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Polarización en Europa del Este: sus dos caras

Daniel Bochsler

En los países de Europa del Este, la polarización suele estar menos relacionada con diferencias ideológicas y más con redes de corrupción y vínculos criminales. Reconocer esta realidad es fundamental para quienes trabajan en promover la democracia.

Un fantasma recorre Europa: la polarización. La hostilidad constante y la falta de confianza política debilitan la capacidad de llegar a consensos y, en última instancia, ponen en riesgo el funcionamiento mismo de la democracia.

Sin embargo, la polarización en Europa Occidental y Oriental no se manifiesta de la misma manera. En algunos lugares surge a raíz de debates políticos y diferencias ideológicas; en otros, está vinculada a la corrupción y al debilitamiento de la democracia y del Estado de derecho.

Si quienes promueven la democracia en el mundo no distinguen entre estas dos realidades, corren el riesgo de aplicar la estrategia equivocada.

La polarización en Alemania, Francia o Polonia

La forma clásica de polarización se manifiesta hoy en las grandes democracias europeas, como Alemania, Francia o Polonia. Cada vez resulta más difícil construir mayorías, y dependiendo de la configuración política —por ejemplo, un presidente conservador junto a un primer ministro liberal, como ocurre actualmente en Polonia— la búsqueda de consensos se convierte en una tarea dificilísima.

En este contexto, erosionar normas democráticas empieza a considerarse aceptable, porque en los países polarizados un número creciente de ciudadanos cuestiona la legitimidad del otro bando político.

La criminalidad como epicentro de otra polarización

Hostilidades y violaciones a las normas democráticas abundan también en otra serie de países de Europa del Este: Bulgaria, Georgia, Moldavia, Montenegro, Serbia, Eslovaquia o Hungría, todos con graves problemas de corrupción.

Quizá la palabra “corrupción” suaviza demasiado el problema. No se trata de sobornos menores, como pagar a un policía de tránsito, sino de lazos estrechos entre sectores de la política y el crimen organizado, además de la malversación de fondos públicos a gran escala. Ese es el verdadero epicentro de este tipo de polarización.

Naturalmente, en estos países hay políticos, así como actores de la sociedad civil, que se rebelan contra esta situación.

Diez meses de protestas en Serbia

Desde hace diez meses, los estudiantes serbios protestan en defensa del Estado de derecho y contra una política en la que el partido gobernante utiliza al Estado para sus propios fines. Los proyectos de infraestructura se adjudican a empresas cercanas al gobierno a precios inflados y, además, se ejecutan de manera deficiente. El derrumbe del techo de la estación de trenes de Novi Sad dejó 16 muertos, y según la fiscalía, el accidente estuvo relacionado con la malversación de más de 100 millones de euros en contratos de infraestructura.

No hay tema que divida tanto al gobierno y a la oposición como la cuestión del Estado de derecho. Detrás de algunas constructoras que prosperaron gracias a contratos estatales se encuentran personajes que, presuntamente, operan simultáneamente en la política y en el crimen organizado.

Se trata de narcotráfico, exportaciones ilegales de armas, el asesinato de un político opositor y un atentado contra la policía kosovar en el norte de Kosovo. Las conexiones podrían incluso llegar a los niveles más altos del poder: recientemente se difundieron fotos del hijo del presidente Aleksandar Vučić con figuras del crimen organizado, y chats filtrados apuntan a la implicación del presidente y de su hermano con la mafia.

Los efectos en Moldavia y Georgia

Las maniobras criminales de políticos con ciertos “empresarios” —como se los suele llamar eufemísticamente— pueden arrastrar economías enteras al borde del colapso. Moldavia aún no se ha recuperado del escándalo bancario de 2014, cuando las tres principales entidades financieras desviaron, mediante transacciones fraudulentas, el equivalente al 12% del producto interior bruto del país.

Los oligarcas detrás del escándalo bancario siguen hoy presentes como adversarios políticos de la presidenta reformista Maia Sandu en Moldavia.

En Georgia, el magnate Bidzina Ivanishvili fundó y financió el partido gobernante ‘Sueño Georgiano’, y de hecho controla en solitario al gobierno, bajo el cual el país avanza hacia un rumbo cada vez más autoritario. Estos conflictos guardan similitudes con la polarización, ya que generan inevitablemente una pérdida de confianza mutua, y los rivales políticos dejan de ser vistos como actores legítimos.

Sin embargo, ahí terminan las similitudes con la polarización ideológica. En Moldavia, cuando se prohíben partidos, el problema no radica en sus programas o ideas políticas, aunque los partidos afectados a menudo intenten presentarse como víctimas de censura ideológica.

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Moldavia

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Atentados políticos en Eslovaquia

Los conflictos suelen desbordar el ámbito parlamentario, para resolverse en tribunales o en las calles. En Eslovaquia, la demonización de adversarios políticos y de periodistas críticos culminó en 2018 con el asesinato del reconocido reportero de investigación Ján Kuciak y de su pareja, Martina Kušnírová. Seis años más tarde, el primer ministro de tendencia autoritaria Robert Fico fue víctima de un atentado.

El término “polarización” suena a un conflicto simétrico, pero en todos los países mencionados las amenazas y la violencia políticas provienen, en su mayor parte, de un solo bando. Los dos atentados en Eslovaquia dan muestra de ello: el atacante de Fico era, aparentemente, un lobo solitario con motivaciones políticas confusas, mientras que detrás del asesinato del periodista aparecen tramas vinculadas al poder económico. La prensa eslovaca habla incluso de conexiones que alcanzan a la política, incluido al propio Fico, en su rol de primer ministro —tanto antes como ahora.

Quien, siguiendo la analogía con sistemas de partidos polarizados ideológicamente, se limita a lamentar la falta de diálogo o disposición al compromiso, corre el riesgo de minimizar el problema o de ofender la memoria de las víctimas.

La ideología como fachada

La ideología, en la mayoría de estos casos, queda en segundo plano, reducida a veces a un simple efecto colateral. El líder bosnio-serbio Milorad Dodik recurre al nacionalismo serbio para desviar la atenciónEnlace externo de sus abusos de poder. En Hungría, el partido Fidesz de Viktor Orbán lanza campañas contra George Soros o contra los derechos LGBT, con el objetivo de dividir a la oposición y tapar la mala situación económica y la corrupción.

Algo parecido ocurre en Montenegro, donde Milo Đukanović y su DPS (Partido Socialista Democrático) se mantuvieron tres décadas en el poder gracias al clientelismo, la compra de votos y la bandera de la independencia. Đukanović presentaba a los demás partidos como “proserbios” o como cómplices de estos, es decir, como traidores a la independencia. De ese modo se blindaba electoralmente, mientras en la práctica estaba profundamente ligado a la mafia.

Orbán, Dodik y Đukanović tienen un rasgo en común: todos ellos han dado giros ideológicos drásticos a lo largo de sus carreras. Tal vez, entonces, detrás de su ideología no haya convicción, sino cálculo estratégico.

El partido en el poder en Serbia sigue cargando con la herencia de las guerras yugoslavas, pero hoy se sostiene en promesas de crecimiento sin apenas carga ideológica, un control casi total de la televisión y una red clientelar que garantiza votos. El nacionalismo asoma solo de manera ocasional, como recurso para sortear momentos de crisis.

En Georgia, el partido gobernante se apuntó en las elecciones de 2024 el logro de haber obtenido el estatus de candidato a la Unión Europea. Con ello se apropió de la bandera central de la oposición y buscó borrar diferencias programáticas. Pero era una maniobra engañosa: incluso antes de los comicios, el abuso de poder ya bloqueaba las negociaciones con Bruselas. Tras la votación, el gobierno terminó por cerrar la puerta al proceso de adhesión.

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Qué cambios trae Europa del Este para los actores globales

Por otro lado, la política de los países pequeños de Europa Occidental ha seguido una receta probada contra la polarización: apostar por la inclusión y el compromiso. La célebre “fórmula mágica” suiza sigue siendo un ejemplo. Aunque en Europa Occidental —en países como Francia o Alemania— hoy esté muy cuestionada, en Europa del Este los actores internacionales suelen apostar por el diálogo y la búsqueda de acuerdos.

Sin embargo, frente al “segundo rostro” de la polarización, esa invitación al diálogo coloca a la oposición y a la sociedad civil en un dilema. Incluso en países marcados por la corrupción y estructuras mafiosas, a veces los pactos pueden abrir la puerta a una redemocratización y a fortalecer el Estado de derecho. Es lo que ocurrió en Macedonia del Norte. Allí, un escándalo de corrupción y escuchas ilegales desencadenó en 2015 protestas, que luego derivaron en un acuerdo entre gobierno y oposición para crear una fiscalía especial, convocar elecciones anticipadas y propiciar un cambio de gobierno.

No obstante, esa fórmula solo funciona si al menos una parte del partido gobernante está dispuesta a aceptar reformas reales y a renunciar al poder. Por eso, diálogo y compromiso no deberían presentarse nunca como una receta universal.

Quien pacta con el crimen organizado corre el riesgo de terminar con las manos manchadas de sangre.

Si la comunidad internacional presiona a la oposición y a la sociedad civil para que se sienten a dialogar, lo único que consigue es exponerlas a la deslegitimación. En Macedonia del Norte, el diálogo funcionó en 2015 porque la comunidad internacional obligó al primer ministro a dimitir, aceptar un gobierno de transición y enfrentar investigaciones judiciales.

Editado por Benjamin von Wyl. Adaptado del alemán por Carla Wolff.

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