El difícil camino hacia la integración de los trabajadores extranjeros
Después de 1945, la política suiza trataba a los extranjeros frecuentemente como simple mano de obra o como problema. A finales de los años 1970, ‘Ser solidarios’ intentaba corregir esta visión. Este movimiento suizo de acción ciudadana defendía la convivencia inclusiva frente a la marginación. Y pese a su fracaso en las urnas, logró sentar las bases para una política nueva.
“Un barullo de estands, música y buenos olores caracterizó la fiesta… Las sabrosas especialidades italianas y españolas tuvieron mucho éxito. Se podía bailar o escuchar a distintos cantautores.”
Lo que hoy suena como una crónica de un festival de comida multicultural, representaba en su día para muchos la esperanza de una política de extranjería nueva. En junio de 1978 se celebró en Basilea por quinta vez la Nostra Festa, un festival coorganizado por agrupaciones de izquierda españolas, italianas y suizas asociadas a la iniciativa ‘Ser solidarios’.
“Para nosotros que formábamos parte de la iniciativa ‘Ser solidarios’, fue una experiencia enormemente agradable discutir por una vez no sobre artículos de ley, sino ver cómo el espíritu de convivencia se estaba haciendo realidad de manera activa. En todas partes se juntaba la gente para charlar y reír.”
La activista basilense Elisabeth Bloesch, que había redactado la crónica, formuló entonces la pregunta del millón: “¿Ha sido esta fiesta solo un sueño bonito?” Se refería al sueño de una Suiza con una política migratoria humana y solidaria, en la que nativos e inmigrantes trabajarían juntos para un futuro común.
Las democracias de todo el mundo están en crisis. Desde hace unos 15 años, existe una tendencia hacia el autoritarismo y las dictaduras.
Suiza, en cambio, es un remanso de estabilidad. Casi todos los partidos se sientan juntos en el gobierno, nunca hay elecciones anticipadas y, sin embargo, los ciudadanos con derecho a voto pueden votar sobre distintas cuestiones en iniciativas y referendos con más frecuencia que en cualquier otro país del mundo.
Pero la historia de la democracia suiza es también una historia sobre a quién se permite opinar y a quién no. Cuando se fundó el Estado federal en 1848, solo el 23% de la población tenía derecho a voto, y durante más tiempo en su historia, la democracia suiza excluyó a la mitad de la población: las mujeres solo han tenido derechos políticos durante unos 50 años. Sin embargo, hoy en día, muchos suizos siguen sin poder expresar su opinión.
Quién puede opinar y quién no es políticamente controvertido. Hasta ahora, la clara mayoría de la población suiza siempre ha rechazado una ampliación de los derechos políticos, por ejemplo, a los extranjeros asentados. Como la política y abogada del Partido UDC (Unión Democrática de Centro) Demi Hablützel, que escribe en su artículo de opinión: «Los derechos políticos no son una herramienta para la inclusión».
Pero las democracias tienen que enfrentarse una y otra vez a la delicada cuestión de quién puede opinar y hasta qué punto. Especialmente cuando la democracia liberal ya no es la norma mundial indiscutible, los Estados democráticos deben estar a la altura de sus propias expectativas.
Por eso SWI swissinfo.ch dedica esta serie a la inclusión política. Examinamos los debates y discusiones sobre quién tiene voz en Suiza y en qué medida. Hablamos con expertos. Presentamos a personas y movimientos que trabajan por la plena inclusión política de diversas minorías y personas marginadas en Suiza.
Por cierto, los suizos residentes en el extranjero también estuvieron excluidos durante mucho tiempo: solo se les permitió votar a partir de 1992.
Alternativas al debate sobre la extranjerización
El movimiento ‘Ser solidarios’ fue creado en 1973 como reacción a las odiosas discusiones sobre la “extranjerización” que en los primeros años setenta intoxicaban los debates públicos en Suiza. El ejemplo que entonces a pequeña escala se daba en esas fiestas de encuentros en Basilea, pero también en Berna y Zúrich, lo quería perpetuar en la constitución el movimiento ‘Ser solidarios’ con su Iniciativa por una política de extranjería más humana.
En los años del auge después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Suiza trajo a centenares de miles de trabajadores, sobre todo de Italia y otros países de la Europa del sur. Durante ese período se expidieron cerca de 8,5 millones de permisos de residencia por primera vez a “trabajadores extranjeros”. Entonces, el mercado laboral acusaba una importante falta de mano de obra, sobre todo en el sector de la construcción que se encontraba en plena expansión, pero también en la industria, la gastronomía y la agricultura.
A pesar de ello, muchas normativas obligaban a los “foráneos” a volver a sus países de origen después de terminar la temporada. El denominado estatuto de temporero disponía, por ejemplo, que los “trabajadores extranjeros” solo tenían derecho a quedarse durante nueve meses en el país. Sus familias, en cambio, debían permanecer “fuera”.
Sin embargo, a mediados de los años 1960, aumentaron las presiones internacionales sobre Suiza para que cambiara las condiciones de esos trabajadores. Además, políticos y asociaciones comerciales temían que los trabajadores emigraran a otros países y llegaron a la conclusión de que era mejor que una parte de los trabajadores extranjeros se pudiera establecer en el país con sus familias.
Estaba claro que la economía suiza necesitaba contratar continuamente a “mano de obra extranjera” para poder seguir sosteniendo su expansión. Cuando se terminó el sistema de rotación de los temporeros a mediados de los años 1960, se inició un debate sobre la política migratoria que continúa hasta hoy.
Una de las voces más potentes en el debate defendía la idea de volver atrás en el tiempo. En 1968, la Acción Nacional contra la sobrepoblación extranjera (AN), un grupo de extrema derecha, convocó la denominada iniciativa Schwarzenbach, cuyo objetivo consistía en reducir el porcentaje de extranjeros a un máximo del 10% en todos los cantones (salvo en Ginebra).
Las discusiones sobre la ‘iniciativa de extranjerización’, como también se la llamó, causaron mucho revuelo. El día de la votación en junio de 1970, centenares de miles de extranjeros aguardaban el resultado con las maletas preparadas por el temor a tener que abandonar el país de un momento para otro. Fue un auténtico acontecimiento que muchos jamás pudieron olvidar. Y a pesar del rechazo del 54% en las urnas, con un margen inesperadamente escueto, esta iniciativa sigue fraguando los debates en Suiza hasta el día de hoy. La iniciativa sirvió, por ejemplo, para legitimar la violencia, cuando en marzo de 1971, unos partidarios fanáticos de la iniciativa de extranjerización asesinaron en Zúrich al italiano Alfredo Zardini.
Y aunque la Acción Nacional pertenecía a la extrema derecha, no era ella la que había inventado el concepto de la “sobrepoblación extranjera”. Con su política, esta formación ultraderechista articulaba una preocupación sobre la que se llevaba discutiendo de forma polémica desde principios del siglo XX: la cuestión era si los “foráneos” iban a ser capaces de adaptarse a la “idiosincrasia del pueblo suizo”.
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La democracia suiza no es del todo inclusiva
Iniciativa para una nueva política de extranjería
La película suiza más taquillera de todos los tiempos, Los hacedores de suizos (título original: Die Schweizermacher), se burlaba de la idea de asimilación que defendía la policía de extranjería con sus delirios burgueses de control y sus permanentes sospechas contra la población extranjera. Por otra parte, se escuchaban en los años setenta cada vez más voces críticas en la ciencia y en la sociedad civil que demandaban una “integración” con equidad de derechos en lugar de una “asimilación” con subordinación. Integración era entonces un concepto nuevo que despertaba la esperanza en una actitud distinta frente a la inmigración.
Cuando en 1974 la Acción Nacional se estaba preparando para convocar una nueva iniciativa contra la extranjerización, empezó a formarse una oposición en la sociedad civil. El Movimiento Suizo de los Obreros Católicos (KAB, por sus siglas en alemán) creó el grupo de trabajo ‘Juntos para una política de extranjería humana’.
El movimiento ‘Ser solidarios’ luchaba por una política de integración solidaria y forjó en poco tiempo una amplia alianza. El pastor valesano Jean-Pierre Thévenaz, entonces copresidente del grupo de trabajo, recuerda muy vivamente cómo consiguieron ganar “para los derechos humanos y la justicia” a las personas y las organizaciones, “desde la izquierda más radical hasta el centro”. Lograron convencer tanto a los marxistas como a las iglesias y a los grupos liberales y burgueses, tanto en la Suiza germanoparlante como francófona y en el Tesino.
Formaban parte de la alianza también las grandes asociaciones obreras, principalmente las italianas y españolas. Gianfranco Bresadola, presidente de la Federación de las Colonias Libres Italianas, subrayó en una circular del movimiento de finales de los años setenta, que solo con “una solidaridad viva y eficaz se pueden superar los mil obstáculos que existen”.
Decía que quería apoyar el movimiento “sin vacilar”, también porque representaba la “mejor tradición democrática del país”. Y efectivamente, en octubre de 1980, pocos meses antes de la votación, las organizaciones de extranjeros celebraron un congreso nacional “para que por fin nos escuchen de una vez”, como se podía leer en un anuncio.
El movimiento ‘Ser solidarios’ también se inspiró en movimientos políticos internacionales: desde las iniciativas de solidaridad y de defensa de los derechos humanos y el movimiento ecuménico hasta las iniciativas de defensa de los derechos de los llamados trabajadores migrantes en Europa y, no en último lugar, el movimiento por los derechos sociales en Estados Unidos en su empeño por defender los derechos civiles y sociales de aquellos que supuestamente no formaban parte de la sociedad.
Al igual que el Movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, el movimiento ‘Ser solidarios’ partía del convencimiento de que tenía que cambiar la sociedad en su conjunto y que para ello era necesaria la participación de la sociedad civil. Se pensaba que la integración real solo se podía lograr con la democratización de la sociedad.
En 1977, el colectivo de trabajo ‘Ser solidarios’ reunió suficientes firmas para presentar la ‘Iniciativa por una política de extranjería más humana’, como se llamó oficialmente. En 1978 se convocó una manifestación nacional en Berna. Puestos con información política se mezclaban con otros en los que se ofrecían especialidades culinarias. Además, se organizó un programa cultural con proyecciones cinematográficas, contribuciones musicales de refugiados chilenos o bailes portugueses tradicionales. Esta presentación, sin embargo, no debía ocultar el hecho de que en el fondo se trataba de reivindicaciones político-jurídicas, como lo expresó de forma tajante en su alocución el presidente del colectivo de trabajo ‘Ser solidarios’, Paul O. Pfister:
“Las mujeres y los hombres, extranjeros y suizos, que nos reunimos aquí, que somos todos habitantes de este país, exigimos que el pueblo suizo, el gobierno, los parlamentos y las administraciones de la Confederación, los cantones y los municipios pongan por fin en práctica las máximas de la humanidad y la solidaridad en la política de extranjería de nuestro país. […] Exigimos una política que considere a los extranjeros como personas dignas de los mismos derechos y de las mismas necesidades sociales que los suizos.”
La iniciativa ‘Ser solidarios’ exigía la concesión de derechos humanos y de amplios derechos civiles a la población extranjera. En concreto trataba de incluir en una nueva política de integración el derecho de los trabajadores extranjeros a la seguridad social y al reencuentro familiar; esta nueva política entendía que el proceso de integración de “suizos y extranjeros” debía funcionar de manera bidireccional y que se debía suprimir el controvertido y discriminatorio estatuto de los temporeros.
La herencia de la iniciativa ‘Ser solidarios’
El Consejo Federal (Gobierno) y el Parlamento recomendaron rechazar la iniciativa. El contraproyecto del Ejecutivo y del poder legislativo causó tensiones en el movimiento. Especialmente la demanda que exigía la supresión del estatuto de temporero fue considerada por muchos como una reivindicación exagerada. Por tacticismos de pragmatismo político se retrasó mucho el momento de la votación. Finalmente, se fijó el 5 de abril de 1981 como día de la votación. La iniciativa fue rechazada de forma rotunda por un 84% de los votos. Este resultado es una de las principales razones que explican por qué el movimiento ‘Ser solidarios’ ha desaparecido de la memoria colectiva del país.
Sin embargo, la labor por una política de extranjería e integración más humana continuó a pesar de la gran decepción por el amplio rechazo de la población. Pero el asunto ya no se debatía en el gran escenario de la política, sino que se desplazó al terreno social con un enfoque dirigido a la creación de redes solidarias e iniciativas locales. Los activistas del movimiento ‘Ser solidarios’ continuaron con su lucha, involucrándose posteriormente en nuevos debates tanto sobre la integración de la “segunda generación” de los inmigrantes como sobre el movimiento de apoyo a los indocumentados y las iniciativas antirracistas que surgieron a partir de mediados de los años ochenta.
No fue casualidad que el movimiento ‘Ser solidarios’ se desintegrara a comienzos de los años noventa. Su disolución coincidía con el fin del bloque oriental, las nuevas dinámicas de la globalización y la constitución de la Unión Europea con su proyecto de libre circulación, que anunciaban el comienzo de una nueva era también en la cuestión migratoria. Si bien es cierto que, con estos hechos de fondo, la iniciativa ‘Ser solidarios’, con su enfoque en los “trabajadores extranjeros” de los años sesenta, quedaba superada por el tiempo, también es verdad que el espíritu de ‘Ser solidarios’, evocado en la cita inicial, continuó dando sus frutos y marcó de forma persistente la democratización de la cuestión migratoria.
En palabras de Max Frisch, Suiza no debería considerarse como una nación “devenida grande”, que hay que defender por todos los medios, sino como una nación “en continua evolución”, que debe reinventarse una y otra vez.
Adaptado del alemán por Antonio Suárez Varela
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