El mercado «maldito» que desafía la lógica inmobiliaria en Hong Kong
Mar Sánchez-Cascado
Hong Kong, 23 nov (EFE).- En el mercado inmobiliario de Hong Kong, la solidez ya no la marcan el acero ni el hormigón, sino un factor tan intangible como la superstición, hasta el punto de que en una plaza donde el metro cuadrado rebasa los 26.000 euros cualquier tragedia puede trastocar el valor de un inmueble con la misma rapidez que un movimiento en los tipos de interés.
En este sector maduro y agorero, la psicología pesa tanto como la macroeconomía. Las llamadas ‘hongza’ -viviendas asociadas a fallecimientos o sucesos violentos- se han convertido en activos que pocos se atreven a tocar en un ecosistema donde el ‘fengshui’ y la confianza pesan tanto como las decisiones de la Reserva Federal.
El caso más reciente fue la muerte de una trabajadora doméstica filipina en una mansión valorada en 560 millones de dólares hongkoneses (unos 62 millones de euros, 72 millones de dólares), propiedad del magnate Zhang Songqiao, en The Peak, el enclave más exclusivo de la ciudad. No se ha producido una venta pública del inmueble.
Agentes del sector calculan que la propiedad ha perdido entre un 30 % y 40 % de su valor respecto a residencias comparables, un ajuste que en cualquier otro mercado se explicaría por tipos de interés o liquidez, pero que aquí obedece a factores culturales y a la percepción social.
En un entorno donde la confianza pesa tanto como la ubicación, basta un rumor para sacudir el valor del ladrillo.
Superstición y capital
En el ‘fengshui’, una vivienda donde hubo una muerte violenta se considera un espacio de energía alterada, y esa creencia sigue influyendo en las decisiones de compra.
«Este tipo de decesos genera un estigma que afecta desigualmente según el perfil del comprador o arrendatario», explica a EFE Natalie Leslie, consultora de la agencia Home R Us.
«Los expatriados suelen mostrarse poco impresionados, aunque reconocen la dificultad de reventa futura. Algunos aceptan adquirir propiedades donde se produjeron desgracias si hay suficiente descuento, asumiendo que después solo podrán revender a otro extranjero», expone.
En el segmento del alquiler la brecha cultural es aún más visible. «Los occidentales no plantean objeciones, mientras que los residentes de origen chino rechazan incluso visitar un piso con ese historial, descartando toda la planta», añade Leslie.
Datos de Juwai.com confirman que la aversión a los números de mal augurio o a viviendas cercanas a cementerios sigue presente incluso entre jóvenes profesionales. Los compradores occidentales, en cambio, evalúan la ecuación riesgo–precio.
«Numerosos emigrantes ignoran el tabú para acceder a barrios imposibles; pero al revender, la superstición local reaparece y reduce el margen de ganancia», detalla Leslie.
Entre el tabú y la transparencia
La normativa hongkonesa obliga a los agentes a informar si conocen antecedentes de defunciones, lo que añade sensibilidad al negocio. Ante la duda, los compradores suelen encargar una búsqueda en el Registro de la Propiedad, donde constan los fallecimientos ocurridos en cada dirección.
Ciertos corredores optan por destacar mejoras estructurales, sostenibilidad o diseño y orientar las ventas hacia clientes internacionales. «La clave es contextualizar: informar sin dramatizar. Una ‘hongza’ puede tardar el doble en venderse, pero, al precio adecuado, encuentra comprador», comenta a EFE otro agente inmobiliario bajo anonimato.
En términos financieros, las ‘hongza’ representan una paradoja: mientras los compradores locales las rehúyen, inversores extranjeros y fondos oportunistas detectan margen.
Herencia y cambio generacional
En la comunidad local, la influencia familiar mantiene viva la cautela. «Muchos jóvenes formados fuera de Asia muestran menos temor, pero los padres siguen interviniendo en la decisión final», detalla Leslie.
La recuperación del precio, agrega, es prácticamente nula entre compradores locales, incluso décadas después del suceso. Los expatriados constituyen el único grupo dispuesto a adquirir estas viviendas a precio reducido, y el aumento de residentes extranjeros está creando «un mercado paralelo de ‘hongza’ con liquidez creciente, aunque limitada al segmento no asiático».
Las nuevas generaciones formadas en el extranjero priorizan factores objetivos como ubicación, mantenimiento o potencial de revalorización, lo que comienza a modificar el comportamiento del mercado.
Aun así, las secuelas financieras persisten. «Bancos o aseguradoras pueden rechazar un préstamo si la vivienda figura en bases de datos ligadas a muertes, porque su liquidez futura es incierta», advierte Leslie.
Mientras, un pequeño nicho de inversores apuesta por ese olvido programado. En la ciudad de 7,5 millones de habitantes que viven en una superficie de poco más de 1.100 kilómetros cuadrados que se cotizan como el oro, el miedo es una variable más de la ecuación inmobiliaria.
Entretanto, crece la desigualdad en el acceso a la vivienda, con un aumento en el número de personas que viven en condiciones precarias, como apartamentos subdivididos o viviendas en contenedores. EFE
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