Armero: el pueblo fantasma de Colombia que arrasó una avalancha y que se resiste al olvido
Ovidio Castro Medina
Armero (Colombia), 11 nov (EFE).- La noche del 13 de noviembre de 1985, la fuerza de la naturaleza cambió para siempre la vida de Armero, un pueblo próspero del centro de Colombia que fue borrado de la faz de la tierra por una avalancha causada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz, que mató a más de 23.000 de sus 25.000 habitantes.
Cuarenta años después, la zona es un pueblo fantasma y un enorme camposanto cubierto de frondosos árboles, matorrales, tumbas y casas marcadas con apellidos de familias que luchan contra la intemperie para que no se borren los nombres de quienes las habitaron.
Allí donde antes hubo vida, la erupción volcánica seguida de avalancha por la nieve derretida dejó un valle lleno de cadáveres humanos, animales muertos, casas destrozadas, rocas gigantes arrastradas por la furia de la naturaleza, carros volcados y árboles arrancados de raíz. El barro endurecido por el sol parece concreto, testigo de una tragedia que marcó la historia del país.
Armero está en la Cordillera Central de Colombia, a dos horas de Ibagué, capital del departamento del Tolima, en un valle formado por los ríos Lagunilla, Sabandija y Cuamo. Desde lo alto, el Nevado del Ruiz —de 5.364 metros de altura y situado en el Parque Nacional Natural Los Nevados— domina aún el paisaje arrasado por el lodo.
Cien millones de metros cúbicos de terror
Para contar la «verdadera historia» de lo que sucedió y la situación actual del lugar, José Nova y su hermano, Hernán Darío, crearon el Centro de Visitantes de Armero (CVA).
«No viví la tragedia físicamente porque mi Diosito a mí me quiere mucho», dice este agrónomo, que aquel 13 de noviembre se salvó porque salió temprano hacia Bogotá para una práctica universitaria, según relata a EFE.
Sus hermanos, su madre y una tía se habían ido unos cuatro meses antes de la tragedia. Ellas, dice José, tenían el presentimiento de que iba a pasar algo y se fueron para la localidad de Guaduas (Cundinamarca), de donde era oriunda la familia.
Sin embargo, otros 18 familiares, entre tíos y primos, «quedaron acá cuando todo pasó», recuerda.
Nova se capacitó como guía turístico para «divulgar la memoria histórica de Armero», y su experiencia y deseo de entender lo sucedido lo han llevado a investigar la tragedia, de la que dice que fue «enorme» no solo por la gente que murió sino por la magnitud del desastre.
«Fueron 100 millones de metros cúbicos de lodo, rocas y agua los que arrasaron Armero», relata, apuntando que el amasijo de muerte viajó a una velocidad promedio de 30 o 35 kilómetros por hora «con un ruido infernal».
Por eso, «cuando (la avalancha) llegó a Armero, como todo venía encajonado por el cañón, fue como si se abriera una llave», explica.
La avalancha destruyó casas, bancos, iglesias, molinos de arroz y todo lo que encontró a su paso y en algunos puntos alcanzó una altura de hasta cinco metros.
A un costado de la carretera que corta el antiguo Armero se alcanzan a ver las ruinas del hospital San Lorenzo, sepultado casi hasta la segunda planta.
Nova asegura que de las 3.500 hectáreas del pueblo, más de 3.000 quedaron sepultadas, lo que equivale a «cubrir de barro 5.500 campos de fútbol»
La de 1985 fue la más mortal, pero otra erupción documentada del mismo volcán causó la muerte de por lo menos 1.000 campesinos, en su mayoría cultivadores de tabaco, en 1845.
Lo que queda en pie y a la vista
Cuatro décadas después, lo que queda en pie de la próspera Armero se combina con el abandono estatal, una situación contra la que luchan los familiares de quienes quedaron sepultados.
El Parque de Los Fundadores, con una escultura en honor a las víctimas, está cubierto de maleza y escombros. Para llegar a la cruz donde oró el papa Juan Pablo II en 1986 hay que sortear un camino lleno de huecos.
«En este sitio ante esta cruz S. S. Juan Pablo II oró de rodillas por las víctimas de Armero el 6 de julio de 1986, a los 7 meses y 23 días de ocurrida la tragedia», reza una placa de mármol, originalmente blanca, pero que ahora cuesta leer porque el polvo cubre las letras.
La tumba de Omaira Sánchez, que se convirtió en el símbolo de la tragedia, es ahora uno de los sitios más visitados. La niña permaneció atrapada hasta el cuello durante 60 horas; no pudieron rescatarla porque su cuerpo estaba inmovilizado por el lodo.
«Y saber que la tragedia se pudo evitar», lamenta Nova al recordar que el entonces presidente Belisario Betancur (1982-1986) y su ministro de Minas, Iván Duque Escobar, padre del expresidente Iván Duque (2018-2022), minimizaron las voces de alarma que en esos días alertaban sobre el riesgo de una avalancha por el descongelamiento de la nieve acumulada en el cono del volcán Nevado del Ruiz. EFE
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