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Cabeza rapada y monasterio para las jóvenes que huyen de la violencia en Birmania

Algunas de las niñas acogidas por el convento budista de Mingalar Thaikti el 19 de octubre de 2019 afp_tickers

El mortífero conflicto entre el ejército y los grupos rebeldes separatistas en Birmania empujan cada vez más a las niñas a retirarse a los monasterios en busca de una vida austera y exigente, que les proporcione educación y seguridad.

El convento de Mingalar Thaikti, en el corazón de un suburbio pobre de Rangún, está sumido en la oscuridad cuando, como todas las mañanas, Dhama Theingi, una novicia de 18 años, se levanta a las 4H00 para orar durante dos horas antes del desayuno.

Con la cabeza rapada, un vestido rosa pálido y un tazón en la mano, sale dos veces por semana a recorrer las calles para pedir limosna. Recolectar dinero bien temprano es crucial pues hay que comprar alimentos y cocinarlos rápidamente ya que, a partir del mediodía, está prohibido comer hasta el amanecer.

Dhama se integró al monasterio hace nueve años. Huyó del estado de Shan (este), una región fronteriza con China, a varios cientos de kilómetros de Rangún, gangrenada por las drogas y los combates entre las fuerzas armadas birmanas y las guerrillas étnicas. «Había mucha violencia. No era fácil estudiar», cuenta a la AFP la adolescente, que sueña con convertirse en ingeniera.

Al igual que ella, sesenta y seis niñas de cuatro a dieciocho años huyeron de este estado para estudiar en Mingalar Thaikti. Forman parte de la etnia Palaung, una de las innumerables minorías de Birmania.

-18.000 novicios-

Desde la independencia en 1948, los sucesivos gobiernos centrales luchan contra grupos armados que, a su vez, se disputan entre sí el control del tráfico de drogas y de los recursos naturales.

El proceso de paz, revitalizado por Aung San Suu Kyi tras su llegada al poder en 2016, se encuentra en un callejón sin salida, lo que obliga a las familias a enviar a sus hijos a los monasterios para que estudien y se protejan.

Según Sein Maw, del ministerio de Asuntos Religiosos y Cultura, unos 18.000 novicios, tanto varones como mujeres, asisten actualmente a las escuelas monásticas de la capital birmana. «Este número sigue aumentando», precisa.

Entre limosnas, oraciones, estudios y tareas domésticas, la vida monástica es dura, y aún más difícil para las adolescentes que para los niños.

En esta sociedad patriarcal y muy conservadora, estos últimos son más considerados y reciben generalmente más donaciones. También se burlan de las monjas por no encontrar un novio o casarse.

Cuando no piden limosnas, las adolescentes estudian. Pero también aquí la tarea es ardua porque deben seguir el programa birmano.

Ahora bien, a su llegada al monasterio, casi ninguna habla la lengua nacional, sino únicamente el dialecto de su etnia. «También hay muchas cosas que no podemos hacer y eso me molesta mucho», explica Dhama, que no puede dedicarse a su pasión, el fútbol, porque es malo que las niñas practiquen un deporte. Sin embargo, a pesar de los obstáculos, muy pocas regresan a vivir con sus familias.

Khin Mar Thi, de 17 años, enviada hace unos 10 años al monasterio de Mingalar Thaikti junto a sus cuatro hermanas, decidió quedarse. «Extraño a mis padres, y cuando veo adolescentes en la calle a veces me gustaría ser tan guapa como ellas», suspira. Pero, «la vida aquí es más fácil. No tenemos que preocuparnos ni temer la guerra», comenta.

En el Estado Shan, la situación no parece mejorar. Las recientes inversiones de Pekín en la región en el marco del titánico proyecto chino de las «Nuevas rutas de la seda» agudizan el apetito de las facciones rebeldes, mientras este territorio no deja de adquirir valor.

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