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Israel pone en jaque con demoliciones a los beduinos del desierto

Magda Gibelli Sánchez

Desierto del Néguev (Israel), 13 nov (EFE).- Miles de beduinos árabes del desierto del Néguev, en el sur de Israel, viven bajo la amenaza de las demoliciones. Solo 11 de sus 47 aldeas están reconocidas. Las demás son consideradas ilegales por el Gobierno israelí, cuyas excavadoras representan una amenaza: pueden dejarles sin hogar y con una deuda imposible de pagar.

«Estamos perdiendo lo más básico y esencial: nuestro techo», dijo a EFE Jalil Al Amur, un activista y abogado beduino, en la aldea de Al Sira, donde lleva un negocio turístico familiar.

El suelo arenoso, los bordados donde predomina el rojo y el olor a café con cardamomo, acompañan a los líderes tribales del norte del Néguev, todos hombres, que reciben a EFE en el salón de reuniones de sus comunidades, para narrar la amenaza sobre su forma de vida.

El camino hacia las aldeas de Sira, Um Matnan, Al Sir y Bir Jadaj, norte del Néguev, las colinas de arena muestran un paisaje desolador. En cimas y valles, donde antes había casas beduinas, ahora hay escombros y fragmentos de chapa. Numerosas aldeas han sido desmanteladas.

Identidad beduina

Las autoridades promueven el desalojo y reubicación a municipios designados por el Gobierno, algo a lo que se oponen los beduinos, de religión musulmana, afirmando que desplazarse forzosamente destruiría su vínculo con la tierra y su modo de vida.

«Te hacen firmar con ellos un acuerdo: que tú quieres estar bajo su administración, que quieres ser moderno, que vas a tener una casa de piedra, no de lona. Firmas, y al final no tienes nada. No tienes posees la tierra. Por eso no queremos eso», detalló Salem Abu Asa, residente de Bir Jadaj.

Ismail Abu Hlel, que vive en Um Matnan, también se niega a perder su arraigo. «Queremos que sea adecuado a la vida beduina. No puedes meterme entre cuatro paredes, eso es una prisión. Quiero algo donde pueda criar ovejas, camellos», explicó.

Vida entre escombros

Hlel recuerda cómo el 8 de mayo de 2024 comenzó una de las peores pesadillas para su comunidad. La aldea de unos 240 residentes fue arrasada por topadoras del Estado. Destruyeron paneles solares, depósitos de agua y tuberías.

Desde entonces, las familias de Um Matnan duermen entre escombros, pues dicen que no tienen a donde ir, y el Gobierno les exige unos 19.000 euros por cada demolición.

Han levantado casas más sencillas de desmantelar. Cada vez que se aproximan los policías, las desmontan, y afirman que lo harán una y otra vez, porque están en sus tierras, que habitan antes de la fundación de Israel.

«Nosotros demolemos antes de que lleguen, para que no gasten dinero. Demolemos, envolvemos las cosas, las ponemos en los coches o en tractores y las alejamos», contó.

En Al Sir, un niño de unos 6 años, rompe en llanto tras cortarse el pie con un trozo de latón que sobresale de los escombros de la que era su casa.

Hace dos semanas, ante la inminente llegada de los funcionarios encargados de la demolición, los residentes de esta comunidad comenzaron a quemarlo todo como protesta.

Ausencia de derechos

La población beduina está conformada por unas 305.000 personas (3,5 % de la población de Israel) con arraigo histórico en el desierto.

Nati Yefet, miembro del Consejo Regional para las Aldeas no Reconocidas del Néguev (RCUV, por sus siglas en inglés), organismo creado por las comunidades afectadas, explicó que la distribución del territorio es desigual.

«El 96,3% de tierras de los consejos regionales del norte del Néguev están destinadas a la población agrícola judía, que representa un tercio de la población agrícola total, mientras que solo el 3,7% se destina a los beduinos, que constituyen dos tercios de la población agrícola», detalló.

La mayoría de los árabes de esta comunidad tienen ciudadanía israelí e incluso hay quienes sirven en el Ejército.

Pese a ello, los entrevistados por EFE coincidieron en que se enfrentan a «un sistema racista y discriminatorio que solo va de peor en peor», como destacó Jalil Al Amur.

«Te dicen: ‘sirve en el ejército’, y al mismo tiempo te destruyen la casa. Te dan órdenes de desalojo. Te destruyen, te golpean, dispersan a tus familias. Yo nunca sentí que era ciudadano del Estado (israelí). El Estado no me trata como ciudadano», afirmó Salem Abu Asa.

Para este hombre, moverse por fuerza a una ciudad, o, como ellos lo llaman, «a la vida moderna», no es una opción.

«Yo me hago cargo de mí mismo en el desierto. No necesito ayuda, encuentro una salida. ¡Solo dame una vida, hombre! Dame aliento, dame una vida según lo que quiero, según lo que aprendí, según la vida beduina», dice firme Abu Asa durante la entrevista, escuchada con atención por los jóvenes de su comunidad.EFE

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