
La voz de una superviviente de Hiroshima contra las armas nucleares

Una superviviente de Hiroshima relata el estigma de haber sobrevivido al «infierno» y su lucha por la paz y un mundo sin armas nucleares.
El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó una bomba atómica sobre Hiroshima. Tres días después, una segunda bomba cayó sobre Nagasaki. Los bombardeos obligaron a Japón a rendirse, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial, pero a un coste devastador: se estima que murieron 210.000 personas.
Michiko Kodama tenía siete años y se encontraba dentro de un edificio escolar en las afueras de la ciudad de Hiroshima, a unos 4 km del hipocentro cuando explotó la bomba.
Kodama sobrevivió a la explosión y sus consecuencias, convirtiéndose en una de las últimas hibakusha, término japonés para referirse a las personas supervivientes de la bomba atómica. Hoy en día, el número de hibakusha que siguen vivos ha descendido, con una cifra por debajo de los 100.000 y una edad media superior a los 86 años. En el Japón de posguerra, ocupaban una posición compleja y a menudo dolorosa en la sociedad: eran temidos, estigmatizados y, en ocasiones, incluso culpados. Muchos eran incapaces de hablar abiertamente sobre lo que habían sufrido.
Grabado en la memoria
«La gente decía que los hibakusha no debían casarse», cuenta a Swissinfo. «Que nuestros hijos nacerían con discapacidades. Que llevábamos la radiación como una enfermedad. A los hibakusha nunca se nos permitió vivir como seres humanos».
Durante más de una década, Kodama permaneció en silencio y no habló de lo que había presenciado de niña. Esas escenas quedaron grabadas en su memoria.
Recuerda haber visto «el infierno» y «a gente huyendo del hipocentro con la piel quemada y colgando de sus cuerpos, suplicando desesperadamente por agua». «No pude ayudarlos, no tenía nada», dice.
Los recuerdos de ese día aún la persiguen. Nunca pudo apartarse de la ansiedad que le generaban esas imágenes, pero la vida continuó.
*Este vídeo contiene contenido gráfico y potencialmente perturbador, incluyendo escenas de violencia. Su finalidad es informativa y puede no ser adecuado para todos los públicos.
A pesar del miedo, Kodama se casó y tuvo una hija. «Cuando me quedé embarazada, me preguntaba: ¿Mi hija estará sana? ¿Sobrevivirá?».
Su hija murió de cáncer en 2011. Michiko todavía se pregunta si fue culpa suya.
Más tarde se unió a Nihon HidankyoEnlace externo, una organización que representa a las personas supervivientes de las bombas atómicas lanzadas en Japón. En 2024, la organización recibió el Premio Nobel de la Paz. Para Kodama, secretaria general adjunta de la organización, fue no solo un reconocimiento a años de dolorosa lucha contra el silencio, el estigma y la discriminación, sino también una advertencia para el futuro.
Una voz para el futuro
En la actualidad, Kodama continúa alzando la voz, guiada por un firme sentido de responsabilidad. Es una defensora de la paz y de un mundo sin armas nucleares. Se ha convertido en una voz destacada de Nihon Hidankyo, recorriendo Japón y el mundo para compartir su testimonio. Ha dado charlas en escuelas, en conferencias internacionales y en las Naciones Unidas.
En los últimos años, la amenaza de las armas nucleares ha vuelto a ocupar los titulares mundiales. Los conflictos en Ucrania y Oriente Medio, el aumento de las tensiones en Asia Oriental y la carrera armamentística mundial han reavivado los temores de una escalada nuclear.

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«Los hibakusha seguimos vivos y estamos enfadados», afirma Michiko Kodama. «Sin embargo, tarde o temprano desapareceremos. Para que las generaciones futuras no tengan que pasar por la misma experiencia que nosotros, debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos». Kodama cree que, como hibakusha, tiene el deber de alzar la voz, recordar y garantizar que las experiencias del pasado no caigan en el olvido.
Como hibakusha, afirma que estos acontecimientos le afectan personalmente. «Ya lo hemos vivido. Conocemos los daños que causan las armas nucleares», afirma. «No más hibakusha […] debemos abolir las armas nucleares».
«Debería ser una abuela disfrutando del sol», afirma. «En cambio, incluso a mis 87 años, sigo contando esta historia. Porque alguien tiene que hacerlo».
Editado por Virginie Mangin. Texto y vídeo adaptados del inglés por Carla Wolff.
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