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La odisea de los amputados sirios en su ruta hacia Europa

Un grupo de inmigrantes camina hacia la frontera con Hungría, cerca del pueblo serbio de Martonos, el 25 de junio de 2015 afp_tickers

«Es imposible imaginar lo difícil que es para mí este viaje», cuenta Abu Fahed, un sirio que perdió sus piernas en un bombardeo y que ahora atraviesa los Balcanes en silla de ruedas para llegar a un país rico de Europa donde pueda recibir un tratamiento.

Como él, unas 250.000 personas han perdido algún miembro durante la cruenta guerra que arrasa el país desde hace más de cuatro años.

Pese a su discapacidad, algunos han emprendido la ruta ayudados por muletas o en sillas de ruedas, pasando por el Mar Egeo hasta el norte de Grecia, para luego atravesar los Balcanes y llegar a Hungría y de ahí llegar a algunos de los países ricos de Europa occidental.

En el camino dependen de la ayuda de sus padres, amigos y de sus compañeros de viaje. A veces, las autoridades les dejan saltarse las filas, pero de todas formas deben esperar al sol, antes de cruzar la frontera o ser registrados en los países donde llegan.

«Quiero estar en un país donde pueda tener una verdadera prótesis y seguir una rehabilitación», cuenta a AFP Abu Fahed desde un hotel de carretera de la localidad griega de Idomeni, cerca de la frontera con Macedonia.

Fahed, vestido con un pijama azul atado en las extremidades a la altura de los muñones, fue herido en un bombardeo en 2013 en una localidad controlada por los rebeldes cercana a Damasco. «Estaba muy grave, pero si hubiera recibido un tratamiento a tiempo podría haber conservado mis piernas. Las fuerzas sirias me tuvieron retenido una semana y me amputaron», cuenta este peluquero.

Pese a todo, este refugiado destaca la solidaridad de otros viajeros. «Sin mis amigos, nunca habría llegado hasta aquí», reconoce sonriendo.

– Sin alternativas legales –

Jaled, un joven palestino que vivía en Siria, perdió su pierna izquierda y sufrió graves heridas en la derecha en un bombardeo en agosto de 2013. A pesar de sus problemas de movilidad, ayudado con sus muletas, decidió emprender el viaje.

«Yo adoraba jugar al fútbol, pero ahora eso se acabó», dijo el joven de 20 años que llegó a la isla griega de Samos en una lancha neumática desde Turquía.

El joven caminó durante varias horas el día anterior, pero se lamenta de que a menudo debe detenerse. «Hago un gran esfuerzo para no quedarme rezagado del grupo, pero es difícil. Los otros pueden correr si es necesario, a veces a penas puedo seguir el ritmo», recuerda.

Jaled, de origen palestino, cuenta que «no tenía otra opción», ya que explica que tiene prohibido acceder a cuidados en Jordania o en Líbano. «Tuve que entrar clandestinamente en Turquía para llegar a un país europeo que tenga un buen sistema de salud», explicó.

Algún día espera poder caminar sin muletas y retomar sus estudios para no sentirse como un «inútil», pero se queja de que es muy difícil para los sirios conseguir una visa para llegar a Europa.

Para la portavoz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Aikaterini Kitidi, los países europeos deberían darle alternativas legales a estos inmigrantes, que quedan a merced de los traficantes de personas.

En la ruta, Abu Mohamed, de 74 años, huyó de su país pese a la lesión que sufre en la columna vertebral, que lo dejó en silla de ruedas. Pese a todo, intenta subir el ánimo a su familia, que busca llegar a Suecia, atravesando caminos de tierra, avanzando trechos en trenes atestados, para luego esperar filas interminables en las fronteras.

Cuatro jóvenes sirios se presentaron como voluntarios para llevar su silla en los terrenos más complicados. «Creemos que es nuestro deber», afirman.

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