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En busca de Marcel Proust en la casa de las magdalenas

María Díaz Valderrama

Illiers-Combray (Francia), 9 jul (EFE).- La casa de la tía Léonie es hoy uno de los lugares de peregrinaje de los admiradores de Marcel Proust, de cuyo nacimiento se cumplen este sábado 150 años, y un tesoro en la localidad francesa de Illiers-Combray, rebautizada hace 50 años en honor al literato.

La pequeña localidad campestre, originalmente llamada Illiers, a unos 40 kilómetros de Chartres, quedó transformada con los recuerdos de infancia de Proust, que la glorificaba en su obra «En busca del tiempo perdido» bajo el nombre de Combray.

Tan importante era Combray en el universo proustiano que la Sociedad de Amigos del escritor, aún vigente, logró en 1971 que fuera renombrada como Illiers-Combray en honor a la ficción de Proust.

Hoy, todo en ella recuerda al escritor, nacido en 1871 en el distrito XVI de París, en una casa que fue demolida, y fallecido en 1922 en la capital, víctima de una bronquitis mal curada y tras una vida marcada por el asma, una salud penosa que lo mantenía en cama en largos períodos de convalecencia.

Aunque la localidad se ha convertido en un icono, el pequeño Proust no fue tanto allí como podría creerse debido al asma que padecía desde niño y que en su vida adulta lo llevó a frecuentar otros rincones más beneficiosos para su salud, como Normandía.

VOLVER AL PASADO

Pero Illiers era el pueblo de su padre, en el que residían sus tíos Jules y Élisabeth Amiot, transformada en la ficción en la tía Léonie y protagonista de una de las escenas más famosas del universo de Proust.

En su búsqueda del pasado (del tiempo perdido), el narrador de «Por el camino de Swann», el primero de los siete tomos de su gran obra, se transporta a su infancia en Combray al mojar una magdalena en un té, un bizcochillo con forma de concha jacobea.

«Ese gusto era el del pequeño pedazo de magdalena que los domingos por la mañana en Combray (…) mi tía Léonie me ofrecía tras haberla mojado en su infusión de té o tisana», contaba el narrador, viajando con la magdalena a aquella casa de fachada arabesca, aquel jardín florido y aquel pequeño pueblo construido en torno a la iglesia.

«Esta casa es el único lugar que conmemora a Proust en el que podemos recordarlo con precisión, y visitar un lugar que él frecuentaba en vida», dice a EFE Anne Imbert, de la Sociedad de Amigos de Proust y responsable de la exposición permanente de la casa, que añade que aunque estuvo pocas veces «influyó profundamente su sensibilidad».

Abierta al público desde los años 70, la casa guarda los tesoros que la Sociedad ha ido adquiriendo tras la muerte de Proust y es un punto de encuentro para los admiradores del escritor. Hay quien viene por amor a la cultura y hay quien está de paso, pero hay muchos que vienen a refugiarse en la habitación del escritor.

El interior de la casa, que cerrará en noviembre para una restauración profunda de dos años, fue remodelado -cuando la familia lo donó en los años 60- en base a las descripciones de Proust con algunos de sus muebles personales, como el del baño que más adelante lo acompañó en París, cuando vivía en el Boulevard Haussmann.

El té y las magdalenas con forma de concha -nombre que llevan en el pueblo varios cafés y panaderías- se exponen en el reconstruido dormitorio de la tía Léonie, Élisabeth, la cocina de Françoise, así como las fotos de familia o el libro de George Sand que su madre le leía antes de dormir.

RECUPERACIÓN DE TEXTOS INÉDITOS

Los objetos fueron reagrupados años después de la muerte de Proust, en una suerte de idas y venidas que explican también en parte por qué en los últimos dos años han reaparecido documentos inéditos de la obra de Proust, como «Les 75 feuillets», escritas en 1908, que anticipan su gran obra, así como varios textos de la juventud del escritor.

«Tras la muerte de su hermano, Robert Proust, el destino de los archivos del escritor fue complicado. Pasaron a Bernard de Fallois que los conservó y trabajó en ellos para publicar ‘Jean Santoil’ y de ahí a la Biblioteca Nacional, donde ahora los investigadores pueden acceder a ellos», añade Imbert, que espera otros textos inéditos vean la luz.

El 150 aniversario de Proust se celebrará este fin de semana en Illiers-Combray con conferencias y eventos en torno a la casa, pero supone sobre todo la apertura a un año de homenajes pues en noviembre de 2022 se cumplen 100 años de su muerte.

El Museo de Carnavalet, que acaba de reabrir sus puertas con una restauración de su habitación en París, le consagra una exposición este otoño, y habrá exposiciones también en la Biblioteca Nacional François Mitterrand y en el Museo de Arte e Historia del Judaísmo también en la capital francesa.

Su catedral literaria, como él concibió los siete tomos de «En busca del tiempo perdido», es un referente universal de las letras y un retrato sin precedentes de la alta sociedad de finales del siglo XIX y principios del XX, narrado por un agudo observador.

El hecho de haber escrito en artículos de prensa los eventos culturales y sociales del momento lo hicieron pasar por un cronista mundano, razón que llevó a André Gidé a rechazar su obra en la editorial Gallimard en 1912.

«Por la parte de Swann» se publicó en 1913 en la editorial Grasset gracias a la inversión del propio Proust, que tras probar el éxito con la aparición de «A la sombra de las muchachas en flor», ganador del Goncourt en 1919, pasó los tres últimos años de su vida agotando sus pocas fuerzas para escribir cinco de los siete tomos del libro.

Estaba convencido de que su obra le sobreviviría. También en esto tuvo buen ojo. EFE

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