Las mujeres del desierto pelean por la igualdad como motor social del Néguev
Sara Gómez Armas
Desierto del Néguev (Israel), 7 mar (EFE).- Como mujeres en sociedades patriarcales y miembros de minorías del desierto del Néguev, la beduina Amal y la sefardí Shula saben bien qué es sentirse ignoradas y silenciadas, pero eso no les ha impedido liderar un cambio de rumbo en sus comunidades por la justicia y la igualdad.
Ambas han crecido en ese árido desierto del sur de Israel, un hábitat duro que les ha impregnado un carácter luchador y resiliente en un área históricamente marginada desde el nacimiento del Estado judío, con escaso presupuesto y servicios públicos deficientes.
«Desde niña entendí qué significaba ser ciudadana de segunda clase en Israel, tratada diferente a la población judía; y qué implicaba ser mujer en un sistema patriarcal, considerada diferente a los hombres dentro de mi propia sociedad», cuenta a Efe Amal Elsana, líder comunitaria en Lakiya, pueblo beduino de 15.000 habitantes.
PASTORA CON 5 AÑOS
Amal fue la quinta hija en una familia beduina que ansiaba un varón, pero pronto se rebeló contra el espacio que su sociedad había reservado para ella, «la cocina», y con cinco años decidió ser pastora, lo que le permitió «crecer y soñar, libre y salvaje, con cincuenta ovejas».
Allí desarrolló las cualidades de liderazgo que explota ahora al frente de varios proyectos que buscan la igualdad de mujeres beduinas y su emancipación económica, mejorando su acceso a la educación y al mercado laboral, ya que más del 80 % estaban desempleadas hasta hace 20 años.
Empezó en 1989, montando aulas en tiendas en el desierto, y después fundó la organización «Bordados del desierto» para vender tejidos y bisutería de tradición beduina, «una labor arraigada en su identidad y que les permite trabajar desde casa y cuidar de sus hijos».
«Comenzamos con siete mujeres y ahora somos 150», indica Amal desde la tienda donde venden a turistas esas artesanías, único ingreso para la mayoría de esas mujeres, algunas abandonadas por sus maridos al encontrar una segunda esposa y otras sin estatus de ciudadanas al venir de los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania.
DEMOLICIONES Y CONFISCACIONES
Otra de las experiencias que marcó a Amal desde niña fue ver cómo la policía israelí entró a Lakiya y demolió decenas de casas beduinas -comunidades palestinas, rurales y nómadas, que quedaron dentro de las fronteras del Estado de Israel en 1948- al estar construidas «de manera ilegal».
«Los beduinos somos el 30 % de la población del Néguev, pero solo ocupamos el 3 % del territorio. De las 120 comunidades que Israel impulsó en la zona en los cincuenta, solo 11 fueron para nosotros, el verdadero pueblo indígena de esta tierra que no reconocen como nuestra, por lo que sufrimos demoliciones, confiscaciones y desplazamiento», lamenta.
Amal se convirtió en activista para combatir esa doble discriminación y su hija Adan, con 19 años, ha tomado el testigo de esa lucha, como mujer y como beduina, para ser reconocidas como ciudadanas israelíes de pleno derecho, pero sin olvidar su identidad palestina.
Aunque reconoce que en su comunidad todavía hay un estigma hacia las mujeres que alzan la voz: «Estoy luchando por mi tierra y mis derechos. Piensan que por ser mujer debería sentir vergüenza y estar callada. Es triste que aún ocurra eso cuando la generación de mi madre ya luchó contra esto», lamenta.
«Muchas cosas han cambiado pero la sociedad patriarcal persiste. Como mujeres beduinas, no solo estamos oprimidas por la ocupación (israelí), también sufrimos opresión dentro de nuestra comunidad solo por ser mujeres», subrayó Adan Alhjooj, quien, como su madre, promueve proyectos que integren a todas las etnias del Néguev -árabes, incluidos beduinos y judíos-, «única manera de lograr una coexistencia entre iguales en Israel».
SEFARDÍES EN EL DESIERTO
A 50 kilómetros al sur de Lakiya, se erige Yeruham, ciudad nacida en los cincuenta para acoger comunidades judías que emigraban a Israel, la mayoría sefardíes procedentes del norte de África, como Shula Knafo, que llegó en 1962 con seis años con su familia desde Casablanca.
Considerados en los albores del Estado israelí como ciudadanos de categoría inferior, muchos sefardíes fueron ubicados en el desierto, mientras que los judíos asquenazíes, originarios de Europa central, conformaron las élites que fundaron la nación y ocuparon las zonas urbanas y pueblos del norte, más ricos en recursos naturales.
Shula creció en las calles aún sin asfaltar de Yeruham de «forma muy primitiva» bajo la estricta batuta de su padre. Por eso, con solo 18 años, decidió que tenía que casarse con el primer hombre que encontrara.
Se liberó del yugo paterno, pero no del patriarcal: «Mi marido era tan primitivo como mi padre», recuerda Shula, quien durante décadas cumplió con el papel de ama de casa asignado por la sociedad, hasta la muerte de su marido en 2006.
«Fue devastador para mí, en lo emocional y financiero. No tenía pensión ni ahorros ni ingresos», cuenta Shula, quien pasó tres años limpiando cinco casas al día para salir adelante, hasta que se embarcó en 2009 en el proyecto «Reinas culinarias», mujeres que organizan comidas sefardíes en sus casas a grupos de visitantes, para exprimir el potencial económico del desierto y reinvertir parte de los ingresos en su comunidad.
«Como mujer he tenido que hacer muchos sacrificios y esforzarme aún más para salir adelante. Ha sido difícil, pero ahora me siento empoderada y feliz», afirma.
Shula tardó años en entender la importancia de que las mujeres sean independientes económicamente, una lección que ha transmitido a sus hijas quienes ahora le ayudan en los múltiples proyectos sociales que lidera: alimentos para familias sin recursos, donaciones de material escolar, excursiones a la playa para niños que nunca han visto el mar…
«A mí me ayudaron cuando lo necesité y ahora tengo que hacer lo mismo. En mi casa siempre habrá un plato de comida para quien lo necesite», concluye desde Yeruham, adonde cada vez llega más presupuesto estatal gracias a la lucha conjunta de las minorías del Néguev. EFE
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