«Sin inmigración, Suiza perdería un tercio de su población con cada generación»

Suiza es un país de emigración y, al mismo tiempo, registra una alta tasa de inmigración. «Eso es típico de un país abierto y globalizado», declara el analista político Michael Hermann. Lo entrevistamos.

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Swissinfo: Michael Hermann, ¿usted también ha sentido
alguna vez ganas de emigrar?
Michael Hermann: Yo emigré de una zona rural del cantón de Berna a la ciudad de Zúrich.
Para mí, aquello fue una emigración en toda regla, y llegar a Zúrich no fue nada fácil, pero ahora he acumulado aquí mi capital social y no quiero perderlo.
Entonces, ¿no le apetece explorar otros horizontes ni le cansa lo que ya conoce?
No, no me quiero mover de aquí.
Suiza es un país que atrae mucha inmigración. ¿Eso demuestra que hace muchas cosas bien?
Sí, pero también influye que está bien situada geográficamente, y sus paisajes, sus montañas increíbles y sus hermosos lagos, que son una maravilla, ya estaban ahí. Al no contar con recursos naturales, Suiza tuvo que esforzarse mucho para salir adelante. Y esto supuso una ventaja. Otros países que podían aprovechar sus recursos actualmente van mucho más rezagados.
Sin embargo, su cultura liberal, orientada al ciudadano, también contribuyó a que Suiza se convirtiera en un lugar atractivo para vivir y trabajar. Esto ejerce hoy un efecto magnético sobre muchas personas que no viven aquí, pero que aprecian el potencial de este país.
¿Cuál es el precio de este éxito?
Llega mucha gente en poco tiempo y esto plantea numerosos retos. Nuestra infraestructura se ve sometida a una gran presión, que afecta no sólo a los transportes, sino también al mercado de la vivienda y a los espacios naturales donde relajarse.
Al final, esto provoca una actitud defensiva. La gente piensa que no vivimos en Manhattan, sino en un país con raíces rurales. Muchos se preguntan hacia dónde nos lleva todo esto. Los problemas derivados del crecimiento son reales, pero también es cierto que, cuando se trata de inmigración, el coste se ve más directamente que el beneficio.
¿Cuáles son los beneficios?
Para percibirlos, hay que echar un vistazo al pasado. Cuando acabó la Guerra Fría, Suiza vivió una fase de estancamiento económico. Sin embargo, desde mediados de la década de los 2000 presenta una gran solidez –también en comparación con sus vecinos–, con un buen crecimiento y suficiente dinero en las arcas públicas para desarrollar las infraestructuras. Ha mantenido la estabilidad incluso en tiempos de crisis.
Y el inicio de esa fase de solidez coincidió con el momento en que se intensificó la inmigración, no sólo de mano de obra poco preparada, sino también de personal altamente cualificado.
El hecho de que vengan personas con iniciativa genera un enorme dinamismo. Nos ayudan precisamente cuando nosotros mismos quizá nos hayamos vuelto algo comodones.
Sin embargo, la emigración también ha aumentado mucho. Suiza es un país de inmigración y de emigración al mismo tiempo. ¿No resulta contradictorio?
No es ninguna contradicción. Un país de inmigración es un país abierto y esa apertura puede ir en ambos sentidos. Es obvio que llega más gente de la que se va, pero la economía suiza es fuerte, la gente tiene dinero y una educación reconocida, y también puede emigrar.
A esto se suma la generación de jubilados que, con su pensión, tiene menor poder adquisitivo en Suiza que, por ejemplo, en España u otro país con un coste de vida bajo. Para ellos resulta atractivo emigrar tras la jubilación. Podría criticarse que esas pensiones no se gastan en Suiza, pero las personas que emigran también dejan de hacer uso de las infraestructuras.
¿Se van y dejan espacio?
Exactamente. No obstante, la emigración también tiene su precio. Quien se marcha renuncia a sus contactos y a un apoyo social que facilitan la vida. También hay buenas razones para quedarse.
¿Usted considera el capital social en sus reflexiones
sobre emigración e inmigración?
Desde luego. Piense en personas que llegan en condición de refugiados, como, por ejemplo, una médica de Sudán. Tiene que empezar aquí desde cero. Estas personas pierden mucho: desde su prestigio hasta sus redes de apoyo.

El tema de la vivienda también es una cuestión de redes de contactos sociales: debido a la inmigración hay más personas en el mercado inmobiliario, pero los locales a menudo gozan de ventajas en comparación con los recién llegados, simplemente porque están dentro del tejido social. En mi entorno, la mayor parte de la gente encuentra vivienda por canales no oficiales.
Las personas que inmigran, sean expatriadas o no, no cuentan con esas redes y deben buscar en el mercado inmobiliario. Terminan pagando alquileres considerablemente más altos, porque se tienen que conformar con lo que hay en el mercado.
De este modo, contribuyen al aumento de los precios.
No obstante, también hay que tener en cuenta que sus arrendadores suelen ser inversores que invierten en fondos de pensiones. Las personas migrantes pagan y, por consiguiente, también aseguran nuestras pensiones, mientras que la población suiza suele habitar viviendas con alquileres más bajos o en propiedad.
Además, todos los propietarios y herederos de viviendas –la mayoría locales– se benefician de esta situación ya que el valor de sus inmuebles aumenta.
Bueno, dependiendo de la ubicación.
Claro, pero esta dinámica ya ha alcanzado gran parte del país.

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¿Quiere decir con esto que todo el país se está
gentrificando?
El término «gentrificación» tiene connotaciones negativas, pero en realidad describe una valorización. Todos queremos bienestar y buenos ingresos. Nuestro país está mejorando socialmente y vivimos mejor. Eso no es algo negativo.
Es inevitable que ciertas cosas se encarezcan, especialmente la vivienda, porque no es tan fácil aumentar el espacio habitable, sobre todo en Suiza, donde se ponen tantas trabas a la construcción.
La situación del mercado laboral es diferente. Cuando empezó a permitirse la libre circulación de personas, la gran preocupación era que aumentara el desempleo.
Se temía que nos quitasen el trabajo, pero ocurrió todo lo contrario, porque esas personas dinamizan la economía, surgen nuevas empresas y se crean empleos.
Usted describe la inmigración como motor de la prosperidad, de modo que necesitamos inmigración para mantenerla. ¿Dónde hay que poner el límite?
A largo plazo, no me preocupa una inmigración excesiva. La población mundial disminuirá en un futuro cercano, y lo hará rápidamente.
Actualmente, la tasa de natalidad entre las suizas ya es inferior a 1,3 hijos, lo que significa que, sin inmigración, se perdería un tercio de la población con cada generación.
Si nos fijamos en el este de Alemania, donde ya se está produciendo un descenso poblacional, se ven claramente los retos que esto supone: falta dinero, hay que cerrar escuelas, no hay transporte público. Los procesos de decrecimiento son más difíciles de manejar que las fases de crecimiento.
Además, incluso aunque no decrezcamos, en Suiza a veces falta dinamismo: en el campo cierran los negocios de hostelería y los centros de los pueblos se vacían. Una región estancada me preocuparía más que una región en crecimiento.

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Entre la necesidad económica y las tensiones sociales, ¿cómo equilibrar la inmigración?
Muchas cosas están cambiando, y la UDC (partido conservador) explota ese estado de ánimo: uno se siente extranjero en su propio país, esta ya no es nuestra Suiza. Usted realiza encuestas de opinión: ¿es posible medir ese sentimiento?
Sí, pero ha ido cambiando con el tiempo. En los años setenta se centraba en los italianos; en los noventa, en los yugoslavos refugiados de las guerras de los Balcanes.
Después fueron los alemanes quienes nos provocaron esa sensación de extrañeza. Ya casi nadie habla de ellos. Ahora son los expatriados.
Sin embargo, nuestras encuestas muestran un nuevo cambio: el clásico miedo a la extranjerización de los años setenta ha ido perdiendo importancia. La mayoría de la población considera que Suiza se enriquece culturalmente con la inmigración.
El malestar se ha trasladado ahora a la preocupación por la sobrecarga de las infraestructuras. Por ello, este tema ya no sólo inquieta en entornos conservadores rurales, sino que muchos izquierdistas urbanos también sienten la presión.
Esa clase media urbana que ahora siente que no puede permitirse mudarse ni comprarse una casa familiar ha perdido capacidad de movimiento. ¿Se está abriendo una brecha en la movilidad residencial?
Lo cierto es que se corre el riesgo de que se produzca un círculo vicioso. Las personas mayores suelen vivir en casas demasiado grandes, pero no se mudan, porque un piso más pequeño les saldría más caro. De esta manera, se desaprovecha cada vez más el espacio disponible.
Al mismo tiempo, la población suiza nunca se ha movido mucho. Lo tenemos comprobado. La gente se muda poco después de los 20 años, para trabajar o estudiar. Luego, entre los 30 y 45 años, cuando forma una familia, y después prácticamente no se mueve. Es algo muy suizo.
Sin embargo, sí existe el sueño de la movilidad. El programa sobre la comunidad suiza en el extranjero de la SRF «Auf und davon» ya va por la 16.ª temporada y sigue gustando al público. ¿Cómo lo explica?
Resulta cómodo seguir esos sueños –que existen– desde el sofá. Hacer un gran viaje es el sueño de muchísimas personas en Suiza, lo sabemos también por las encuestas.
Esto tiene que ver con el pequeño tamaño del país. En Suiza se llega rápidamente a la frontera y eso hace que lo que ocurre al otro lado nos parezca cercano.
Tradicionalmente somos un país abierto, lugar de origen de muchas personas que también emigraron para trabajar y emprendieron negocios en el extranjero, como Louis Chevrolet.
Esto ha cambiado. Hoy la gente se marcha dos o tres años durante una etapa de su carrera profesional. ¿Eso es típico de un país globalizado?
Es un patrón de movimiento típico de un país muy rico con personas muy bien formadas. Y lo que usted describe no es otra cosa que ser expatriado.
Nosotros enviamos expatriados a otros países, como EE. UU., Dubái o Singapur. Se quedan allí unos años, pero nunca acaban de romper sus lazos con Suiza, y por eso nunca se integran del todo.
Y cuando vuelven a Suiza, ¿traen más internacionalidad consigo?
Somos un país globalizado. Aunque intentemos frenarla, será imposible revertir esta tendencia.
Editado por Samuel Jaberg. Adaptado del alemán por Cristina Esteban / CW. Audioproduktion: Michele Andina
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Muchas personas emigran a Suiza, y también muchas se marchan del país alpino


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