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Duda: el presidente polaco que transformó el veto en arma política y trajo la polarización

Miguel Ángel Gayo Macías

Cracovia (Polonia), 16 may (EFE).- A punto de concluir su segundo y último mandato de presidente de Polonia tras las elecciones del próximo domingo, Andrzej Duda deja un país que, aunque más seguro y relevante internacionalmente, está también más dividido y enfrenta serios retos institucionales pendientes.

Desde 2015, Duda ha ocupado la Presidencia de Polonia, un cargo que el doctor en Derecho natural de Cracovia asumió bajo la promesa de aportar aire fresco a una escena política donde todavía resonaban los ecos de la era comunista, con una imagen de persona independiente, alejada de las élites, y tradicional pero no reaccionaria.

Pero, con el paso del tiempo, quedó claro que la sociedad polaca ha avanzado más rápido que el Duda de 2015, o al menos ha seguido una evolución ideológica distinta.

Y es que, a medida que desarrolló su primer mandato, Duda comenzó a mostrar un nivel de activismo institucional considerado sin precedentes, y a ser considerado como un satélite del partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS), estrechamente alineado con esa formación y uno de los artífices de la polémica reforma judicial cuyos efectos aún afectan al país.

Durante su primer mandato, el presidente apoyó reformas que transformaron el sistema judicial, los medios públicos y otras instituciones, justificadas como una «descomunización», pero vistas por la Comisión Europea (CE) y observadores como un retroceso democrático.

En 2017, la CE inició un procedimiento contra Polonia por la vulneración del Estado de Derecho derivada de esas medidas.

El veto presidencial y las tensiones con el Estado de derecho

Una de las marcas distintivas de la Presidencia de Duda ha sido el uso extensivo de su poder de veto, una actitud que le ha convertido en un actor político decisivo, muy alejado del papel meramente representativo.

Duda ha ejercido esta facultad con una frecuencia inesperada, bloqueando 74 iniciativas legislativas y remitiendo cuatro leyes al Tribunal Constitucional, desde el bloqueo a la venta de anticonceptivos o la despenalización del aborto a la negativa del reconocimiento del silesio como lengua oficial.

El veto presidencial requiere una respaldo parlamentaria de tres quintos para ser anulado, una mayoría que hasta ahora ningún Gobierno ha ostentado en Polonia.

Entre la guerra cultural y la guerra híbrida

Duda consolidó su base electoral con políticas alineadas al nacionalcatolicismo, lo que le valió el apoyo de la mitad de la sociedad, y el rechazo de la otra mitad.

En 2020, comparó la «ideología LGBT» con la «adoctrinamiento soviético» y defendió la prohibición casi total del aborto aprobada por el PiS, al mismo tiempo que calificaba de «club imaginario» a la Unión Europea (UE) y acusaba a Bruselas de «querer implantar experimentos sociológicos» en Polonia, con una inmigración «descontrolada» y la «federalización» de Europa bajo la batuta alemana.

Ese mensaje, que el PiS no dudó en caracterizar como una «guerra cultural» en la que Polonia era el campo de batalla, estaba aderezado con una narrativa populista, dirigida a quienes temían perder beneficios sociales o se sentían marginados, de manera que apelaba de manera comprensible y emotiva al electorado más conservador.

En el ámbito de la seguridad y las relaciones exteriores, Duda ejerce competencias constitucionales que ha usado para impulsar el atlantismo, con especial entusiasmo durante los mandatos de Donald Trump, quien lo calificó de «líder excepcional».

Con la invasión rusa de Ucrania en 2022, Duda emergió como uno de los líderes europeos más firmemente proucranianos, y ejerció un liderazgo en la gestión de la crisis ucraniana que ha sido ampliamente reconocido.

Su relación con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, se ha deteriorado con el tiempo debido a los contenciosos históricos y comerciales entre sus respectivos países, pero durante mucho tiempo Duda personalizó el apoyo de Polonia, y por extensión de occidente, a Ucrania.

Legado de polarización y desafíos pendientes

Las elecciones parlamentarias de 2023, que dieron el poder a una coalición liderada por el liberal y proeuropeísta Donald Tusk, marcaron un cambio significativo en Polonia.

Duda, usando su poder discrecional, inicialmente nominó a Mateusz Morawiecki, del PiS, como primer ministro, preparando el escenario para una posible «cohabitación hostil», pero finalmente se consumó el relevo.

Desde entonces, los enfrentamientos sobre el control de los medios públicos, un polémico episodio en el que dos exministros indultados por Duda fueron detenidos en pleno Palacio Presidencial y varios vetos a leyes aprobadas en el Parlamento han provocado una polarización casi tóxica en la escena política del país.

Duda deja una Polonia dividida: según el Eurobarómetro, el 68 % de los polacos cree que su Presidencia exacerbó las tensiones sociales y que su alianza con el PiS le restó independencia.

Como legado netamente positivo, el presidente polaco ha sido capaz de atraer inversiones en defensa y energía, ha sido clave en posicionar a Polonia como actor clave en la OTAN, y ha facilitado la modernización de infraestructuras.

Duda será recordado como un presidente que transformó el cargo en un bastión ideológico que defendió su concepto de la «soberanía polaca», aún a costa del deterioro institucional y las tiranteces con Bruselas.

Con las elecciones del 18 de mayo, los polacos decidirán si se le da vía libre a Tusk para desarrollar plenamente su programa liberal o se prolonga el período de enfrentamientos sociales y caos institucional, con unas perspectivas ajustadas que conceden un 33 % de los apoyos para el candidato gubernamental, Rafal TrzaskowskiTrzaskowski, y un 29 % para el ultraconservador Karol Nawrocki. EFE

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