Argentina durante la Segunda Guerra Mundial: neutralidad, presiones y simpatías con el Eje
Augusto Morel
Buenos Aires, 5 may (EFE).- A diferencia de la mayoría de los países de la región, Argentina se mantuvo neutral hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial, una postura que respondió a antecedentes diplomáticos, intereses económicos, influencias culturales y simpatías ideológicas hacia ambos lados del conflicto, incluidas las potencias del Eje.
El comienzo de la contienda en 1939 se produjo mientras Argentina vivía la que sería conocida como la ‘Década Infame’, un período comprendido entre el golpe de Estado de 1930 y el del 1943 y caracterizado por fraude electoral, corrupción, y la supresión de las libertades democráticas.
Según el historiador Julio Mutti, pese a que, por sus distintas influencias, la sociedad argentina de la época sentía afinidad con democracias occidentales como Francia, la situación era otra en el plano militar, donde parte del Ejército no ocultaba su simpatía ideológica con Alemania y su rechazo a la influencia estadounidense en la región.
Cuando estalló la guerra, Argentina era gobernada por Roberto Ortiz (1938-1942), de mayor inclinación por el bloque de los aliados y que, producto de una fuerte enfermedad, fue reemplazado en 1942 por su vicepresidente, Ramón Castillo, conservador y con simpatías hacia el Eje.
Un golpe de Estado depuso a Castillo un año después en lo que se denominó la ‘Revolución del 43’, liderada por un grupo de oficiales de orientación nacionalista, con miembros como Juan Domingo Perón.
Pese a los vaivenes ideológicos de sus gobernantes y a la inclinación del Ejército, la neutralidad argentina se mantuvo hasta semanas antes de la rendición alemana.
Esa postura resistió incluso el ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941, que motivó que casi todos los países de la región rompieran relaciones con el Eje.
«No tenemos que perder de vista que cuando un continente entero está en guerra o rompió relaciones con un lado de la contienda, el ser neutral es absolutamente funcional a las potencias del Eje”, explicó a EFE Mutti, autor de seis libros de la Segunda Guerra Mundial y del papel de Argentina.
Sin embargo, destacó que la decisión de mantenerse neutral tenía también una dimensión económica, ya que Argentina era uno de los principales abastecedores de carne y materias primas de países como el Reino Unido: «Si Argentina hubiera declarado la guerra al Eje, muchos barcos que salían del Río de la Plata con carne hubieran sido atacados por los submarinos alemanes».
En enero de 1944, tras una creciente presión de Estados Unidos, que incluyó la amenaza de un aislamiento diplomático y de un boicot, sumada a la inminente victoria de los aliados, el Gobierno militar argentino finalmente rompió relaciones con las potencias del Eje.
Recién más de un año después, el 27 de marzo de 1945, poco antes de la rendición alemana, Argentina declaró formalmente la guerra a Alemania y Japón, una decisión que, según Mutti, tuvo como objetivo central entrar en el nuevo orden mundial de posguerra.
Pese a que, debido a su neutralidad, Argentina no envió tropas a la guerra, se estima que unos 5.000 argentinos, entre ellos 400 mujeres, participaron de forma voluntaria del conflicto, tanto como combatientes como en funciones alejadas del frente, y en su mayoría del lado de los aliados.
Si bien no hay registros oficiales, se calcula que entre 380 y 500 argentinos murieron durante la contienda.
A 80 años del Día de la Victoria en Europa, los documentos del Archivo General de la Nación, incluidos algunos digitalizados el mes pasado, permiten reconstruir el rol de Argentina durante el conflicto global, sus ambigüedades diplomáticas y las consecuencias políticas de una neutralidad sostenida en medio de presiones internacionales, simpatías ideológicas y disputas de poder internas.
¿Hitler en Argentina?
El último libro publicado por Mutti, ‘La última guarida de Hitler’, se centra en uno de los grandes mitos que vinculan a Argentina con la Segunda Guerra Mundial y que indican que Adolf Hitler se refugió en el país suramericano tras la victoria de los aliados.
Ese mito, vinculado en parte a la importante cantidad de criminales nazis llegados a Argentina después de la guerra, así como de sobrevivientes judíos que siguieron los pasos de otros que habían escapado hacia el país suramericano antes y durante el conflicto, ha sido motivo de polémica en el país y fue desmentido en numerosas oportunidades.
“Hitler no quería ser exhibido, ni vivo, ni muerto. Quiso que sus restos fueran destruidos y se lo encargó a una cantidad impresionante de personas para asegurarse de que eso sucediera», señaló Mutti, que en su libro se apoya en las pruebas concluyentes que indican que Hitler murió en su refugio en Berlín.
Según el historiador, la teoría de que Hitler huyó hacia Argentina fue inventada por el líder soviético Iósif Stalin, en busca de «mantener ese estado beligerante ahora con Occidente». EFE
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