
Una aldea de cien valles se reinventa

Rasa es un enigma; un pueblo del sur de los Alpes suizos donde el tiempo no se ha movido, pero nada es como parece.
El viaje a Rasa comienza en la región que tiene uno de los más encantadores nombres: el Centovalli, valle «de los cien valles».
Bajamos del tren en Verdusio, estación no tripulada, para la última etapa del viaje. Durante siete minutos un alto cable nos transporta en una diminuta góndola. El cable de apoyo es lo único que une a Rasa con el mundo exterior.
Puede afirmarse que esta es la metáfora perfecta para un pueblo cuya supervivencia durante muchos años ha pendido de un hilo.
Poco después de la llegada somos recibidos por el director del campamento donde pasaremos las siguientes dos noches.
«Me llaman Lupo que en italiano significa Lobo, pero mi nombre es Wolfgang. En este caso es el nombre de un pastor en la ropa de un lobo, a cargo del rebaño de Campo Rasa, un campamento de retiro cristiano.
Canto y rezo
Los protestantes se trasladaron allí cuando la población de Rasa, católicos, de lengua italiana, abandonaron el lugar, con excepción de una familia. Fue durante los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando la propiedad se podía tener por un canto y una plegaria.
Conociendo nuestro propósito, «Lupo» decide rápidamente llevarnos afuera para tomar fotos y filmar el pintoresco valle antes de que caiga la noche.
Tomamos las fotos cuando el sol se pone sobre la orgullosa torre de la iglesia católica que domina el conjunto de casas de piedra dispersas a lo largo del cerro, en una aldea que ha sido «salvada» por protestantes evangelistas.
En los años sesenta, el movimiento cristiano Grupos Bíblicos Unidos (UBG), dirigido por suizos-alemanes, buscaba un lugar para establecer un centro de retiro, lejos del alboroto de las multitudes. Desde hace 40 años, el retiro –Campo Rasa- se ha convertido, para todos los propósitos y objetivos, en un pueblo.
Ha restaurado muchas de las casas, maneja la granja del pueblo y el bosque, produce su propia energía solar y originada en la madera. Representa la mayor parte de los ingresos del pueblo a través de seminarios bíblicos, orientación religiosa y poniendo a disposición habitaciones y pisos para los turistas.
«Si no fuera por la UBG, Rasa ya no existiría», dice «Lupo», cuando finalmente tiene la ocasión de hablar, escogiendo cuidadosamente sus palabras para no ofender a los católicos que quedan.
Hippies
Descubrimos sin embargo que Rasa hubiera podido reinventarse a sí mismo en varios sentidos. En plenas revueltas estudiantiles y apogeo del movimiento Hippy, durante los años sesenta, hubo una modesta migración de suizos-alemanes idealistas hacia el cantón suizo de lengua italiana,Tesino, donde crearon comunas en aldeas alpinas abandonadas.
Un hombre transformó la aldea vecina de Rasa en un centro de rehabilitación para adictos a las drogas. En los 30 últimos años los drogadictos han contribuido a reconstruir el lugar como parte de su terapia.
Renato Domiczek es el hippy más viejo de Rasa. Sentado frente a un fuego rugiente durante una fría tarde primaveral, Domiczek reflexiona y reconoce que él fue uno de aquellos románticos «que no querían otra cosa en la vida, sino chupar la leche de las cabras y fumar porros».
En 1974 fue contratado como director de tiempo completo del campamento cristiano, fue el primero en reanudar el cultivo de la tierra en las empinadas lomas de la aldea antes de aprender el arte de la alfarería, especializándose en la cerámica Raku, de estilo japonés.
Ansias
«Cuando vine aquí por primera vez, en 1967, fui fascinado por la simplicidad y autenticidad del lugar. Se despertó en mí un ansia y supe que debía venir aquí a vivir», explica.
«El entorno natural es mi hogar, no sólo mis cuatro muros. El paisaje alrededor de Rasa está intacto y lleno de contrastes, con pocas huellas del mundo moderno. Y esto ha tenido influencia en mi arte que, según creo, está enraizado en el suelo. Vivir cerca de la Tierra tiene una importancia central», añade.
Al paso de las horas el fuego sigue ardiendo pero la botella de vino ha sido vaciada. «Lupo» aparece con su esposa y las copas se vuelven a llenar. Esta vez con otro espíritu.
«El único sonido que se escucha durante la noche es el de los dos arroyos que fluyen en las afueras del pueblo. Quizás es por esto que la gente viene aquí. No hay carreteras y por tanto no hay automóviles ni otros ruidos no naturales. Esto te penetra profundamente y tiene un efecto calmante», afirma.
«Para mí, dirigir un modo de vida holístico es lo que cuenta. Y es lo que trato de poner en práctica. No es sólo una teoría; y ciertamente, nada tiene que ver con la teología», concluye el ceramista.
swissinfo, Dale Bechtel, en Rasa
(Traducción: J.Ortega)
Rasa está situada a 900 metros sobre el nivel del mar, en la región del Centovalli, en el cantón del Tesino.
En 1956 fueron abandonados los planes para construir una carretera a Rasa en favor de un cable-cabina.
Aún hoy, la aldea sólo es accesible por el cable-cabina, o a pie.
Durante siglos fue difícil ganarse la vida en los valles de montaña del Tesino sólo con el cultivo de la tierra. Los hombres fueron obligados a emigrar en busca de empleos.
Los de Rasa tuvieron un monopolio trabajando como cargadores de muelle en la ciudad portuaria italiana de Livorno.
Al ganar suficiente dinero para llevar a casa permitieron levantar una nueva aldea en las tierras altas donde construyeron amplias casas con interiores palaciegos influidos por lo que habían visto en Italia.
A comienzos del siglo XIX, la vieja aldea, conocida entonces como «Terra Vechia», (Tierra vieja) había sido completamente abandonada. La nueva aldea alardeaba de tener 83 habitantes en 1863.
La migración hacia las ciudades llegó al tope en Rasa durante el siglo XX. A comienzos de los años setenta sólo había una media docena de personas que habían sido abandonadas.

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