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Pasatiempos favoritos de los afganos ante la amenaza del regreso al poder de talibanes

Un vendeur de cometas en el mercado de Shor, Kabul, el 9 de junio de 2021 afp_tickers

Cuando los talibanes ejercieron el poder en Afganistán entre 1996 y 2001, varios de los pasatiempos favoritos de la población, como hacer volar cometas, ir a la manicura o tocar y escuchar música, fueron prohibidos por considerarlos contrarios a los preceptos del islam.

Estas actividades se reanudaron tras la caída del régimen fundamentalista, pero podrían estar si regresan al poder los insurgentes, cuya clara intención es restablecer su emirato islámico.

Algunas actividades amenazadas por los talibanes:

– Intérprete de japani –

Sayed Mohamad es músico profesional y ejecuta el japani, instrumento de cuerdas tradicional en Asia Central.

Aún recuerda, hace 20 años, cuando los talibanes irrumpieron de noche en la casa donde él y amigos tocaban y cantaban.

La interpretación estricta de la Sharia (ley musulmana), impone que solamente la voz humana debe producir música para alabar a Dios. “Yo era joven, y me golpearon menos que a mis amigos”, indico Sayed, de 40 años, en la provincia de Kandahar (sur). “Pero, no pude ponerme de pie durante tres días”. A un amigo, con menos suerte, le cortaron los dedos.

Con la expulsión de lo talibanes del poder por una coalición liderada por Estados Unidos, en 2001, lo celebraron yendo a un concierto.

“Cuando se tocaba música, sentía emoción en todo mi cuerpo, estaba feliz”, recuerda. “Aquel concierto fue una explosión (…) éramos libres para comenzar una nueva vida” comenta.

Luego, muchos afganos como Sayed se convirtieron en músicos y cantantes profesionales.

“No hay placer (…) si vivimos con miedo y restricciones”, afirma este padre de ocho hijos, quien está decidido a vivir su pasión hasta el final, aún si los talibanes retornan al poder. “Es como una droga. Incluso si nos cortan los dedos, seguiremos”, advierte.

– Maquilladora –

En el primer piso del salón Henna, entre los más reputados de Kabul, inaugurado en 2015 en el barrio moderno Shar-e-Now, Farida coloca a una novia grandes pestañas postizas y en sus labios aplica un carmín oscuro y espeso.

Aquí las mujeres, a salvo de las miradas de los hombres, que tienen el acceso prohibido, disfrutan de las aplicaciones de cera depilatoria, ungüentos y esmalte de uñas.

Extravagancias pagadas entre 20.000 y 50.000 afganis (250 a 625 dólares), y que los talibanes –que habían prohibido los salones de belleza– detestan.

“Con los talibanes, estos salones estaban cerrados. Si retornan, nunca tendremos libertad como ahora”, admite Farida, de 27 años.

“No quieren que las mujeres trabajen. Cuando los estadounidenses se vayan, ¿quién nos apoyará?”, pregunta la joven.

– Fabricante de cometas –

En un animado mercado de Kabul, rodeado de centenares de cometas, Zelgai esta decidido a no abandonar este negocio familiar que remonta a generaciones.

Los talibanes prohibieron las cometas so pretexto de que distraían a los jóvenes de sus obligaciones religiosas.

Pero Zelgai y su familia continuaron su actividad. “Por supuesto, a escondidas”, comenta en su tienda del mercado Shor.

En su colorida boutique ofrece centenares de cometas prontas para volar. También tiene pedidos especiales, más elaborados. El negocio marchó bien con la partida de los talibanes.

“Es la libertad (…) Podemos exhibir y vender nuestras cometas abiertamente, sin temor”, agradece Zelgai, de 59 años.

Esta pasión es conocida en el exterior gracias al libro, llevado al cine, “Las cometas de Kabul”, del afgano Jaled Hoseini.

Cuando sopla viento, pueden verse miles de cometas en el cielo azul de Afganistán.

Hay combates de cometas en los que los ‘pilotos’ muestran sus habilidades intentando derribar otras con vidrios cortantes adheridos a las suyas.

– Breakdancing –

Cuando comenzó a practicar breakdance, Manizha Talash sabía que sería objetivo de los talibanes.

Ella es la única mujer de un grupo de bailarines de la etnia hazara, que practican breakdance en Kabul.

Con 18 años, Manizha sueña con representar al país en los Juegos Olímpicos, pero los riesgos son numerosos.

No solamente es una chica que practica una actividad prohibida por los talibanes, sino que pertenece a la minoría chiita hazara, considerada herética por los musulmanes radicales.

“Si los talibanes no cambiaron, si encierran a las mujeres en sus casa y pisotean sus derechos, entonces la vida carecerá de sentido para mí y para millones de mujeres”, aseveró. Entretanto su pequeña ‘troupe’ ya tuvo que cambiar de lugar de ensayo tras ser amenazada.

Muchas mujeres fueron pioneras en Afganistán y Manizha se autopercibe como tal. “Antes, no había mujeres policías. Ahora las ves en todas partes (…) el miedo está en mi corazón, pero no me rendiré, aunque vuelvan los talibanes, seguiré el breakdance”, promete.

– Fumador de narguile –

Junto a un río que atraviesa la ciudad de Jalalabad (este), Mohamad Salem y sus amigos están reunidos alrededor de un narguile, hábito ancestral que se ha puesto de moda en varios lugares del mundo.

“Fumar narguile es muy normal actualmente en Afganistán”, afirma Mohamad, en tanto disfruta de fumar tabaco con sabor a frutas de la pipa de agua burbujeante.

Para los talibanes es un estupefaciente prohibido por el Islam.

Desde su caída, los bares de narguile se multiplicaron en el país. Sirven té al azafrán a sus clientes que fuman.

Bajtya Ahmad. propietario de uno, cree que el narguile es bueno para mantener a los jóvenes fuera de las calles y de las drogas.

“Aquí hay paz. Servimos narguile y tocamos música”, observa Bajtya. “Si los talibanes vuelven con sus viejas ideas, nos detendrán”.

Sus clientes opinan igual. “Ya no podremos ir a fumar a orillas del río como hoy”, lamenta Mohamad.

– Peluquero –

La peluquería de Mohamad Ghaderi, en Hérat (este), está en pleno apogeo. Los jóvenes llegan a afeitarse o por un peinado moderno, como los de sus actore de cine favoritos.

“Afganistán entró a un mundo nuevo”, clama Mohamad, peluquero desde hace una década, “hay más peluqueros, más jóvenes que siguen la moda (…) El gobierno no se opone como lo hacían los talibanes”.

“Nos preocupa que si los talibanes entran a la ciudad y al mercado sean los mismos que hace 20 años”, señala.

“Las mujeres volverán a utilizar la burka y los jóvenes no tendrán libertades”, coincide Sanaulá Amin, uno de sus clientes.

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