Irak cierra sus campos de desplazados, último refugio para familias vulnerables

Sólo quedan algunos toldos y barras de metal azotados por el viento del gran campo de desplazados iraquíes, instalado hace cinco años en el complejo turístico de Habbaniyah y que fue evacuado esta semana en menos de 48 horas, a una rapidez que preocupa a muchas oenegés.
El gobierno iraquí parece dispuesto a evacuar todas estas ciudadelas de tiendas de campaña, que se multiplicaron con la emergencia del grupo Estado Islámico (EI) en 2014, pero varios desplazados y oenegés consideran que no están garantizadas las condiciones de un retorno seguro.
En un autobús que se lleva a los desplazados de Habbaniyah, en el oeste de Irak, Zainab, su marido y sus seis hijos tuvieron que dejar atrás la vida que se habían construido en el campamento para ser enviados… ¡a otro campamento!
«No podemos volver a casa», dice la mujer a la AFP. Su tribu, una institución esencial en Irak, los acusa de haber apoyado al EI. Injustamente, dice, pero ahora sobre ellos pesa una amenaza de «cárcel» o ser víctimas de una «matanza».
Ali, por su parte, va a volver a su ciudad de Al Qaim, a 250 km de distancia. Pero tendrá que pagar un alquiler hasta que tenga los medios de reconstruir su casa.
El responsable local del ministerio de Desplazados, Mustafa Serhan, asegura que «estas familias no son sometidas a retornos forzados ni a salidas precipitadas: los campos de Anbar (la provincia donde está Habbaniyah) fueron abiertos hace cinco, seis o siete años. ¿De qué precipitación hablan?»
– Millones de desplazados –
En 2016, 3,2 millones de iraquíes eran desplazados. Tres años después de la victoria sobre el EI, son 1,3 millones, de los cuales 20% viven en estos campos y el resto en viviendas alquiladas.
Aunque Irak había anunciado múltiples veces que quería cerrar los campos, el proceso se aceleró en octubre.
Entre el 18 y el 30, cinco campamentos –en las provincias de Bagdad, Kerbala y Diyala– fueron cerrados. Pero más de la mitad de sus habitantes no pudieron volver a sus casas, según la Organización Mundial para las Migraciones (OIM).
Entre el 5 y el 11 de noviembre, más de 6.000 de los 8.000 desplazados de Hammam al Alil fueron obligados a salir de las instalaciones, para ir a sus casas en ruinas o hacia otros campamentos.
«Con estos cierres precipitados se corre el riesgo de que tengamos a más de 100.000 personas sin hogar al principio del invierno y en plena pandemia del covid-19», advierte el Consejo Noruego para Refugiados.
«Irak se ha comprometido a que los retornos sean viables, transparentes y se hagan de forma digna, pero todas esas condiciones no son respetadas», acusa un voluntario de una oenegé.
El año pasado, varios desplazados ya dijeron que fueron amenazados. De ellos, 60% aseguran que volvieron en contra de su voluntad y 44% fueron llevados a otro campo, según un reciente estudio.
Las autoridades alegan que estos regresos permitirán reconducir la ayuda humanitaria e internacional de los campamentos hacia la reconstrucción.
La intención es positiva, conviene Belkis Wille de Human Rights Watch, «pero no por ello se debe forzar a la gente a retornar en contra de su voluntad a regiones donde son más vulnerables».
Al producirse los primeros anuncios de cierre de campos, la jefa de asuntos humanitarios de la ONU en Irak, Irena Vojackova-Sollorano, subrayó en un comunicado que estas medidas habían sido «adoptadas independientemente de la ONU».
Su oficina aceptó inicialmente una entrevista con la AFP, a medida que se iban cerrando los campos, pero de forma súbita renunció a finalmente a concederla.
mjg/sbh/feb/on/me/es