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Stephan Schmidheiny: ecoeficiencia empresarial

El industrial suizo Stephan Schmidheiy. Keystone

El quinto hombre más rico de Suiza explora desde los 80´s fórmulas para compatibilizar rentabilidad y filantropía.

Bisnieto del fundador de Holcim y miembro de la lista de Forbes, ha hecho de América Latina su nuevo centro de negocios en industrias como la maderera.

Dicen que los hijos son como los dedos de la mano. Todos diferentes, pero igualmente valiosos.

Los herederos de la familia Schmidheiny son un ejemplo de ello. Y Stephan, en particular, evidencia claramente esa diversidad de vocaciones.

Integrante de la cuarta generación del clan Schmidheiny -fundadores y propietarios de la cementera Holcim-, el quinto hombre más acaudalado de Suiza hizo un viaje a Brasil que viró su ruta.

Tras madurar durante años una nueva forma de hacer negocios, una mañana de 1984 simplemente decidió soltar amarras y cambiar los francos suizos por la filantropía.

O mejor aún… compatibilizar a ambos.
A continuación la quinta entrega de la serie “Fortunas Suizas”.

El talento de Midas

Como sus otros tres hermanos, Stephan nació en Holderbank, un pueblecito del cantón de San Gallen que pasaría inadvertido para el mundo de los negocios de no ser porque fue la cuna de Holcim, el emporio cementero fundado por su bisabuelo.

Stephen nació un mes de abril de 1947, y Max y Adda, sus padres, lo criaron con holgura económica, pero dentro del obligado ambiente de posguerra que se vivía en aquel periodo.

Suiza se había mantenido al margen de la Segunda Guerra Mundial, pero no se había librado de sufrir parte de los estragos de la escasez y la incertidumbre que provoca toda conflagración.

Durante su niñez, la palabra clave fue “reconstrucción”, el eje que hacía girar a los negocios familiares, avocados al 100% a rehacer literalmente todo lo que había sido destruido en el Viejo Continente.

Cuando Stephan era adolescente, Holcim se había convertido ya en un gigante en Europa y el norte de África.

Schmidheiny estudió ingeniería por obligación y se doctoró en leyes en la Universidad de Zúrich por placer. Y a los 25 años inició una carrera profesional que a los 29 lo llevaría a presidir una de las empresas de materiales que pertenecían a la familia.

Fue justo en esta etapa cuando un viaje hecho a Sudamérica por instrucciones de su padre le cambió la perspectiva.

Un “Stephan” más

Puede parecer petulante, pero hacer dinero era una tarea relativamente fácil para los Schmidheiny, recuerda Stephan, era parte de nuestros genes.

Sin embargo, antes de llegar a la cima, Max Schmidheiny, su padre, les exigió siempre a sus hijos picar un poco de piedra.

“Mi padre me envío a vivir un semestre a Salvador, Brasil, en los 70´s. El objetivo era formarme como capataz de las plantas de fibrocemento de la familia.

“Ahí todos nos llamábamos por nuestro nombre de pila, así que yo era simplemente Stephan. Nadie sabía que era hijo de los propietarios de la empresa”.

“Y fue mucho mejor así. Hice de todo: trabajos de contaduría, tareas de limpieza, llené planillas de horarios e hice guardias nocturnas de 12 horas en la fábrica. Eso casi me mata.

“Un día, después de varias semanas de 12 horas de guardias nocturnas y de pasar el día en la playa, simplemente me quedé dormido mientras conducía. Me salí del camino y choqué”.

“Ese accidente provocó en mí un gran proceso de reflexión” –cita Schmidheiny- “esos seis meses me habían acercado a América Latina, a su gente y a sus paisajes. Y me habían dejado una huella indeleble.

“Latinoamérica era el antídoto contra mi condición de suizo-alemán, era una región joven, dinámica, enérgica, progresista, lista para aprender, y en constante movimiento. Nada que ver con Europa.

“Así que hice de Latinoamérica mi hogar espiritual y comencé a interesarme por lo que entonces era sólo un concepto abstracto en todo el mundo: el desarrollo sostenible”, narró Schmidheiny durante un discurso preparado en 2002 para la fundación Ethos (promotora de negocios éticos).

Eternit y el cambio

Aunque la inquietud estaba sembrada, no se había traducido aún en hechos.

Es decir, entre los 28 y los 35 años, Stephen buscó la diversificación de su portafolio, hasta entonces concentrado en la industria de la construcción.

Aumentó sus inversiones en actividades como la industria forestal, el sistema financiero o la fabricación y comercialización de equipos electrónicos.

También aceptó cargos en los directorios de empresas líder dentro de la Confederación Helvética como ABB, Nestlé, Swatch o el UBS.

Y ya cerca de la cuarentena, con ideas más claras sobre lo que quería para la vida, se enfrentó con la muerte de su padre y la nueva coyuntura que ésta abriría.

Stephan heredó Eternit, empresa productora de materiales de construcción, en 1984, y al comprometerse a fondo con ella descubrió que la manipulación de asbesto -uno de los principales ingredientes de los productos de Eternit- estaba provocando que los casos de cáncer entre los trabajadores se multiplicaran.

Había llegado el momento de dar el gran paso. Vendió Eternit a su hermano mayor, Thomas, y comenzó una nueva etapa de “negocios responsables”.

Y no la rentabilidad no se le ha escabullido: la fortuna de Stephen Schmidheiny supera los 3.750 millones de francos suizos actualmente.

Améríca Latina, el eje

Si bien la relación personal de Stephan con América Latina inició en los 70´s. La laboral lo hizo en 1984, con la creación de Fundes, una organización dedicada a financiar a pequeñas y medianas empresas de América Latina.

Y en 1990, Stephan asumió el cargo de consejero principal del Secretario General Comercio e Industria de la Conferencia del Medio Ambiente y el Desarrollo de las Naciones Unidas (UNCED), mejor conocida por todos como la Cumbre de la Tierra, que se celebró en Río de Janeiro un par de años más tarde.

Su objetivo era claro: promover foros internacionales para líderes empresariales en los que pudieran conversar sobre propuestas para el desarrollo económico en las regiones menos avanzadas, y sobre la importancia de preservar el medio ambiente.

En 1992, Schmidheiny fundó también el World Business Council for Sustainable Development, que presentó ponencias en todas las cumbres ambientales de esa década.

En 1993, aportó 620 millones de francos suizos para desarrollar el proyecto de Martín Varsavsky, un argentino afincado en España, quien soñó con los programas “Educar Chile”, “Educar Bolivia”, “Educar Costa Rica” y “Educar Argentina”.

Incursionó en el negocio de la industria forestal y maderera en Brasil, Argentina y México, a través de Forestal Terranova, promoviendo el reciclaje y técnicas para evitar la deforestación.

Y en 1994, fundó Grupo Nueva, una holding integrada por dos divisiones comerciales (Amanco y Masisa), dedicada sistemas y infraestructura para el agua potable, irrigación, materiales de construcción ligeros, plantaciones de pino y productos de madera.

Y la asociación AVINA promotora del respeto al medio ambiente en el ámbito empresarial.

La característica de ambas es estar comprometidas con el crecimiento de América Latina, la responsabilidad social empresarial (RSE) y eco-eficiencia.

Su filosofía

El filántropo y empresario asegura que siempre supo que no sería abogado, pero eligió formarse en la disciplina de las leyes porque le ayudaría a construir planteamientos ordenados.

Está casado y tiene dos hijos varones (19 y 22 años), y asegura que una de sus mayores satisfacciones es que ellos lo admiren por el trabajo que ha hecho dentro del desarrollo sostenible, más que por la fortuna que ha multiplicado a lo largo de los años.

Y aunque no conoce otro estatus económico distinto a la riqueza, se dice 100% convencido de que esta última nada tiene que ver con la felicidad personal.

¿Cuántos coches puedes conducir a la vez?, pregunta.
Siempre se llega a un punto en el que tener más no te hace más feliz; por eso me siento tan feliz de haber encontrado mi verdadero propósito en la vida.

El ego nunca sacia su sed de poder, prestigio y status. Es como aquel que está sediento en alta mar y no tiene agua potable, si bebe agua salada, cada vez tendrá más y más sed.

swissinfo Andrea Ornelas

Stephen Schmidheiny creo el concepto de “ecoeficiencia”, que define como el progreso continuo hacia la producción de bienes y servicios con menos uso de recursos y energía, y menor contaminación.

Stephan Schmidheiny ha recibido premios como el Doctorado Honoris Causa del Instituto Centro Americano de Administración de Empresas (INCAE) en 1993; la misma distinción de la Universidad de Yale, en 1996; de Rollins College y la Universidad Católica Andres Bello (UCAB), en 2001, todos por promover el desarrollo sostenible.

Amante de la cultura, es propietario de la “Colección Daros”, compuesta por pinturas y esculturas de artistas como Giacometti, Johns, Mondrian, Pollock, Rothko, Twombly y Warhol, que se exhibe de forma permanente en Zúrich para compartirla con los jóvenes interesados en el arte.

Stephan Schmideiny ocupa el lugar número 221 en la lista de Forbes 2006.

La fortuna del quinto hombre más rico de Suiza asciende a 3.750 millones de francos suizos.

Le preocupa que 1.250 millones de personas vivan en condiciones riesgosas de contaminación ambiental.

Algunos de sus libros publicados: “Financiando el cambio: Ecoeficiencia” y “Negocios para el Desarrollo Sostenible”.

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