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El Líbano del alto el fuego: un año con las maletas hechas bajo los ataques de Israel

Noemí Jabois

Aitaroun (Líbano), 26 nov (EFE).- Un año después de regresar al sur del Líbano con la entrada en vigor de un alto el fuego con Israel, Layla (nombre ficticio) todavía tiene sus enseres guardados en una maleta por si tiene que huir a causa de alguno de los ataques israelíes que siguen golpeando la región casi a diario.

Desde el cese formal de hostilidades del 27 de noviembre de 2024, la ONU ha contabilizado la muerte de 127 civiles en bombardeos de Israel y su misión de paz en el Líbano ha documentado unas 10.000 violaciones del pacto. Muchas de ellas afectan a poblaciones fronterizas como la de Layla, Aitaroun.

«La última vez que hubo órdenes de evacuación tenía a dos de mis hijos en escuelas en diferentes áreas, ¿cómo se supone que voy a llegar a cada uno de ellos y llevármelos? Sentí que tenía las manos atadas, tuve que correr a recoger a uno de mis niños y pedir a alguien que recogiera al otro», relata a EFE la vecina.

«Fue muy difícil para mí como madre», zanja.

Pastillas para la ansiedad

Esta madre vive separada de su marido, que permanece en Beirut para poder mandar dinero a la familia, pues las tierras de las que vivía este pueblo de agricultores quedaron destruidas durante la guerra o son inaccesibles por su cercanía a la línea divisoria entre el territorio libanés y el reclamado por Israel.

Habiendo perdido su casa en el conflicto y alquilada en un piso con colchones en el suelo como único mobiliario, Layla lamenta cómo las explosiones que escuchan por las noches les causan un miedo «extremo» y cómo su hijo la persigue por la casa a todas horas, en un pésimo estado psicológico.

«Nuestra ropa todavía está guardada en las maletas, nuestro trabajo se ha parado, por no hablar de cómo nos está afectando esto mental y físicamente debido al miedo. Básicamente, funcionamos con medicación para la ansiedad», sentencia.

Cuando mete a su niño en un minibus, le vienen a la mente los continuados ataques y la posibilidad de no volver a verle. Según comenta, la hija de su amiga fue una de los diez menores heridos la semana pasada al pasar su microbus escolar por el lugar de un ataque israelí con dron contra la cercana At Tiri.

A mediados de mes, las fuerzas israelíes realizaron una incursión en Aitaroun y volaron por los aires cuatro viviendas, mientras que unos días más tarde lanzaron seis morteros contra la población después de que las autoridades locales la hubieran evacuado bajo una amenaza de bombardeo, de acuerdo con medios locales.

«Desde aquí es de donde entran lo israelíes ahora, la semana pasada vinieron desde este punto exacto y empezaron a disparar al pueblo. Cambiamos los paneles solares muy a menudo porque no dejan de venir y disparar o atacar nuestras casas y tiendas», relata a EFE un vecino que prefiere no identificarse.

Su relato se ve interrumpido por el paso de cinco cazas israelíes sobre Aitaroun, una estampa que los residentes afirman se repite a diario.

Miedo constante

Zahra (nombre ficticio) se vio desplazada tres veces durante el conflicto librado entre octubre de 2023 y noviembre de 2024, yéndose cada vez más lejos según se ampliaba el radio de la violencia y perdiéndolo «todo» en el proceso.

«Luego, cuando terminó la guerra, sentimos que quizás las cosas volverían a ser como eran antes, pero la guerra no se ha acabado. Cada día hay miedo, cada día hay ataques y la gente está siendo desplazada de nuevo», cuenta a EFE esta residente de Aitaroun.

La mujer se hace cargo de su madre enferma y trabaja para ir arreglando poco a poco su casa destruida por los ataques, pues, como casi todos los que se vieron desplazados, gastó cada céntimo de sus ahorros para poder sobrevivir fuera del lugar donde nacieron.

A la precariedad en unas zonas donde las oportunidades laborales son mínimas dadas la situación de seguridad aún prevalente, se suma el miedo que «gobierna» sus vidas y el pavor que les invade con las explosiones que resuenan aquí en la oscuridad de la noche, asevera Zahra.

«Hace unos días, debías haber visto cómo la gente se iba después de las órdenes de evacuación (…) A veces siento como que no puedo ni levantarme e irme, pero tengo que quedarme aquí porque no puedo aguantar estar desplazada más tiempo y los alquileres son muy caros», señala.

No es una situación económica muy diferente a la de Hussein, otro nombre ficticio para ciudadanos de una zona donde casi todos precisan el escudo del anonimato.

El joven solía trabajar en las plantaciones de tabaco cercanas a la frontera, ahora inaccesibles, y aceptó el «primer empleo que pudo encontrar» en un supermercado cuando regresó a Aitaroun tras el alto el fuego de hace un año.

«Quería estar aquí, resistiendo la ocupación y viviendo en mi pueblo, incluso si significa vivir con miedo», concluyó Hussein. EFE

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(foto)(vídeo)

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