Jaguares y hombres
La nueva exposición del Museo Barbier-Mueller, de Ginebra, se aventura en el campo poco conocido del arte precolombino de Centroamérica.
«¡Costa Rica!», exclamó un día un Cristóbal Colón deslumbrado por todo el oro que ostentaban los indígenas y dando nombre así a la región. Hasta ahora la zona meridional de Centroamérica, en la periferia de las civilizaciones más brillantes de Mesoamérica – desde los mayas a los aztecas – ha sido relativamente desdeñada por los investigadores.
Y, sin embargo, esta región que se extiende desde Nicaragua hasta Panamá, pasando por Costa Rica, es un lugar de mestizaje y de diversidad cultural, donde confluyen las influencias olmecas y mayas (en el norte) y andinas, al sur.
La nueva exposición en el Museo Barbier-Mueller, de Ginebra, se aventura en esa tierra virgen, con una selección de 50 de piezas, traídas del joven Museo Barbier-Muller de arte precolombino de Barcelona, después de una escala en París y antes de emprender una gira europea.
Un mundo de magia, chamanismo y violencia
Esos pueblos sin arquitectura fueron los magos de la orfebrería, a semejanza de sus antepasados andinos, que destacaban a partir del primer milenio antes de nuestra era. Para convencerse de ello basta con mirar un resplandeciente pectoral circular, labrado en forma de lagarto antropomorfo. No muy lejos, también pueden admirarse estilizados colgantes y objetos rituales de jade – el gusto por esa piedra, a la que se atribuyen virtudes mágicas, es una herencia olmeca.
Contrastando con la minucia de los orfebres y joyeros, los escultores de esas «costas ricas» dejaron testimonios aún más valiosos como un guerrero de basalto (Costa Rica, 800-1200 dC): su brazo derecho levantado está armado con un cuchillo, el otro sujeta, imperturbable y solemne, una cabeza humana.
O esa escultura de color hierro que evoca la figura recurrente del hombre-jaguar. Según la mitología, el animal se acopla a una mujer para dar nacimiento al pueblo olmeca; es también la criatura en la que se encarna el chamán para cumplir sus proezas de curandero, o transportarse al más allá. La sutilidad de esas grandes piezas es aún más impresionante si se piensa que sus autores – que no conocían la metalúrgica – recurrían a las herramientas más elementales.
Cerámicas ricamente decoradas
Finalmente, además de esta estatuaria de una inquietante extrañeza, el conjunto más importante consiste en una serie de cerámicas polícromas: jarros y urnas, platos, copas y otras vasijas, zoomorfas, andromorfas, polimorfas, con calados o enteramente decoradas en tonos rojo, marrón, negro o violeta, envasados o con tres pies, ponen de manifiesto tal espíritu de invención, que casi se olvida su función original.
Más allá esos objetos utilitarios, el tema religioso está omnipresente: esos monstruos boquiabiertos, esas figuras danzantes, esos seres mitad hombre, mitad animal petrificados en metamorfosis, nos sumen en el universo del misterio.
Véronique Zbinden
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