Erdogan, el «rais» que quiere dejar huella en la historia de Turquía

En 15 años Recep Tayyip Erdogan ha transformado profundamente Turquía. Tras haber proclamado su reelección para un nuevo mandato el domingo, podrá consolidar consolidar su poder e igualar en la historia al fundador de la República, Mustafá Kemal.
Ni su paso por prisión, ni las monstruosas manifestaciones ni tampoco una sangrienta intentona golpista frenaron el irresistible ascenso del «rais» («jefe»), como lo apodan sus más fervientes seguidores, que dirige el país con mano dura desde 2003.
A sus 64 años, Erdogan está muy cerca de su objetivo, con la victoria que reivindica en las elecciones generales que se celebraron el domingo y que le otorgarían un mandato de «superpresidente», hecho a su medida en virtud de una revisión de la constitución aprobada el año pasado.
Los resultados se anunciaban reñidos, pero Erdogan ganó el domingo en las elecciones presidenciales en primera vuelta, con el 52,5% de los votos y manteniendo su mayoría en el Parlamento gracias a un alianza de su partido con los ultranacionalistas del MHP, según los resultados casi definitivos divulgados por la agencia de prensa estatal Anadolu.
Erdogan ya ha transformado profundamente Turquía a través de unos megaproyectos de infraestructuras y llevando a cabo una política exterior firme, que ha llegado a molestar a los tradicionales aliados occidentales.
Para sus simpatizantes, sigue siendo, pese a las dificultades actuales, el hombre del «milagro económico» que hizo entrar a Turquía en el club de los 20 países más ricos del mundo, y el campeón de la mayoría conservadora, mucho tiempo desdeñada por una élite urbana y laica.
Pero sus detractores acusan a Erdogan de protagonizar una deriva autocrática, en particular desde el intento de golpe de Estado de julio de 2016, al que siguieron unas purgas masivas. Opositores y periodistas también fueron detenidos, suscitando preocupación en Europa.
– Orador sin igual –
A menudo descrito en Occidente como un sultán insuperable, este nostálgico del Imperio Otomano es un temible animal político que ha ganado todas las elecciones desde que su partido, el AKP, llegara al poder en 2002.
En sus mítines, despliega las cualidades de un orador sin igual que en gran parte han contribuido a su longevidad política, echando mano de referencias a poemas nacionalistas y al Corán para movilizar a las multitudes.
Nacido en un barrio popular de Estambul, Erdogan se planteó hacer carrera en el fútbol -un deporte que practicó en una categoría semiprofesional- antes de meterse en política.
Aprendió todos los trucos en el movimiento islamista del ex primer ministro Necmettin Erbakan, antes de ser propulsado a la primera línea cuando fue elegido alcalde de Estambul en 1994.
En 1998 fue condenado a una pena de prisión por haber recitado un poema religioso, un episodio que no hizo sino reforzar su aura.
Tomó la revancha en la victoria electoral del AKP -partido que cofundó- en 2002. Un año después, fue nombrado primer ministro, cargo que desempeñó hasta 2014, cuando se convirtió en el primer presidente turco elegido por sufragio universal directo.
Casado y con cuatro hijos, Erdogan sigue siendo el político favorito de la mayoría de los turcos, el único capaz de «mantenerse firme» frente a Occidente y de guiar el barco a través de las crisis regionales, empezando por el conflicto sirio.
Sus virulentos discursos contra la «islamofobia» que gangrena, según él, Europa y sus posicionamientos a favor de los palestinos le han reportado una inmensa popularidad en el mundo musulmán.
– ‘La obra sobrevive’ –
Pero desde las grandes manifestaciones antigubernamentales de la primavera de 2013, brutalmente reprimidas, también se convirtió en la personalidad política más criticada de Turquía, a causa de la deriva autoritaria e islamista que fue adoptando según sus detractores.
Su poder vaciló a finales de 2013 cuando estalló un escándalo de corrupción contra su círculo más próximo. Erdogan denunció un «complot» y apenas se habló del caso.
Pero, en la noche del 15 de julio de 2016, el presidente turco tuvo que enfrentar su peor prueba, en forma de un sangriento intento de golpe de Estado.
La imagen de Erdogan, esa noche, llamando al pueblo al rescate a través de la pantalla de un teléfono inteligente, con el rostro lívido, marcó a la gente. Tanto como su llegada triunfal al principal aeropuerto de Estambul de madrugada, anunciando la derrota de los golpistas.
El presidente turco acusa al predicador Fethullah Gülen -antaño aliado suyo- de estar detrás de la intentona golpista, algo que Gülen niega. El golpe de Estado fallido dio lugar a purgas masivas.
Adulado por sus simpatizantes y odiado por sus detractores, Erdogan parece estar no obstante convencido de que dejará una huella imborrable en la historia de su país.
«Un hombre muere, pero su obra le sobrevive», repite a menudo el presidente, que ordenó la construcción de una gigantesca mezquita en Estambul. Como ya lo hicieron los sultanes mucho antes que él.