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Un pueblo fantasma en Indonesia, a los pies del volcán Semeru

Casas destruidas en el pueblo de Curah Kobokan tras la erupción del volcán Semeru, que dejó 34 muertos en la región indonesia de Lumajang, el 7 de diciembre de 2021 afp_tickers

El pueblo de Curah Kobokan, el más cercano al volcán indonesio Semeru, presenta un aspecto fantasmagórico bajo una capa de cenizas humeantes, tres días después de la erupción.

El paisaje aparece recubierto de ceniza gris, desde el interior de las casas derruidas hasta los árboles vencidos por el peso. Muchos de sus vecinos, trabajadores de las cercanas minas de arena, no pudieron huir de la explosión. En total, los rescatistas calculan que hubo 34 muertos y 17 desaparecidos en la región.

En Curah Kobokan, a 20 kilómetros del cráter del volcán, no queda un alma. Solo se ven a algunos socorristas escarbar los restos de los edificios con herramientas y perros, a la búsqueda de supervivientes o de cuerpos.

El monte Semeru es el más alto de la isla de Java. El sábado, cuando entró en erupción, la ceniza volcánica cayó sobre este pueblo, hundiendo los techos de las casas más humildes. Solo unas pocas casas siguen en pie.

«La casa de mi familia en Curah Kobokan fue destruida», explica Marzuki Suganda, un vecino de otro pueblo que trabaja en las minas de arena.

«Estoy traumatizado. Pregunté a mi familia si tenían el valor de volver a Curah Kobokan y me dijeron que no, prefieren dormir bajo un árbol», dijo.

En el salón de una casa, la ceniza se acumula en todas partes, incluso en la mesa baja y el sofá. En cada pieza hay cascotes del tejado. En las calles cubiertas de barro y cenizas, los rescatistas continúan su trabajo, casa a casa, con cuidado de no pisar las zonas más frágiles.

– «No tenemos otra elección» –

El pueblo acogía a unas cincuenta familias antes de la erupción, la mayoría trabajaban en las minas de arena que se encuentran en las faldas del volcán.

Aunque los depósitos volcánicos de la región permiten la extracción de arena, los obreros que trabajan en la zona viven bajo la amenaza constante de un erupción, la última, en 2020, no dejó víctimas.

«Es un dilema (…) pero trabajar en una mina de arena nos garantiza un ingreso estable», explica Siyadi, que como muchos indonesios, no tiene apellido.

El presidente indonesio, Joko Widodo, anunció el martes en el terreno, que se podrían desplazar 2.000 hogares tras la erupción, que dejó miles de personas sin techo.

Pero para los que trabajan en las minas de arena, cambiar de vida parece imposible.

«Si el gobierno cierra las minas, ¿qué vamos a hacer? ¿nos propondrán otro trabajo?», se pregunta Siyadi.

«No tenemos otra elección, o solución», afirma.

Para Marzuki Suganda, al contrario, la última erupción fue un ultimátum.

«Me lo pensaré 1.000 veces antes de volver a trabajar en las minas», confiesa este treintañero, convencido de que «este sitio se va a convertir en un pueblo fantasma».

«Nadie puede volver (…) es demasiado peligroso vivir aquí», sentencia.

Para Marsuki, el jefe de una aldea vecina, en la localidad de Sumberwuluh, no sabremos seguramente nunca cuantos mineros murieron bajo las cenizas de la erupción porque, una buena parte, venían de otros sitios y trabajaban ilegalmente.

«Los considerados desaparecidos son sobre todo locales», afirma.

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