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El golfo tunecino de Gabes, una bomba de relojería medioambiental

Natalia Román Morte

Gabés (Túnez), 5 jun (EFE).- El golfo tunecino de Gabés podría ser un destino turístico codiciado gracias a sus playas, el desierto y el único oasis litoral de la región pero la zona industrial, que remplazó este paisaje en la década de los setenta, lo ha convertido en uno de los «puntos calientes de contaminación» del Mediterráneo.

Su cercanía con el puerto y la mayor mina de fosfato del país, en la vecina Gafsa, hicieron de este lugar el elegido y, lo que un día fue celebrado como un gran hito para el desarrollo local, con la creación de hasta 6.500 empleos, hoy es considerado por los activistas como un «crimen» de Estado.

«Nos dan a elegir entre morir de hambre o morir de contaminación», lamenta Mohamed, un agente de aduanas jubilado y propietario de una casa de huéspedes en El Méthouia, a doce kilómetros de distancia, mientras mira el horizonte del mar que se funde con la silueta de las fábricas.

Las cerca de veinte factorías pertenecen principalmente al Grupo Químico Tunecino (GCT), la compañía pública que produce y transforma el fosfato, el que fuera hasta 2010 uno de los motores de la economía nacional y que le convirtió en el quinto exportador mundial.

«Cuando ves las fábricas desde lejos parece como si fueran los rascacielos de Nueva York», ironiza Yahia, un joven veinteañero del pueblo costero de Ghannouch, uno más afectados, que trata de sobrevivir con faenas ocasionales entre la pesca y la construcción ante su negativa a trabajar en la fábrica.

Junto a él, en una cabaña de madera improvisada frente a la playa, Sami se dedica minuciosamente a desenredar las gambas y crustáceos que ese día han caído en sus redes.

«Esta zona era conocida por el mar, el 80% o 90% de los habitantes trabajábamos en él, pero nuestra desgracia hizo que instalaran estas fábricas. Si antes pescábamos entre 20 y 30 kilos diarios, ahora como máximo llegamos a 3 o 4 kilos. El mar se ha convertido en un desierto», relata con amargura.

LA TRANSFORMACIÓN DEL FOSFATO Y DEL ECOSISTEMA

Cada año, la GCT transforma 4 millones de toneladas de fosfato en fertilizante y ácido fosfórico (utilizado para detergentes entre otros) -el 90% destinado a la exportación- pero también transforma de manera irreversible el ecosistema que le rodea.

Cada tres meses, las plantas llevan a cabo el proceso de «desgasificado», en el que expulsan grandes cantidades de un espeso humo naranja para limpiar y reiniciar su sistema, lo que ha provocado en más de una ocasión intoxicaciones entre los 150.000 habitantes de la zona.

La exposición a estas partículas -óxido de azufre, amoniaco y fluoruro de hidrógeno- pueden provocar asma, cáncer de pulmón e incluso una muerte prematura, revela un estudio de 175 páginas realizado por la Comisión Europea en 2018 sobre el impacto de la industria en Gabés.

En los últimos 30 años, cerca de cinco millones de toneladas de fosfoyeso han sido vertidas al mar, creando una espesa capa que cubre el fondo marino y un viscoso lodo marrón que se extiende en el estuario -donde el agua del río y del mar se unen- causando la desaparición de dos tercios de su biodiversidad además de secar las tierras aledañas, antes ricas en cultivos de dátiles y granadas.

«Los peces, que son más inteligentes que nosotros, se han marchado pero nosotros seguimos aquí porque nos sentimos ligados a este lugar, que antes llamábamos Oasis Paraíso», rememora Mabrouk Jabri, originario de Chenini y presidente de la Asociación Tierra y Humanismo, que denuncia las decisiones «irresponsables» de una clase política que sólo buscaba su propio beneficio.

En esta lucha contra el gigante industrial, denuncia Jabri, «la GCT con su dinero ha tratado de ocultarlo e intenta silenciar las voces críticas para poder continuar extrayendo en detrimento de la salud de la gente».

EL TEMOR DEL DESASTRE QUÍMICO

Una bomba de relojería que podría provocar un desastre químico como el ocurrido en Líbano en agosto de 2020, cuando un depósito de nitrato de amonio detonó en el puerto de la capital provocando 200 muertos y 6.500 heridos, advierte el coordinador de la asociación local Stop Pollution , Kheiredinne Dabaya.

«No es nada comparable con lo que podría ocurrir aquí, donde el porcentaje del nitrato es hasta cuatro o cinco veces mayor y la fábrica de amonio ha sufrido ya dos incendios. Si hubiera una explosión del amonio y el gas natural podría ser 50 veces peor», explica el militante.

En 2017 el Gobierno se comprometió a su deslocalización a Menzel al Habib, a sesenta kilómetros de distancia, pero para la sociedad civil sólo desplaza el problema, por lo que defiende su sustitución progresiva por una industria menos contaminante.

En el Día Mundial del Medioambiente, una decena de organizaciones de todo el territorio anuncian movilizaciones para reclamar una transición ecológica, más allá de los discursos políticos, y adoptar una legislación que persiga a los responsables de este ecocidio, la destrucción medioambiental.

«Este 50 aniversario del Grupo Químico es para nosotros 50 años de contaminación y nos vamos a enfrentar a ello», reivindica Debaya. EFE

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