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Un año después, un Hizbulá en horas bajas pero funcional se enfrenta a perder sus armas

Beirut, 25 sep (EFE).- Un año después de perder a casi toda su cúpula y la mayor parte de su arsenal durante la guerra con Israel, el grupo chií libanés Hizbulá se enfrenta a la potencial desaparición de su rama armada, aún considerada una de las fuerzas no estatales más sólidas de Oriente Medio.

El movimiento, apoyado por Irán, arranca este jueves una serie de conmemoraciones para marcar el primer aniversario de la muerte de su líder histórico, Hasán Nasrala, a quién sustituyó el clérigo Naim Qassem como parte de sus nombramientos tras el asesinato de decenas de comandantes y altos mandos.

Aún sin el secretario general que les dirigió durante tres décadas y bajo la batuta de un sucesor elegido sin muchas más opciones, el engranaje de Hizbulá continúa funcionando. Estas son algunas claves para entender cómo está el grupo a un año del estallido de la guerra abierta:

1. ¿Qué es Hizbulá?

La formación fue creada en 1982 para enfrentarse a la invasión israelí iniciada aquel año contra el Líbano, pero una década más tarde se expandió también a las esferas políticas con la entrada de sus primeros diputados en el Parlamento libanés, donde fue ganando presencia en sucesivas elecciones.

Con el tiempo, comenzó a operar como un ‘Estado dentro de un Estado’, encargándose de facto de la seguridad y de diferentes aspectos sociales a través de una red de fundaciones en sus principales zona de influencia -el sur del país, el oriental Valle de la Bekaa y los suburbios meridionales de Beirut-.

Fuera del Líbano, está designado como organización terrorista por Estados Unidos o la Unión Europea.

2. Golpe a su arsenal

Durante el conflicto que comenzó en octubre de 2023 y que en septiembre de 2024 se convirtió en una guerra abierta con el inicio de una campaña aérea israelí sin precedentes, se estima que el movimiento perdió alrededor de dos tercios de su armamento.

Israel, que le acusa de intentar reactivar su infraestructura, continúa bombardeando presuntos almacenes de armas sobre todo en la región meridional por encima del río Litani, ya que en la más fronteriza por debajo de él Hizbulá cesó su actividad armada a raíz del acuerdo de alto el fuego.

Simultáneamente, frecuentes ataques selectivos aún dejan un constante goteo de bajas en las filas del grupo.

3. El segundo batacazo

Días después de terminar la guerra, Hizbulá perdió también sus vías de abastecimiento a través de Siria con el derrocamiento de su aliado Bachar al Asad, aunque desde entonces las nuevas autoridades sirias han reportado la incautación de varios cargamentos de armas con destino al Líbano.

Nadie sabe cuánto armamento estaría actualmente en manos del grupo -entre el que se cree que están misiles de largo alcance nunca utilizados durante el conflicto-, pero, sea el que sea, el Gobierno libanés pretende que pase a posesión del Estado antes de finales de este mismo año.

En este contexto, el Ejército acaba de presentar un plan para terminar con la existencia armada de Hizbulá, la única milicia que no se desarmó tras la guerra civil (1975-1990) y una que se niega a hacerlo ahora amparándose en la continuidad de la amenaza israelí.

4. Aguante político

La llegada al poder del presidente, Joseph Aoun, y el primer ministro, Nawaf Salam, marcó un giro en la retórica hacia este partido-milicia, al que dejaron poco margen de maniobra ya desde las negociaciones para la formación del primer Gobierno de posguerra.

Aún contra las cuerdas, el movimiento parece seguir manteniendo el apoyo del electorado en sus zonas de influencia, donde volvió a ganar la mayoría de municipios en los comicios locales de esta primavera, junto a su aliado también chií Amal.

Sin embargo, el gran examen llegará durante las parlamentarias previstas para el próximo mayo, el tipo de votación más importante en el Líbano.

5. Financiación millonaria

El grupo, que más allá de Irán se financia a través de sus propios negocios y de contribuciones de magnates de la diáspora libanesa, estaría amasando todavía unos 60 millones de dólares mensuales, según reveló estos días en una entrevista el enviado especial de Estados Unidos Thomas Barrack.

El diplomático, encargado del Líbano, también aseguró que Hizbulá está reconstruyendo su maquinaria en medio del cese de hostilidades.

Mientras sigue pagando los sueldos de sus combatientes -según Barrack de una media de entre 1.000 y 2.000 dólares- y diversas ayudas sociales a la población, lo que el partido no ha asumido es la reconstrucción de las regiones más devastadas, algo que sí hizo tras la anterior guerra de 2006.

Hizbulá demanda que esta vez sea el Estado quien costee el proceso, aún sin comenzar y estimado en unos 11.000 millones de dólares, según el Banco Mundial (BM). EFE

njd/rsm/rf

(foto)

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