
El rechazo de una yazidí a volver a Irak por miedo a otro «genocidio»

Farida Abas Jalaf, una de las miles de yazidíes secuestradas, violadas y maltratadas por el grupo Estado Islámico (EI), estima que la huida de los yihadistas es insuficiente para regresar a Irak. Ella no quiere volver por miedo a un nuevo «genocidio».
«No ha cambiado nada. Los mismos que se unieron (al EI) siguen allí. ¿Cómo vamos a volver y confiar en ellos?», declaró esta semana a la AFP la joven, al margen de una conferencia en Ginebra que reunió a activistas, opositores y defensores de derechos humanos.
«¿Quién va a garantizar que no habrá otra vez un genocidio (a manos) de criminales que usen otro nombre?», se pregunta.
Jalaf tenía 18 años cuando los yihadistas llegaron a su apacible pueblo de Kocho, en la región de Sinjar (norte de Irak), el 3 de agosto de 2014.
«No habíamos hecho daño a nadie, no habíamos ofendido a nadie (…) Sólo queríamos vivir en paz», cuenta.
Los yazidíes, de lengua kurda y adeptos de una religión esotérica monoteísta, se convirtieron en blanco del odio de los fundamentalistas sunitas del EI, que emprendieron una campaña de persecución contra esta minoría «herética». La ONU lo calificó de «genocidio».
Cuando los yihadistas tomaron el control de la aldea, dieron a los habitantes dos semanas para convertirse al islam.
Pasadas las dos semanas, «nos juntaron a todos en el pueblo y nos pidieron que nos convirtiéramos. Nos negamos y comenzaron a matar a los hombres», añade. «El primer día mataron a más de 450 hombres y niños».
Jalaf se quedó sin padre y hermanos y fue secuestrada.
– Mercados de esclavas –
«Violaron a mujeres y a adolescentes a veces de apenas 8 años».
A Jalaf la llevaron a uno de los mercados de esclavos del EI, donde mujeres y niñas yazidíes eran vendidas como esclavas sexuales en el «califato» autoproclamado por los yihadistas en Siria y en Irak.
«Elegían a las que querían, como en un supermercado o en un mercado de ganado», recuerda Jalaf.
En cautiverio, ella intentó mantenerse lo más fuerte posible pese al sufrimiento, refugiándose en la fe y apoyando a las prisioneras más jóvenes.
Dice que pensaba constantemente en huir. Después de cuatro meses, un día aprovechó que una puerta estaba mal cerrada para escapar con otras chicas. Tras un largo y peligroso viaje acabó refugiándose en Alemania, país que acogió a más de 1.000 yazidíes.
Ahora lucha por el reconocimiento del genocidio cometido por los yihadistas y para «llevar al EI ante la justicia».
Las autoridades iraquíes proclamaron en diciembre la derrota de los yihadistas. A Jalaf no le basta. «Quiero ver a los que cometieron estos crímenes ante un tribunal internacional».
Se considera que unas 3.000 yazidíes siguen cautivas y que miles se encuentran en campos de refugiados en Irak.
«Necesitan ayuda, tratamientos y no tienen acceso a ellos» en los campos de refugiados, advierte Jalaf, que teme «suicidios».
Jalaf da las gracias a Alemania, Canadá y Australia por haber acogido a muchos supervivientes yazidíes y llama a otros países a hacer lo propio. También quiere que la comunidad internacional contribuya a la reconstrucción de aldeas en Sinjar y garantice la protección de los yazidíes que quieran volver a casa.
«Podría plantearme volver con la condición (…) de que un tribunal internacional reconozca el genocidio y (la vuelta pueda hacerse) bajo protección internacional», declaró.