
Una comida para aprender: la lucha contra el hambre en las escuelas de Malaui
Paula García-Ajofrín
Kasungu (Malaui), 28 jun (EFE).- A las cuatro de la mañana, Josephy Chikwasa ya está en pie. Busca agua y, si puede, desayuno para sus dos hijas, de 12 y 7 años. Las cría solo en una comunidad rural del distrito de Kasungu, en el centro de Malaui, donde el hambre obliga a muchos niños a quedarse en casa, sin fuerzas para ir a clase.
Chikwasa es agricultor y, por eso, hasta ahora le resultaba más fácil conseguir alimentos para sus hijas. Pero el clima ha cambiado y las lluvias llegan tarde o, simplemente, no llegan.
Sentado junto a ellas, en una sombra del patio ante su pequeño hogar, de una sola habitación compartida, respira un poco más tranquilo porque desde el pasado noviembre, la escuela a la que acuden sus hijas, el Colegio de Primaria Kadula, recibe apoyo del programa de alimentación de la organización Mary’s Meals, que cada día sirve una ración de gachas de maíz y soja a los alumnos.
Esto, asegura Chikwasa, ha aliviado el hambre de sus hijas.
A medio kilómetro vive Mannes Zimba, cuyos hijos también asisten a la escuela Kadula. Desde que Mary’s Meals llegó al centro, ha visto un gran cambio en ellos: se levantan con ganas, saben que en la escuela les espera una comida caliente.
En solo seis meses, la asistencia al centro se ha disparado: el número de alumnos ha pasado de 219 a 374, impulsado por la posibilidad de recibir ese desayuno diario. Según los profesores, los niños también se muestran más saludables y atentos en clase.
Zimba cuenta a EFE que la disponibilidad de comida en casa depende del calendario agrícola. Después de la cosecha, como ahora, pueden alimentarse con lo que recogen, pero cuando el año avanza y se acerca la temporada de siembra, los alimentos empiezan a escasear.
Con el rostro serio pero sereno, confiesa que, cuando su familia carece de comida, se siente “realmente triste», porque -defiende- el hambre no es algo que los niños debieran sufrir.
Respuesta comunitaria
Lo que viven Chikwasa y Zimba constituye el reflejo de una crisis generalizada en el país: Malaui, según el Banco Mundial, es el cuarto país más pobre del mundo, donde el 70 % de la población sobrevive con menos de 2,15 dólares al día.
Asimismo, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, unos 5,7 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria aguda y más de 213.000 niños menores de cinco años sufren desnutrición severa.
Ante esta realidad, Mary’s Meals busca ofrecer una comida diaria a los millones de menores afectados por esta crisis, una apuesta que la organización considera esencial para el futuro del país.
“Los mismos niños que hoy alimentamos serán quienes solucionen los problemas en sus comunidades en el futuro, como el cambio climático”, defiende la directora de la ONG en Malaui, Angela Chipeta.
Mary’s Meals nació en este país de África en 2003. Hoy está presente en dieciséis países, pero Malaui representa el programa más grande.
“Es realmente desgarrador y hay una gran necesidad en Malaui”, sostiene Chipeta.
Preocupada, describe cómo muchas comunidades toman decisiones difíciles a diario: quién come y quién no. Una carga que también recae sobre las familias: “Tienen que decidir cuánto dar a cada niño, o si dan comida o no”, lamenta.
“Y, debido al aumento del precio de los alimentos por la sequía, muchas familias no pueden permitirse comprar”, agrega.
Por eso, subraya que el programa se ha convertido en una red de seguridad social crítica para las comunidades.
Voluntariado en escuelas
En Malaui, Mary’s Meals proporciona gachas, pero son las propias comunidades quienes las cocinan. Mujeres voluntarias se turnan para preparar el desayuno en las escuelas, una forma de implicar a las familias en el programa y fortalecer el sentido de pertenencia.
Besta Bana, de 29 años y madre de dos hijos, es una de esas voluntarias. El mayor asiste a la escuela de Kalunda. Sentada a la sombra en el patio del centro, explica a EFE que las aldeas que envían a sus niños al colegio se organizan por turnos para cocinar.
Esa semana le tocó a ella, así que se levanta a las cuatro de la mañana, camina una hora hasta el colegio y comienza a preparar las gachas. Su mayor motivación es saber que su hijo recibirá una ración.
“En la mayoría de los hogares de la comunidad es muy difícil ofrecer desayuno a los niños. Se considera un lujo”, cuenta Bana, quien revela que Mary’s Meals ha aliviado la carga de muchos padres.
“La mayor alegría de mi trabajo es ver a los niños felices. La alegría en sus ojos, las historias que te cuentan sobre lo que les pasa después de haber comido”, resume, emocionada, Chipeta. EFE
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