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La guerra acelera el efecto dominó de la segunda desintegración soviética

Moscú, 30 sep (EFE).- La guerra en Ucrania ha acelerado el proceso ya conocido como la segunda desintegración soviética, en la que las antiguas repúblicas se alejan cada vez más del Kremlin, tanto desde el punto de vista político como económico.

La clara victoria electoral del Gobierno europeísta y el descalabro prorruso en las elecciones parlamentarias del domingo en Moldavia confirma la tendencia. La ideología revanchista anclada en el pasado que propone Moscú no es atractiva para sus vecinos.

Aunque la Unión Soviética no existe desde 1991, la dependencia de las antiguas colonias de la metrópoli siguió siendo muy aguda hasta 2022, especialmente desde el punto de vista energético.

Además, las inercias eran demasiado fuertes y las fuerzas vivas que asumieron el poder tras la independencia habían nacido bajo los dogmas de la economía planificada y la total obediencia a Moscú.

El efecto dominó

La inmersión total de Rusia en la guerra ha permitido ahora a estos países romper las cadenas y buscar alternativas y oportunidades en Europa, China y Estados Unidos.

Del «divorcio civilizado» -como lo definió el propio presidente ruso, Vladímir Putin- que supuso la desaparición de la URSS y la creación de la Comunidad de Estados Independientes, hemos pasado a una ruptura más dolorosa.

El efecto dominó es imparable. De las quince repúblicas soviéticas, sólo Bielorrusia, que acoge armas nucleares tácticas rusas, es realmente leal a Moscú, mientras Georgia, enfrentada a la Unión Europea, se encuentra en tierra de nadie.

Moldavia está a la vanguardia en la lucha contra el Kremlin. A día de hoy, la república hermanada culturalmente con Rumanía encabeza la carrera por ingresar en la UE por delante de Ucrania, pese a ser hasta hace poco el país más pobre del continente.

El resto ve a Rusia, en el mejor de los casos, como un socio comercial, más aún con las draconianas políticas migratorias rusas que persiguen a los trabajadores centroasiáticos en favor de los nuevos aliados asiáticos como India, Vietnam o Bangladesh.

El extranjero cercano se aleja de Moscú

Con su campaña militar, el presidente ruso, Vladímir Putin, no ha hecho sino convencer hasta los más escépticos de su extranjero cercano que aún alberga el sueño de revivir el desaparecido Estado totalitario y agravar «la mayor tragedia del siglo XX», el hecho de que millones de rusos se convirtieran de la noche a la mañana en extranjeros.

Por ello, ni un sólo país de la región ha apoyado la guerra o reconocido la anexión de la península de Crimea y de las otras cuatro regiones ucranianas, más aún de un cambio de régimen en Kiev.

«Por primera vez en toda su historia Rusia combate en solitario contra todo Occidente. En la primera y la segunda guerras mundiales teníamos aliados. Ahora, no tenemos aliados en el campo de batalla», admitió Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores ruso.

Rusia está perdiendo a marchas forzadas el control del Cáucaso. Incluso el presidente de EE.UU., Donald Trump, le ganó la partida a Putin al acoger en la Casa Blanca la firma de un preacuerdo de paz.

Armenia, decepcionada con la actitud rusa en Nagorno Karabaj, ha firmado acuerdos de compra de armamento con Francia, celebrado maniobras con Estados Unidos y congelado su participación en la alianza militar postsoviética.

Le siguió Azerbaiyán. El grave error cometido por Putin al no castigar a los culpables del derribo en diciembre de 2024 de un avión de pasajeros azerbaiyano llevó a Bakú a ignorar el 80 aniversario de la Victoria sobre Alemania, un desplante sin precedentes.

China, el nuevo amo en Asia Central

Rusia ya no exporta hidrocarburos ni a Ucrania ni a Azerbaiyán ni a Moldavia, ni electricidad a los bálticos. La palanca de influencia política de Gazprom -los cortes de gas antaño podían derrocar gobiernos- sólo funciona en unos pocos casos.

Algunos países como Kazajistán tienen buenas relaciones con el Kremlin, pero miran de reojo a China y Occidente, ya que tiene una importante minoría rusa, cuya presencia le obligó ya a trasladar la capital de Almaty a Astaná.

Astaná, que cedió a Pekín la construcción de su segunda y tercera centrales nucleares, comerció el pasado año con China por valor de 43.800 millones de dólares, 15.000 millones más que con Rusia.

A su vez, el gigante asiático se ha convertido en el principal socio comercial de Uzbekistán, el país más poblado de la región, con un incremento del 23 % de los intercambios en lo que va de año.

La mitad de las inversiones directas chinas en el continente eurasiático tiene como destino Asia Central, donde Estados Unidos ha firmado un acuerdo con Uzbekistán para la venta de 22 Boeing por 8.000 millones de dólares, según anunció Trump.

Además, los kazajos comprarán locomotoras, vagones y material ferroviario a la corporación estadounidense Wabtec por 4.200 millones de dólares.EFE

mos/lab

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