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Chile, un vertiginoso proceso constituyente que devora a la derecha

Javier Martín

Santiago de Chile, 8 may (EFE).- El resultado de las elecciones constituyentes en Chile supone una dura derrota para la derecha tradicional, que quedó relegada al tercer lugar y que ahora deberá decidir con cual de sus dos adversarios va a negociar, si con la ultraderecha -la gran triunfadora de la consulta y que no quiere cambiar la Constitución- o con la coalición de Gobierno, que también le superó con un amplio margen a pesar del deterioro de su imagen y de sus críticas, y que busca cambiar el texto escrito en dictadura.

El tránsito político en Chile ha sido vertiginoso: en diciembre de 2021, miles de personas se echaron a las calles para celebrar la victoria electoral de Gabriel Boric, un joven candidato de la izquierda más progresista que había logrado batir al ultraderechista José Antonio Kast y que en meses ocuparía el Palacio de la Moneda, 48 años después del cruento golpe de Estado militar que depuso al primer presidente socialista electo de la historia de Chile, Salvador Allende.

Una victoria que causó alivio en la comunidad internacional y sorpresa a nivel nacional: por primera vez en la historia, Boric, un exlíder estudiantil de apenas 36 años, había conseguido revertir la tendencia de la primera vuelta, en la que Kast se había anotado un estrecho triunfo por apenas dos puntos.

Apenas dos años antes, cientos de miles de personas habían salido las calles de todo el país para protestar por la desigualdad y exigir cambios hacia la justicia social, en una oleada de protestas conocida como «estallido social» que mezcló marchas pacíficas, quema de estaciones de metro, actos de violencia callejera y una dura represión por parte de las fuerzas de Seguridad, que causó una treintena de muertos y miles de heridos.

Cuatro años después de aquel estallido, y trece meses después de la llegada de Boric a La Moneda, Chile ha pasado de la ilusión de un gobierno progresista a la aplastante victoria este domingo de la ultraderecha, que ha esquinado a la derecha tradicional y acabado con el centro político, que representaban partidos de la antigua Concertación, la coalición de partidos que gestionaron el país tras la tiranía.

LA SEGURIDAD COMO MANTRA

El proceso electoral de este domingo forma parte del segundo intento por cambiar la Constitución en apenas un año, tras la aplastante victoria del no en el referéndum del pasado 4 de septiembre.

Un «no» fomentado por los partidos de la derecha, que hizo una dura compaña tanto contra los constituyentes cuando estos estaban aún negociando el nuevo texto, como contra el propio texto en la campaña electoral, pese a que éste estaba considerado uno de los más progresistas y feministas del mundo.

Más allá de los principios básicos generales, la campaña de descrédito del borrador se centró en asuntos de contingencia y en particular en la seguridad, en un país donde los delitos violentos vinculados al narcotráfico se han multiplicado en los últimos meses y con ellos la sensación de inseguridad.

Una bandera alzada y agitada por los partidos más conservadores que volvió a ser el núcleo para la elección de los nuevos constituyentes, arrinconando el debate sobre los principios fundamentales a largo plazo, como criticó la propia expresidenta de Chile, Michelle Bachelet, al depositar hoy su voto.

Y que siempre favoreció las tesis de la ultraderecha, contraria al proceso constitucional desde que este arrancara en 2019, y que ha sabido recoger en silencio y con discreción los frutos del árbol sacudido por la derecha en el referéndum del pasado año.

LA DERECHA TRADICIONAL, EN LA ENCRUCIJADA

El resultado coloca a esta derecha tradicional en una compleja encrucijada: aceptar el rumbo de la ultraderecha, que incluso le exigirá cesiones en el Parlamento; o reducir los ataques a la coalición de Gobierno, a la que lleva combatiendo con los casi los mismos argumentos que la ultraderecha desde que Gabriel Boric asumiera el poder.

También significa el fin de experimentos populistas como el Partido de la Gente (PPG), de Franco Parisi, que ni siquiera esperó a saber los resultados oficiales para tomar un avión de regreso a Estados Unidos.

Y sobre todo de la vieja Concertación de partidos, que gestionaron los primeros años tras la dictadura y que no se atrevieron a cambiar ni el sistema ni la constitución, y que ahora han quedado despojados de cualquier capacidad de decisión o influencia.

Cuestiones que se resolverán en apenas seis meses cuando los chilenos deban volver, por octava vez desde 2019, a las urnas, esta vez para decidir, de nuevo, si aceptan o rechazan la propuesta de Constitución que le presente un convención dominada por una ultraderecha que no cree que exista ni necesidad ni urgencia en cambiar la Carta Magna que firmó Augusto Pinochet y apenas transformó el presidente socialista, Ricardo Lagos. EFE

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