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¿La democracia en su estado más puro? Así se vive una histórica asamblea al aire libre en Suiza

Glaris
En Glaris, las decisiones se toman levantando la mano y contando los votos al instante. Keystone / Gian Ehrenzeller

La Landsgemeinde anual en Glaris es una mezcla de fiesta popular, reunión al aire libre y una intensa clase práctica de ciencias políticas. Pero ¿sigue teniendo peso democrático hoy en día?

El primer domingo de mayo, los trenes y autobuses en el pequeño cantón suizo de Glaris son gratuitos, y la gente comienza a moverse desde muy temprano.

A las 8 de la mañana, los puestos callejeros ya están instalados en la capital, que lleva el mismo nombre que el cantón, Glaris. Frente al ayuntamiento, suena música de una banda local que anima el ambiente. Soldados, turistas y personas vestidas con elegancia recorren la plaza. Entre los hombres, llevar un sombrero de ala ancha parece ser símbolo de distinción. Y quizás no sea demasiado temprano para disfrutar de la primera cerveza del día.

La ocasión es la Landsgemeinde, la tradicional asamblea anual al aire libre del cantón, con raíces que se remontan al siglo XIV. Miles de personas se reúnen para votar sobre temas diversos, desde impuestos hasta políticas de transporte.

Para la población local, es uno de los momentos más destacados del año. Sean Müller, nacido en Glaris, asistía de niño junto a sus padres. No recuerda mucho de los debates, pero asegura que, en un lugar donde no sucede gran cosa, era sin duda un evento especial.

Décadas después, su perspectiva se ha enriquecido. Ahora, como profesor de ciencias políticas en la Universidad de Lausana, regresa acompañado de un grupo de estudiantes que quieren vivir en primera persona lo que sus partidarios describen como la forma más pura de democracia directa: un modelo en el que cualquier persona con derecho a voto puede tomar la palabra y defender una propuesta ante toda la comunidad, si se siente preparada para hacerlo.

Glaris
No existen cifras exactas sobre cuántas personas acuden a votar en Glaris; se estima que, en promedio, participan unas 3.000. Keystone / Gian Ehrenzeller

La democracia en acción

Desde las 9:30 de la mañana, empieza el turno de la ciudadanía.

Después de un solemne juramento, la sesión comienza con la intervención del Landammann, una especie de presidente del gobierno cantonal que actúa como maestro de ceremonias y moderador. Al repasar el orden del día, resume brevemente los 12 puntos que se discutirán y, con una ceremonia formal, declara: “la palabra es libre”. Si nadie toma la palabra, la propuesta se aprueba automáticamente. Pero si alguien presenta objeciones, se abre un turno de intervenciones breves antes de que la asamblea decida colectivamente, levantando miles de tarjetas naranjas como señal de aprobación.

Algunos temas generan más debate que otros. Por ejemplo, la tasa impositiva cantonal para el próximo año se aprueba sin discusión, mientras que la propuesta de establecer varios días “sin coches” al año alrededor de un pintoresco lago local provoca media docena de intervenciones. Tras negociar, se acuerda fijar tres “Domingos lentos”.

Quienes toman la palabra lo hacen con un tono más moderado que confrontativo. Muchos siguen los consejos publicados en la edición del fin de semana del periódico local: hablar despacio, estructurar bien sus argumentos y recordar que «el coraje es más importante que la perfección». En cuanto al público, es difícil leer sus reacciones. Se escuchan algunos murmullos cuando una intervención se alarga demasiado o risas ante propuestas curiosas (¿deberían permitirse las bicicletas eléctricas en los domingos sin coches?). Pero en general, no hay interrupciones ni aplausos. La petición del Landammann —«no aplaudan las intervenciones individuales»— se respeta y el ambiente se mantiene ordenado.

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Manos alzadas

Eso no quita que el espectáculo impresione. Quienes han estado en un estadio o en un festival saben lo que se siente cuando miles de personas centran su atención en un mismo lugar. Si ese lugar es una plaza pública donde se deciden leyes, no sorprende que muchos se emocionen. La revista conservadora Weltwoche llegó a calificar la Landsgemeinde de Glaris como «la joya de la democracia».

No obstante, cuando poco a poco se va enfriando esa emoción del principio, surgen algunas preguntas.

¿Tiene sentido que el resultado de una votación vinculante dependa del cálculo visual de una sola persona frente a un mar de manos alzadas? ¿No ganaría legitimidad el proceso con un sistema de conteo más propio del siglo XXI?

«No, gracias», respondieron las y los votantes de Glaris en 2016, cuando rechazaron el uso de ayudas electrónicas para el recuento. La confianza sigue depositada plenamente en el Landammann, gafas incluidas. Si el resultado no está claro, se repite la votación: una segunda ronda de tarjetas alzadas y, si hiciera falta, una tercera. Este año no fue necesario.

Por otro lado, el carácter abiertamente público del sistema también puede ser chocante. En la mayoría de democracias, el voto secreto es una regla inviolable. En Glaris, se vota levantando la mano, a la vista de todo el mundo. Tu vecino puede ver lo que opinas sobre temas como el derecho al voto para personas extranjeras. ¿No genera eso cierta presión social?

Müller le resta importancia. «Si realmente quieres mantenerte “anónimo”, puedes colocarte en una zona de la plaza donde nadie te conozca», señala. Aunque no hay cifras oficiales, se calcula que participan varios miles de personas, lo que aún permite cierto anonimato. Y si un día la asistencia cayera tanto que ni eso fuera posible, el problema ya no sería la falta de discreción, sino la pérdida de legitimidad. Hoy por hoy, la participación ronda apenas el 10 %, una cifra baja incluso para los estándares suizos.

Glaris
El tiempo siempre da que hablar en la Landsgemeinde. Este año acompañó, pero en otras ediciones, como la de 2015, la lluvia deslució por completo la jornada. Keystone / Samuel Truempy

¿Sigue siendo relevante?

A medida que la mañana cede paso a la tarde, la asamblea sigue en marcha. Pero el cansancio se hace sentir: las piernas pesan, los estómagos crujen. En pleno debate sobre si el transporte público debería ser gratuito durante la jornada de la Landsgemeinde, surge inevitablemente una pregunta más profunda.

En un mundo donde las autocracias ganan terreno, ¿sigue siendo democrático discutir el precio de un billete de autobús? ¿No se ha convertido este ritual del siglo XIV —vigente solo en dos cantones suizos, Glaris y Appenzell Rodas Interiores— en una cuestión más simbólica que sustancial? O, como planteó una persona en la asamblea de este año, ¿no se distrae esta venerable institución con «problemas de lujo»?

Pocas son las voces que se atreven a cuestionarla abiertamente. El consenso en torno a la Landsgemeinde es casi absoluto. Y personas como Müller insisten en que, a pesar de sus peculiaridades, aquí se toman decisiones importantes —y a veces sorprendentes.

En 2006, por ejemplo, la asamblea decidió sin previo aviso fusionar las 23 antiguas comunas de Glaris en solo tres, una decisión que acaparó titulares en toda Suiza. En 2017, el cantón se convirtió en el primero en permitir el voto a jóvenes de 16 años. Ese mismo año, la asamblea rechazó una prohibición del burka islámico, una medida que sería aprobada a nivel nacional cuatro años después.

«Incluso en un entorno profundamente tradicional, hay espacio para decisiones progresistas. Esa tensión entre lo antiguo y lo nuevo es parte de su valor», asegura Müller.

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Nuevos derechos para la comunidad suiza en el extranjero

La asamblea de este año también dejó avances democráticos. Se amplió el acceso a los derechos políticos para personas con discapacidades mentales y se reforzó la inclusión de quienes viven con discapacidades físicas. Aunque la propuesta de permitir el voto local a personas extranjeras fue rechazada, sí hubo un pequeño paso adelante para quienes viven fuera del país.

Hasta ahora, quienes estaban inscritos en el registro electoral de Glaris pero residían en el extranjero solo podían votar en las elecciones al Consejo Nacional (cámara baja). Las del Consejo de los Estados (Senado o cámara alta) quedaban fuera de su alcance. Este año, eso cambió sin oposición. Una nueva ley permitirá que Glaris se sume a los 13 cantones que ya reconocen ese derecho en ambas cámaras del Parlamento Federal.

Para Mathias Zopfi, del Partido Verde y uno de los dos senadores de Glaris en Berna, se trata de una decisión lógica que corrige una «anomalía» democrática. Benjamin Mühlemann, del partido de centro-derecha Radical-Liberal, también se mostró satisfecho, aunque advirtió que la medida no tendrá una gran repercusión, ya que poco más de 1.000 personas residentes en el extranjero están registradas para votar en Glaris.

Mühlemann añadió que habrá que esperar para saber si esta decisión sirve de ejemplo a otros cantones a seguir el mismo camino. Por ahora, quienes viven fuera del país y están inscritos en Glaris podrán votar por correo en las elecciones nacionales y en las consultas federales que se celebran varios domingos al año. Pero hay límites. El derecho a participar en la Landsgemeinde, por ejemplo, sigue siendo exclusivo para quienes están físicamente en la plaza. Según las autoridades, se trata de una cuestión práctica: la votación a mano alzada, en un espacio local, no admite delegaciones ni correos. Si no estás allí el primer domingo de mayo, no puedes votar.

Editado por Samuel Jaberg. Adaptado del inglés por Carla Wolff.

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