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«Máquinas de divisas» para las armas del régimen: el testimonio de un norcoreano en Rusia

Ruy A. Valdés

Seúl, 24 sep (EFE).- El soldado norcoreano Lee creyó ser afortunado cuando lo eligieron para trabajar en Rusia, cuando en realidad aquella oportunidad lo convirtió en parte del engranaje de una maquinaria de recaudación de divisas para financiar los programas nucleares y de misiles de Pionyang, a costa de una brutal explotación de sus propios ciudadanos.

«Seleccionaban de uno a tres por unidad. La selección se hacía con base en la experiencia, historial médico y condiciones mentales y físicas,» dijo el treintañero Lee esta semana durante un evento del Database Center for North Korean Human Rights (NKDB), en Seúl.

Tras siete años sirviendo en Pionyang para una unidad militar que contribuye al desarrollo nuclear, Lee fue enviado a Rusia en 2017 para realizar trabajos de construcción.

Una vida dura en Moscú

«Trabajaba desde las 8:00 a.m. hasta las 11:00 p.m. Si uno no cumplía la cuota de trabajo, podía llegar a terminar hasta las dos o tres de la madrugada», señaló.

Las normas eran claras: prohibido hablar con extranjeros, usar un móvil o salir sin permiso. Los dormitorios eran unos pequeños barracones cerca del sitio de construcción y la bañeras no tenían agua caliente.

«Solo teníamos 20 minutos para el almuerzo. Bañarse era casi imposible. Rusia es un país frío», recordó.

Su salario, en principio, era de 160.000 a 200.000 rublos (1.900-2.400 dólares) más del doble que el de sus colegas uzbecos o tayikos.

Sin embargo, nunca recibió ese salario. Los trabajadores norcoreanos en Rusia ceden hasta el 90 % de sus ingresos en «remesas de lealtad» y otras deducciones, según el reporte de NKDB.

Terminan en sus manos entre 100 y 200 dólares al mes, a menudo en forma de adelantos muy limitados. El resto rara vez se entrega a los trabajadores cuando vuelven a casa.

Lee explicó que la excusa para no pagar era que si le daban un salario regular, lo usaría en artículos prohibidos, como un móvil.

Empeoramiento tras las sanciones

Lee fue repatriado brevemente en 2018 tras una resolución de la ONU que prohibía el despacho de trabajadores norcoreanos al extranjero al ser un medio para financiar los programas armamentísticos de Pionyang.

Poco después regresó a Rusia, pero, para evitar las sanciones internacionales, el régimen norcoreano lo envió, como a muchos otros, con una visa de estudiante.

Su retorno fue aún más duro al tener que encubrir su estatus migratorio. Tenía que esconderse si había inspecciones y sus ingresos disminuyeron considerablemente porque lo obligaban a pagar la colegiatura de la universidad a la que estaba inscrito.

«Como no tenía ropa, recogía la que los rusos tiraban en los basureros; como me quedaba grande, la cortaba para poder ponérmela. En los supermercados recogía frutas o verduras tiradas en los contenedores para comerlas».

El punto de quiebre

Sus compañeros extranjeros descargaban telenovelas, música o contenidos surcoreanos en sus móviles a cambio de que él hiciera parte de su trabajo. Lee comenta que ahí se dio cuenta de que todo lo que le habían enseñado era mentira.

La pandemia de COVID-19 marcó el giro definitivo. Un amigo suyo sufrió una úlcera estomacal y no fue llevado al hospital.

«Me dijeron que si lo llevábamos al hospital se contagiaría de coronavirus y contagiaría a los demás trabajadores. Sentí que nos trataban como si fuéramos menos que máquinas para hacer dinero. En ese momento pensé que ya no podía soportarlo más».

El dilema de desertar lo puso en un gran conflicto personal, ya que Pionyang suele castigar severamente a los familiares y conocidos de desertores.

«Me preocupaban mis padres y familiares, que me habían apoyado en casa. Me sentí terriblemente culpable por traicionar a unas 27 personas que arriesgaron sus vidas firmando con sus huellas dactilares como garantes de mi lealtad», recordó.

Lee escapó y buscó refugio en Corea del Sur a través de la ONU. Tras nueve meses escondido, donde dice que sobrevivió a un ataque con cuchillos de gente contratada para encontralo, llegó a Corea del Sur.

«En Corea del Norte ni el cuerpo ni la mente nos pertenecen. Solo puedes vivir en el lugar de trabajo y en el entorno que fija el partido. Pienso que viví como un esclavo moderno».

Un patrón de explotación

Los trabajadores norcoreanos cumplen los once indicadores de trabajo forzoso de la Organización Internacional del Trabajo, incluidos restricción de movimiento, abusos físicos y sexuales, retención de salarios, entre otros, según el reporte sobre represión y explotación a los trabajadores norcoreanos en Rusia presentado en el evento.

En algunos casos superan el umbral de servidumbre y esclavitud moderna, advierte Unique Kim, analista de asuntos de derechos humanos de NKDB.

Pionyang ahora también despliega soldados en apoyo a Rusia en su guerra contra Ucrania a cambio de divisas, bienes y tecnología. Según datos de la inteligencia surcoreana, se sospecha que Pionyang ha desplegado alrededor de 15.000 soldados.

NKDB también señala que unos 15.000 trabajadores norcoreanos siguen en Rusia bajo visados estudiantiles falsos. El esquema genera entre cientos de millones y más de 2.000 millones de dólares al año para Pionyang, con el fin de sostener el régimen y sus programas armamentísticos, según la organización. EFE

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(foto)

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