugiados en el Mediterráneo y con referencia a movimientos autoritarios actuales.

Contra la obediencia ciega

«Nadie tiene derecho a obedecer, según Kant», dijo Arendt en una entrevista radiofónica en 1964 en medio de los debates que había suscitado su libro ‘Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal’.

Se trata probablemente de su frase más famosa aunque suele citarse prescindiendo de la referencia a Kant que es clave para entender el contexto.

El propio Eichmann -uno de los arquitectos de lo que podría llamarse la logística del Holocausto- había dicho en su defensa en el juicio que se le siguió en Jerusalén que él sólo había hecho lo que, según las leyes del momento, era su deber y había invocado el imperativo categórico kantiano.

Eichmann -según Hannah Arendt- no había entendido o no había querido entender el imperativo categórico kantiano pese a que aseguraba haber leído la ‘Crítica de la razón práctica’.

Kant consideraba que la obediencia ciega debía ser reemplazada por la razón y que sólo se debían seguir aquellas máximas que hicieran que las conducta del individuo que las siguiera pudiera ser modelo de comportamiento universal.

Eichmann, en cambio según Arendt, se guiaba por una tergiversación del imperativo categórico que decía «obra de manera que si el Führer conociera tu conducta la aprobase» renunciando así a su propia consciencia y al uso de razón.

De la filosofía a la teoría política

Aunque Arendt suele ser recordada ante todo por su libro sobre Eichmann -publicado en 1963 y concebido originalmente como una serie de reportajes para la revista ‘The New Yorker’ -y por sus trabajos de teoría política como ‘Los orígenes del totalitarismo’, los comienzos de su pensamiento están en la tradición filosófica alemana.

Arendt pertenecía al círculo de discípulos de Martin Heidegger que en los años 20 se había convertido, incluso antes de la publicación de su obra más importante -‘Ser y tiempo’- en una especie de estrella en el mundo de la filosofía.

La relación de Arendt con Heidegger -en 1982 se supo que además de su vínculo intelectual habían sido amantes- es un aspecto de su biografía que suele explotarse por las contradicciones que implica una historia de amor entre un profesor nazi y una estudiante judía.

Heidegger ingresó al partido nazi en 1933, el mismo año en el que Arendt, tras haber estado detenida por la Gestapo por su colaboración con un grupo de resistencia sionista, huyó de Alemania.

Una metáfora que se ha utilizado en varias publicaciones a propósito del cincuentenario -la usa Willi Winkler en su biografía y también Moritz Rudolf en un artículo para la revista ‘Philosophie Magazin’- es que Hannah Arendt bajó de la montaña de la abstracción filosófica para entregarse a las convulsiones de su tiempo.

La consagración en exilio

Arendt llega a EE.UU. en 1941 y diez años después publica ‘Los orígenes del totalitarismo’, con análisis del fascismo, el nazismo y el stalinismo.

Después vendrían ‘La condición humana’ (1960) y ‘Eichmann en Jerusalén’, libro por el que le lloverían críticas.

Se le acusaba de haber minimizado la responsabilidad de Eichmann en el Holocausto y además no se le perdonaba que hubiera señalado que las organización judías habían sido demasiado dóciles ante la presión nazi, lo que había facilitado las deportaciones.

Algunos amigos judíos interrumpieron toda relación con ella. El hebraísta Gershom Scholem la acusó de falta de amor al pueblo judío, a lo que ella respondió que no amaba a ningún pueblo sino sólo a sus amigos.

Años más tarde, en medio de la Guerra de los Seis Días, el libro fue leído de otra manera en Israel. «¿Tenemos que esperar a que Hannah Arendt escriba otra vez artículos quejándose de nuestra incapacidad de defendernos?», dijo el primer ministro israelí de la época, Levi Eshkol, invocando el derecho a la defensa de Israel, que es citado por Winkler en su biografía.

El 4 de diciembre de 1975 Arendt murió de un infarto. Dos años antes, en un congreso en su honor, había dicho que todo lo que había escrito era provisorio y que no sabía si era de izquierda o de derecha pues cultivaba el pensamiento sin barandas.EFE

rz/cae/alf

(foto) y (Recursos de archivo en www.lafototeca.com cód 12422734 y otros)

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