Portugal hace justicia a sus capitanes de abril
Mar Marín
Lisboa, 24 abr (EFE).- Fue la última revolución romántica. La imagen de los militares arropados por el pueblo con flores en sus fusiles quedó como un símbolo de la conquista de la libertad. Hoy, Portugal busca hacer justicia a los rebeldes que mudaron la historia un 25 de abril.
Mucho ha cambiado el país desde que los «capitanes de abril» acabaran con la dictadura más larga de Europa, 48 años, con una revuelta sin violencia.
En un país desgastado por las guerras coloniales y lastrado por la dictadura, un puñado de militares avanzaron sobre Lisboa en la noche del 25 de abril de 1974 y derrocaron al dictador Marcelo Caetano.
Mañana se cumplen 48 años de aquel jueves y los portugueses saldrán de nuevo a las calles con un motivo añadido para celebrar: su democracia es más longeva que el «Estado Novo».
Además, Portugal quiere hacer justicia a los hombres que acabaron con el Estado Novo: habrá medallas para 5.000 militares y civiles y dos años de conmemoraciones previas al 50 aniversario de la Revolución, que dejó cinco víctimas -cuatro civiles alcanzados por balas de la policía secreta y un agente de ese cuerpo por disparos del Ejército-.
Un homenaje necesario en un país que tiene a la extrema derecha sentada en el Parlamento, defiende Lídia Jorge, autora de «Los memorables», uno de los mejores retratos de aquella hazaña.
LA MEMORIA DE LOS CAPITANES
La Revolución, continúa la escritora en declaraciones a Efe, «no tiene dueños, pero tiene autores», y muchos están «disgustados» porque «no hubo una justicia bien hecha».
«Quedan pocos supervivientes y algunos todavía esperan, no solo militares, sino también civiles que jugaron un papel fundamental».
Hubo, lamenta Jorge, décadas en que en Portugal se cuestionó la Revolución. Hoy, las nuevas generaciones deben reivindicar sus logros: «Hay una sociedad mucho más joven y más culta, con grupos que han reaccionado y comprenden el valor de la libertad y la democracia mucho más que años atrás».
En los preparativos del 50 aniversario «se puede retomar la historia y reconocer a las personas».
Tras el 25 de Abril, militares de alto rango siguieron fieles al «Estado Novo» y se vengaron de los rebeldes. «Hay casos de injusticias graves» y «la más visible fue la de Fernando José Salgueiro Maia», lamenta.
Maia fue el capitán más popular por su papel decisivo aquella noche. Murió prematuramente, en el olvido y marginado por el poder.
«Dio todo y no pidió paga», reza un poema en su memoria. La suya es la historia de un héroe con un triste final. Rechazó privilegios y honores y el sistema no le perdonó la valentía de mantenerse fiel a sus principios.
MAIA, UN HOMBRE DE LIBERTAD
«Frontal, valiente, fiel a sus raíces», con sentido de «justicia y honradez». Así dibujaba el expresidente Mário Soares al capitán en el prólogo de la biografía «Salgueiro Maia, un hombre de Libertad», de António de Sousa Duarte.
Con solo 29 años y forjado en las guerras coloniales, se plantó ante sus hombres en Santarém: «En esta noche solemne, vamos a acabar con el Estado al que llegamos». Ese estado era una dictadura impuesta por António de Oliveira Salazar en 1926 y heredada por Marcelo Caetano.
Charlie 8, nombre en clave de Maia, comandó la columna de Caballería que partió de Santarém y avanzó 80 kilómetros hasta el corazón de Lisboa.
Tres veces se jugó la vida esa noche. Frente al Ejército fiel a la dictadura en la Plaza del Comercio con una granada escondida en el bolsillo y a pecho descubierto en el cuartel do Carmo, donde se ocultaba Caetano.
«Desafía a la muerte y gana la revolución», afirma su biógrafo. «Era un jefe nato».
En el día después, Maia huye de los reconocimientos y los méritos. Sin filiación política, es un héroe popular que se conforma con ser comandante de la Escuela de Caballería de Santarém. Pero no le dejan.
El poder militar y político castiga su coraje y su independencia y le condena al ostracismo.
Enfermo y olvidado, en 1988 pide una pensión al Estado por los servicios prestados. Gobernaba Aníbal Cavaco Silva (derecha).
«Se le negó de una forma muy portuguesa. No le contestaron y nunca le llegó la pensión. Fue un silencio absoluto», recuerda Jorge.
Poco después, Cavaco Silva concede esa misma pensión a dos agentes de la policía secreta de la dictadura. Uno de ellos, el autor de los disparos que dejaron cuatro muertes en la revuelta.
En abril de 1992, Salgueiro Maia muere de cáncer. Tenía 47 años y era teniente coronel. Tal como dejó escrito, en su funeral se escuchó el «Grândola, Vila Morena», el himno de la Revolución.
JUSTICIA HISTÓRICA
«Sé que murió amargado, considerándose víctima de una injusticia», reconocía Mário Soares. «Murió triste» coincide Jorge, aunque «con una dignidad absolutamente extraordinaria».
Una película inspirada rinde ahora homenaje a Maia -con poco éxito de taquilla-, pero el reconocimiento llega tarde, aunque Jorge evita hablar de «deuda».
«Quien hace una revolución es por generosidad, eso percibí hablando largamente con Maia», puntualiza. «Si las instituciones fueran justas, si el futuro fuera democrático y el pueblo dejara de ser pobre, la deuda está pagada».
«Su historia es tan fuerte que parece ficción». EFE
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