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Mattia Zurbriggen, la historia del suizo que fumó un puro en la montaña más alta de América

Foto blanco y negro de un hombre sentado fumando
KEYSTONE

Nacido en Saas-Fee, cantón de Valais, el alpinista suizo vivió la mayor parte de su vida en Macugnaga, Italia, donde se convirtió en uno de los guías de montaña más célebres del mundo gracias a sus hazañas en los Alpes y en los picos más altos del planeta. 

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Era el 21 de julio de 1917 en Ginebra cuando en el sótano de un hotel fue encontrado el cuerpo sin vida de lo que parecía ser un vagabundo. El hombre se había ahorcado sin dejar nota alguna. Estaba sucio y hedía a alcohol.

“Un pobre infeliz”, se podría decir. Tal vez. Pero ese vagabundo de 61 años era Mattia Zurbriggen (Matthias de nacimiento), un hombre al que hoy se le dedica un paso en el Monte Rosa, una cresta en el Monte Cook en Nueva Zelanda y una punta del Aconcagua en Argentina. Porque entre finales del siglo XIX y principios del nuevo siglo, ese hombre fue el guía de montaña más famoso, más destacado y más solicitado de Europa (y del mundo).

De Suiza a Italia en los hombros de su padre

Mattia – Mathis para los amigos- nació en 1856 en Saas-Fee, Suiza, que entonces era un pueblo pobre en la frontera que pronto se convertiría en Italia. Actualmente, Saas-Fee es uno de los destinos turísticos suizos más buscados por su estación de esquí [se lo conoce como “la perla de los Alpes” NdeR].

Cuando el pequeño Mattia tenía solo dos años, su padre decidió mudarse al otro lado de la frontera, a Macugnaga (entonces en el Reino de Cerdeña), para huir de la pobreza. Él mismo, una vez crecido, contó que su padre cruzó la frontera a pie cargándolo en sus hombros hasta llegar a Macugnaga, donde esperaba encontrar trabajo en las minas.

Fue tristemente en una mina donde su padre encontró la muerte cuando él tenía apenas cinco años. Y así, tres años después, comenzó la carrera laboral del pequeño Zurbriggen: primero en Macugnaga como pastor en las montañas, luego -retomando el mismo camino que unos años antes había recorrido sobre los hombros de su progenitor- en Suiza, donde desempeñó un sinfín de oficios: mozo de cuadra, herrero, minero, obrero textil y cochero.

A la edad de 25 años decidió regresar a Macugnaga, donde su madre se había vuelto a casar y había formado una nueva familia. Aquí decidió echar raíces y abrir una pequeña herrería. En resumen, hasta la edad adulta, las montañas habían permanecido en un segundo plano para Mattia. Sin embargo, era profundamente un hombre de montaña: las conocía, las vivía y se sentía a gusto en ellas. Mucho más que los muchos alpinistas que por aquellos años se aventuraban a escalar las cumbres que para él eran su hogar: el Monte Rosa. Así fue que, unos años más tarde, decidió cambiar de profesión: en 1884 acompañó a un alpinista suizo de Macugnaga a Zermatt. Ese fue su primer trabajo como guía de montaña.

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De los Alpes a los Andes

El de los glaciares del Monte Rosa fue el primero de una larga serie de encargos. En poco tiempo, de hecho, Mattia Zurbriggen se convirtió en uno de los guías de montaña más solicitados por los alpinistas. Y no por su carácter. ¡Al contrario! Quienes lo conocieron no hablaron muy bien de él: gruñón, pendenciero, agresivo y poco inclinado a los deberes familiares.

Lo que lo convirtió quizá en la primera celebridad internacional del alpinismo fueron sus hazañas. Al principio concentró sus actividades en el Monte Rosa (Alpes Peninos, en Italia y Suiza) y luego se expandió por los Alpes occidentales. En 1892, sin embargo, le llegó la oportunidad de su vida, la que le convirtió en un hito del alpinismo mundial. Ese año fue contratado por el inglés Martin Conway para explorar el Caracorum, una cadena montañosa al oeste del Himalaya, prácticamente desconocida en ese momento.

El glaciólogo Giovanni Baccolo escribe en “Lo Scarpone“, el portal del Club Alpino Italiano: “En seis meses, la expedición exploró el sistema glaciar Biafo-Hispar (Pakistán), el más largo del planeta si no consideramos las regiones polares. Alcanzaron las laderas del K2 (Caracorum) y escalaron varias cumbres vírgenes. La más alta fue la Pioneer Peak (Alaska), 6890 metros sobre el nivel del mar, que entregó a los exploradores el récord de la altitud más alta jamás alcanzada. En la cumbre, montañeros y porteadores se desplomaron por agotamiento y falta de oxígeno. No Zurbriggen, que con lágrimas en los ojos de alegría pensó mejor en “fumarse un puro”.

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Los elogios de los colegas y la historia del hombre que había fumado un cigarro en el punto más alto jamás alcanzado por un ser humano fueron una publicidad extraordinaria para Zurbriggen, quien se vio inundado de solicitudes de colaboración.

Durante estos años protagonizó una serie de hazañas en Nueva Zelanda y en el remoto Tien Shan en Asia Central. Pero la cumbre que lo hizo más famoso fue la del Aconcagua, la más alta de los Andes y de Sudamérica.

Era el 14 de enero de 1897 y una expedición de decenas de hombres se encontraba a pocos cientos de metros de la cumbre. Con cada paso, alguien cedía exhausto por la fatiga o el mal de altura. A cada paso el grupo se hacía más pequeño hasta que quedó uno solo: Mattia Zurbriggen, quien a las cinco de la tarde tocó el punto más alto del continente sudamericano. De ese momento escribió: “Podía ver a toda Sudamérica extendiéndose debajo de mí, con sus mares, montañas y llanuras, salpicadas de pueblos y ciudades que parecían motas”.

En esos años Zurbriggen logró alcanzar cumbres inexploradas en todos los continentes. Pero entre todos los lugares del mundo, había uno que hasta ese momento se consideraba generalmente inalcanzable y cuya escalada fallida representó durante años un tormento para el alpinista. Él mismo escribió: “Todavía hay una gran ascensión que planeo completar. Me gustaría escalar el Everest. Cada gran montaña tiene un buen camino, y estoy seguro de que hay uno también para subir el Monte Everest, el más grande de todos”.

Los últimos años entre el alcoholismo y la soledad

Palabras que el alpinista Walser escribió en un libro con sus memorias [la comunidad walser es un grupo étnico que históricamente ha habitado regiones alpinas de Europa NdeR]. Mattia Zurbriggen, de hecho, fue el primer guía en dejar constancia escrita de sus hazañas al publicar en 1899 el libro “De los Alpes a los Andes – Memorias de un guía alpino”.

El montañista contó que decidió poner por escrito sus pensamientos, recuerdos y hazañas por dos motivos: para dar a conocer a los lectores las bellezas de la montaña y ofrecer a quienes no habían tenido la misma suerte que él la posibilidad de conocer zonas extraordinarias de nuestro planeta sin tener que viajar. Seguramente, al escribir sobre sus hazañas, también había una voluntad de contar su vida de una forma distinta a como lo habrían hecho quienes le conocieron.

En los últimos años de su vida, lo que antes se consideraban sólo defectos de carácter empezaron a convertirse en un verdadero problema. Defectos exacerbados por el alcoholismo que comenzó a atormentarlo a principios del siglo XX.

En Macugnaga, quienes lo encontraban cambiaban de camino para evitarlo porque estaban seguros de que el alpinista encontraría cualquier excusa para pelear. En la familia se mostraba ausente. Y cuando estaba, era violento. Llegó un momento en que dejó a su mujer y a sus hijos y se marchó de Macugnaga.

Durante mucho tiempo no se supo nada de él. Vivió los últimos años de su vida en soledad. Hasta aquel 21 de julio de 1917 en que fue descubierto muerto en un hotel de Ginebra.

Texto adaptado del italiano por Norma Domínguez / Carla Wolff

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