
La identidad de la región china de Xinjiang se transforma por la llegada de migrantes

Una oleada de inmigrantes venidos de varios lugares de China está transformando la demografía y la identidad de Xinjiang, una región mayoritariamente musulmana.
Fang Lihua, una mujer de veinte años que trabaja desde hace poco en un hotel de Xinjiang, en los confines occidentales de China, vino a la región, aunque no tenía ningún vínculo aquí. Al término de un viaje agotador en tren desde Xian (norte), Fang, tiene ahora un empleo de recepcionista en Hotan. Pero esta ciudad-oasis, al lado del desierto de Taklamakan, en la antigua Ruta de la Seda, le resulta poco atractiva. «¡Odio este lugar!», suspira. «Es una tierra completamente extranjera. No creo que pueda acostumbrarme», asegura.
Fang y su esposo, un obrero de la construcción, están entre los primeros en disfrutar de las nuevas ventajas anunciadas hace seis meses por el gobierno de Pekín para los inmigrantes que aceptan instalarse en Xinjiang.
En la región viven diez millones de uigures, musulmanes turcoparlantes que tienen más lazos culturales con los países vecinos de Asia Central que con el resto de China y su etnia Han, mayoritaria en el país. Pero ahora los uigures se enfrentan a un flujo creciente y masivo de chinos Han: después de décadas de inmigración organizada por el gobierno de Pekín, los Han representaban en 2011 el 38% de la población de Xinjiang, frente al 6% en 1949. Una dinámica que Pekín quiere acelerar, más aún porque Xinjiang está inmerso en una ola de violencia esporádica, que las autoridades chinas atribuyen a los separatistas islamistas. Oficialmente, la violencia dejó 200 muertes el año pasado.
En otros lugares de China, las migraciones hacia las ciudades están estrictamente controladas y los que llegan luchan durante años para conseguir un permiso de residencia, el llamado ‘hukou’, que da acceso a los servicios públicos y a las prestaciones sociales. Sin embargo, en el sur de Xinjiang, no se exige ningún nivel de estudios o de competencias profesionales para obtener el ‘hukou’, una medida que facilita la llegada de nuevos migrantes y que Pekín asegura que es temporal.
En realidad, «el objetivo [de Pekín] es potenciar la migración de los Han hacia Xinjiang, incluso si no se dice claramente, y también impulsar las mezclas interétnicas», subraya James Leibold, un sinólogo de la Universidad australiana La Trobe.
En paralelo, los desplazamientos en el interior de Xinjiang están ahora controlados con una tarjeta magnética, una medida que afecta principalmente a los uigures, que ya tienen que someterse a numerosos controles.
«Prefiero el aire de Sichuan, allí no hay tormentas de arena. Pero las prestaciones sociales son mucho mejores en la zona urbana», afirma Du Yun, un obrero de la construcción, que llegó en noviembre.
– Freno demográfico –
El gobierno también se esfuerza por frenar el aumento demográfico de los uigures. En Hotan, se ven anuncios que alientan a los residentes a «tener menos hijos para enriquecerse inmediatamente», gracias a una prima de 3.000 yuans (unos 435 euros). La prima se concede a las parejas que renuncian a tener un tercer hijo, al que los uigures tienen derecho porque la ley del hijo único que rige en China no se aplica a las minorías.
Los uigures y los Han viven en comunidades separadas y casi ninguna de las veinte personas chinas Han con las que habló la AFP en Hotan hablan uigur.
En un gran mercado de la ciudad, los clientes y los comerciantes son casi todos uigures y acusan a los Han de saltarse los precios locales.
«Los Han viven en comunidades distintas, vigiladas por el ejército chino», comenta Leibold. «Nos hace falta mucha confianza interétnica», afirma.
A pesar de sus 300.000 habitantes, Hotan parece de noche una ciudad fantasma, con miedo a los incidentes, y la mayoría de Han teme salir a la calle y está protegida por policías fuertemente armados. Su omnipresencia impulsa a los uigures, acosados por incesantes controles de seguridad, a abandonar también las calles por la noche.