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La Iglesia argentina ante los abusos: desdén, traslados y ocultamiento

Javier Castro Bugarín

Buenos Aires, 11 feb (EFE).- Cuando apenas tenía 13 años, Sebastián Cuattromo sufrió abusos por parte de Fernando Picciochi, un docente y religioso del Colegio Marianista de Buenos Aires. Todavía recuerda el ambiente hostil, «fuertemente autoritario», que imperaba en aquella escuela; un contexto idóneo para que su agresor actuase con total impunidad.

«Ese chico que yo era realmente se sentía muy solo, muy desamparado y muy vulnerable, frente a este abusador sexual que era el hermano marianista Fernando Picciochi», cuenta en una conversación con Efe Cuattromo, fundador de la asociación civil de Adultxs por los Derechos de la Infancia.

Su historia, que enfrentó un intento de «silenciamiento» por parte de la escuela, revela por sí misma el accionar de la Iglesia argentina en la mayoría de los casos de abuso sexual: ocultamiento y subestimación de las secuelas que padecen las víctimas.

Como en otros países, no hay casos aislados. En las últimas décadas, la Iglesia argentina ha protagonizado escándalos de gran envergadura, como el entramado de abusos perpetrado en el Instituto Próvolo de Mendoza, donde once chicos sordomudos sufrieron reiteradas agresiones por parte de un grupo de religiosos.

En muchas ocasiones, la reacción de las máximas autoridades eclesiásticas fue el traslado de los abusadores a otras jurisdicciones, como sucedió con Gustavo Zanchetta, Carlos Urrutigoity y Justo José Ilarraz, entre otros.

DIEZ AÑOS DE «VERGÜENZA» Y ODISEA JUDICIAL

Durante diez años, Cuattromo convivió en soledad con la sensación de angustia, vergüenza y culpabilidad provocada por los abusos que sufrió en la escuela.

Ese cúmulo de represiones y silencios terminó por explotar cuando tenía 23 años, momento en que contó por primera vez lo que le ocurrió a un amigo. Este compañero no solo escuchó su historia, sino que confirmó los pensamientos de Cuattromo: que esos abusos constituían un delito y que debían ser denunciados ante los tribunales.

Fue entonces, en el año 2000, cuando comenzó toda una «odisea judicial»: Picciochi eludió la prisión preventiva dictada en primera instancia y se fugó con una identidad falsa a Estados Unidos, donde permaneció hasta 2010, cuando fue extraditado a Argentina.

El juicio oral y público comenzó recién en 2012, más de veinte años después de los abusos, y terminó con la condena de Picciochi a doce años de prisión, un fallo que Cuattromo rememora con alegría, puesto que supuso un «formidable logro de reparación».

Aunque no fue, ni mucho menos, la pena más contundente dictada en el país suramericano. En noviembre del 2019, la Justicia argentina condenó a los curas Nicola Corradi y Horacio Corbacho a 42 y 45 años de prisión por los abusos cometidos en el Instituto Próvolo, la sentencia más dura hasta la fecha.

Actualmente continúan abiertos una veintena de procesos judiciales relacionados con los abusos dentro de la Iglesia, favorecidos, en parte, por la reforma legislativa del 2015, que estipula que el plazo de prescripción de los delitos en menores comienza a correr cuando la víctima cumple la mayoría de edad.

SILENCIAMIENTO DEL COLEGIO MARIANISTA

Diez años antes del juicio oral, Cuattromo impulsó otra búsqueda de reparación con las autoridades del centro educativo, que optaron por reconocer su responsabilidad y retribuirle económicamente por los daños ocasionados… Pero bajo un régimen de estricta confidencialidad: esa compensación nunca podría salir a la luz.

«Esa pretensión aberrante yo la resistí», relata Cuattromo, «y a mediados del 2002 la puse en conocimiento de la jerarquía católica de Buenos Aires, que la encabezaba el entonces cardenal Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco».

El joven mantuvo sendas reuniones con el obispo Mario Poli, encargado de la vicaría del barrio de Flores. La única pretensión de Cuattromo era conocer si la alta jerarquía religiosa avalaba los intentos de la escuela por mantener oculta su asunción de responsabilidades.

Después de dos largas reuniones con Poli, finalmente obtuvo su respuesta: la Iglesia respaldaba la postura del Colegio Marianista.

«Siempre evoco que no menos grave que ese aval fue la actitud de arrogancia que me transmitió el entonces obispo Mario Poli y la profunda subestimación de la gravedad del dolor del que estábamos hablando», lamenta.

ESCEPTICISMO SOBRE EL PAPA

Por ese motivo, Cuattromo se muestra escéptico respecto al propósito del papa Francisco de poner fin a los abusos: si en su país miró para otro lado, se pregunta la víctima, ¿cómo pretende solucionarlo a nivel global?

En su opinión, solo existe un motivo para que el otrora cardenal Bergoglio cambiase de posición: la aparición pública de las personas abusadas.

«Son nuestras luchas las que han construido estos escenarios que llevan a que una máxima jerarquía, que en su país se permitía comportarse con tanta liviandad, con tanto desdén y casi con tanta frivolidad; puesta en el rol de papa, no pueda seguir teniendo esa misma actitud», sentencia Cuattromo. EFE

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