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Creencias y supersticiones populares navideñas

Figuras de pesebre del siglo XIX/XX, Museo Sensler de Tafers. Keystone

En las aldeas y regiones rurales suizas aún subsisten antiguas representaciones de origen paganas.

A pesar del desarrollo vertiginoso de la modernidad, se conservan creencias que, a través de los siglos, han quedado arraigadas en la tradición popular navideña bajo forma de leyendas.

Durante muchos años y en particular en los cantones protestantes, la Navidad era un día de recogimiento, marcado por la piedad y el ayuno. Las fiestas fueron suprimidas entre 1555 y 1694, porque se prestaban para supersticiones y leyendas. Sólo en los cantones católicos, la Navidad conservó el carácter festivo con reminiscencias paganas.

Y no por nada pues en las sociedades precristianas, el 25 de diciembre se celebraba la fiesta del Sol. Los romanos conmemoraban la fiesta de Saturno o las ‘saturnales’, especies de orgías carnavalescas en honor al Sol. De esta época datan las creencias que todavía subsisten en los cantones suizos y que a veces hasta se recuerdan con rituales propios.

Tradiciones ancladas

Algunos habitantes Château d’Oex, en el cantón de Friburgo, después de la misa de medianoche acuden todavía al cementerio para encender velas en las sepulturas de los niños fallecidos durante el año. La tradición cuenta que esa costumbre tenía como objetivo rendir homenaje a todos los inocentes muertos por Herodes.

En las regiones rurales de Friburgo y el Jura todavía se cree que Navidad es el momento de comunidad entre los animales y los humanos. Durante la Noche Buena, los animales hablan entre ellos como las personas, y las abejas cantan, según lo referido al pastor Louis Christhe por una feligresa de la localidad de Valeyres-sous-Rances, en 1999.

Los campesinos de Friburgo, Valais, y Vaud antes de asistir a la Misa del Gallo, no olvidaban de darle a los animales de los establos una doble ración pasto. La mujer encinta, antes de dirigirse a la Iglesia, debía pasar frente al establo y arrodillarse en testimonio de respeto por el Niño Jesús que nació también en un cobertizo.

Según el etnógrafo friburgués Henri Gremaud, las dueñas de casa escondían su torno de hilandera, porque las antiguas creencias decían que podía traer mala suerte hilar el día de Navidad, como también era costumbre devolver a sus legítimos propietarios los objetos que habían sido prestados durante el año.

En Grandvillard es costumbre todavía entre los ancianos acudir a la misa, llevando un poco de sal y de mantequilla, para que reciban la bendición. La mantequilla bendecida protegía antiguamente a la familia de las enfermedades y la sal se les daba a los animales para protegerlos también de las epidemias.

En Bulle, la Navidad es esperada en el interior de las iglesias con representaciones teatrales y música, con escena del nacimiento del Niño Jesús. Fiesta combatida antiguamente por el clérigo, que veía gestos paganos, demasiado ruidosos para un día de recogimiento y de humildad.

En Ginebra, según el investigador Jacques Tagini, se recuerda la creencia, que durante la noche de la Navidad los espíritus malignos se expandían por la tierra. En la localidad de Pierre à Bochet existía una antiquísima piedra de molino, donde otrora el Diablo venía a moler los peñascos extraídos del Salève con los que pretendía secar el lago Leman.

Adivinar el futuro

Otra creencia que se recuerda en casi todos los cantones suizos era la costumbre popular de fundir plomo y verterlo en el agua la noche de Navidad e interpretar las extrañas figuras que se formaban y que predecían el futuro.

En el Alto Valais la novia podía conocer el carácter de su futuro marido, pateando la puerta de la porqueriza al irse a la Misa del Gallo. Si el cerdo respondía con gruñidos profundos y secos, el carácter del futuro marido sería el de un hombre mañoso; bueno y bondadoso, si los gruñidos eran apenas perceptibles.

Pero la costumbre generalizada que aún subsiste es la de encender un trozo de leño en la Noche Buena (el tronco de Noël). Era para reconfortar la venida del Niño Jesús, costumbre también pagana que consistía en ahuyentar los malos espíritus durante la noche más larga de las tinieblas invernales.

En el Jura los campesinos asisten todavía en grupos a la misa de medianoche alumbrados con linternas y lamparines, porque se creía que esa noche del año salían a vagar los espíritus de los muertos en busca de los lugares donde vivieron pidiéndole a los vivos que recen por ellos.

De ahí que el hábito de tener velas y fuegos encendidos durante los días de Navidad para que esas almas en pena se calienten. La costumbre, viene de los antiguos valesanos que creían que sus difuntos purgaban sus penas en los glaciales montañosos y no en los fuegos infernales de Lucifer.

Alberto Dufey

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