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La agonía de Omaira, la niña colombiana que conmovió al mundo en la tragedia de Armero

Armero (Colombia), 12 nov (EFE).- La agonía de la niña Omaira Sánchez, de 13 años, enterrada hasta el cuello entre el lodo y los escombros, se convirtió hace 40 años en símbolo de la tragedia del pueblo colombiano de Armero en cuyas ruinas sobresale una escultura suya, rodeada de centenares de placas de agradecimiento, y transformada en objeto de culto popular.

Como los más de 25.000 habitantes de Armero, una localidad agrícola del departamento colombiano del Tolima, en el centro del país, los Sánchez Garzón, familia de la pequeña Omaira, fueron sorprendidos la noche del 13 de noviembre de 1985 cuando una avalancha de piedras y lodo causada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz arrasó el pueblo en la mayor catástrofe natural de Colombia.

Al día siguiente, el país y el mundo vieron atónitos como socorristas y sobrevivientes trabajando con las uñas, porque no había otros medios, trataban de rescatar a personas que habían quedado atrapadas, la mayoría de ellas irreconocibles por la hinchazón causada por el lodo tostado por el sol que hasta les desdibujaba la forma humana.

Entre esas personas que quedaron vivas a pesar de haber sido sepultadas por la avalancha estaba Omaira, una niña de ojos negros y cabello corto ensortijado cuya vida se extinguió lentamente ante la mirada del mundo que fue testigo de su drama particular, uno entre los muchos de aquella catástrofe, retransmitido por las televisiones de la época, entre ellas Televisión Española.

«A la niña Omaira la convirtieron en el símbolo de la tragedia (…) pero situaciones como las de la niña Omaira tuvieron que haber sucedido miles», afirma a EFE José Nova, quien con su hermano Hernán Darío creó el Centro de Visitantes de Armero, una precaria oficina que ofrece visitas guiadas a quienes se detienen en la carretera que lleva a Ibagué, la capital regional, para visitar las ruinas del pueblo desaparecido.

Carrera contra el tiempo

El cuerpo de Omaira quedó atrapado en un mar de agua y lodo entre los escombros de su casa en el barrio Santander. Logró sobrevivir tres días porque su cabeza sobresalía en aquella zona convertida en pantano, como lo muestra una escultura instalada en la tumba de la niña, rodeada de centenares de placas de granito con mensajes de agradecimiento «por los favores recibidos», puestos por personas, en su mayoría anónimas, que le atribuyen milagros.

Lo que siguió tras el hallazgo de la niña -cuyos ojos vivaces se fueron tornando vidriosos con el paso de las horas, y los dedos de las manos y los labios, arrugados por estar mucho tiempo en el agua-, fue una carrera frenética para tratar de salvarla que involucró a socorristas y numerosos espontáneos.

Los socorristas pedían a gritos una motobomba para tratar de evacuar el agua que rodeaba a la pequeña, pero en aquellos años y en esas condiciones todo era imposible.

Vaciar parte del agua y del lodo en que estaba hundida la pequeña era fundamental para tratar de rescatarla porque su cuerpo estaba atorado por lo que, en medio de la desesperación, alguien sugirió la posibilidad de cortarle las piernas, a ciegas y sin los instrumentos apropiados, para sacarla.

«En ese sitio había muchos escombros y parece ser que algo muy pesado, digo parece ser, porque no se veía siquiera (…) qué era lo que la tenía atrapada a nivel de la cintura. Se habla de una placa de concreto, de una columna, de una viga y el tema más complejo es que no había ninguna manera de llevar algún tipo de herramienta, de máquina para poderla liberar de eso», agrega Nova.

Entereza en la despedida

Todos los esfuerzos fueron en vano y Omaira murió en la tarde del 16 de noviembre de 1985, después de permanecer más de 60 horas en esas dramáticas condiciones, durante las cuales conversó por momentos con quienes trataban de ayudarla o de mojarle con agua los labios agrietados por la deshidratación.

«Mamá, si me escuchas, yo creo que sí, reza para que yo pueda caminar y esta gente me ayude… Mami, te quiere mucho mi papi, mi hermano y yo… Adiós, madre», fueron las conmovedoras palabras con las que se despidió y que el mundo siguió por la televisión.

Por la entereza que demostró en esos momentos de angustia, a pesar de su corta edad, Omaira ganó fama de persona virtuosa y en el imaginario popular se convirtió en digna de veneración, como lo demuestran las numerosas placas que le agradecen su intercesión en los más diversos asuntos.

Según testigos, el cuerpo de Omaira, con autorización de su madre, que sobrevivió a la tragedia, fue cubierto con escombros y cuando el lodo se solidificó, su tumba se convirtió en una especie de santuario y lugar de visitación de quienes van a las ruinas de Armero.

En el lugar, además de la escultura, una cruz parcialmente tapada por las placas de granito, flores, fotografías y juguetes, y una lápida decorada con pinturas de ángeles recuerdan que Omaira nació el 28 de agosto de 1972 y murió el 16 de noviembre de 1985. EFE

joc/csr/lnm

(foto)(video)

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