El célebre «oro blanco» egipcio, en busca de un renacer
En Kafr el Sheij, en el corazón de los verdes campos del delta del Nilo, Fatuh Jalifa lleva 30 años cultivando el antaño denominado «oro blanco», el famoso algodón egipcio que, en la actualidad, busca un renacer.
Los agricultores recolectan a mano la dulce materia blanca que en un futuro conformará lujosos tejidos.
Pero Fatuh Jalifa lamenta los escasos «beneficios». «Cultivo 42 hectáreas que cuestan caro […] mientras que el precio [del algodón] es muy bajo», explica el agricultor.
Reputado en todo el mundo por sus largas fibras, el algodón egipcio –y en particular el del delta del Nilo– fue la principal fuente de riqueza del país en el siglo XIX.
Pero décadas de una competencia internacional feroz, principalmente del algodón de fibras más cortas, causaron estragos en el sector egipcio.
Brasil, Estados Unidos, India y Australia se encuentran entre los primeros exportadores mundiales de algodón, según un informe reciente del Departamento estadounidense de Agricultura, con Egipto muy por detrás.
En 1975, las exportaciones de algodón reportaron a Egipto 540 millones de dólares. En 2016, solo generaron 90,4 millones, según el Observatorio de la Complejidad Económica del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
– Importantes desafíos –
En 2011, la revuelta popular que provocó la caída del presidente Hosni Mubarak asestó el golpe definitivo a la industria. La producción de fibras de algodón se desplomó hasta las 94.000 toneladas en 2013, según la organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), frente a las 510.000 toneladas de 1971.
El año 2017 generó cierta esperanza entre los productores, con un alza de los precios del quintal (100 kg) y una subida de las exportaciones.
Pero los precios registraron una fuerte bajada en las últimas semanas en un contexto de guerra comercial entre Estados Unidos y China, principal comprador del algodón estadounidense.
En Egipto, el precio del quintal pasó de 3.000 libras (145 euros) en 2017 a 2.700 libras (130 euros) este año, el mínimo fijado por el Estado.
– Productividad al alza –
El comercio del algodón se liberalizó en 1994, pero las autoridades todavía controlan la actividad y garantizan un precio de venta mínimo.
«La bajada de los precios no es en sí algo malo», replica Ahmed el Bosaty, presidente de Modern Nile Cotton, una de las empresas más importantes del sector. Para él, el reto más importante sigue siendo la productividad.
Para Hisham Mosaad, director del Instituto de investigación del algodón en el ministerio de Agricultura, la «productividad está al alza», pero las empresas deben invertir más en la mecanización del cultivo del algodón, que se realiza de forma totalmente manual.
Otro desafío radica en que la industria egipcia fabrica pocos artículos terminados. «Producimos algodón para exportarlo directamente, Egipto no dispone de fábricas ni de medios para transformarlo en tejido», lamenta Mohamed Sheta, director de investigación en el Instituto del algodón de Kafr el Sheij.
– Reformas estatales –
La intervención del Estado permitió aumentar las superficies cultivadas en los últimos cuatro años, pasando de unas 50.000 hectáreas a más de 140.000.
Y en septiembre, el gobierno egipcio autorizó de forma experimental, el cultivo del algodón de baja calidad (fibras cortas) para «satisfacer las necesidades de las fábricas».
Pero expertos y agricultores consideran que Egipto no podrá competir con los pesos pesados extranjeros.
Aunque las exportaciones de algodón egipcio aumentaron 6,9% entre marzo y mayo de 2018 respecto al mismo periodo del año anterior, el sector vivió una bajada del consumo de algodón egipcio de 57,9% debido a la tendencia a utilizar algodón importado.
Para promover la calidad egipcia, la estilista Marie Louis Bishara dedicó una de sus líneas al producto local en la fábrica que dirige, al norte de El Cairo.
«Intentamos mostrarle al mundo que si queremos fabricar productos de lujo, hay que utilizar algodón ‘extra largo’ del Delta», explica.
Las camisas, pantalones y chaquetas «made in Egypt» que ella diseña terminan en las estanterías de las tiendas de su país, pero también en Francia e Italia, cuenta orgullosa.