
La calma rural hakka hongkonesa resiste a tifones, burocracia y fiebre inmobiliaria
Mar Sánchez-Cascado
Hong Kong, 21 oct (EFE).- Hong Kong, metrópolis de vértigo financiero y densidad urbana extrema, donde aún el sesenta por ciento del territorio sigue cubierto de vegetación, vio en los años 60 cómo sus aldeas sucumbían al ansia inmobiliaria.
Hoy, el pulso agrícola resiste con la recuperación de valles olvidados, un respiro en medio del avance del hormigón.
En los últimos años poblados han sido recuperados por ecologistas y campesinos que rescatan vínculos con la tierra y ensayan formas de vida comunitaria frente a la vorágine de la urbe.
En los Nuevos Territorios -actualmente en plena expansión urbanística-, donde el río Nam Chung serpentea entre colinas y manglares, uno de los núcleos rurales hakka más antiguos resiste al avance urbanita y al cambio climático.
Con más de tres siglos de historia, conserva la esencia de una vida rústica y laboriosa, profundamente ligada al terreno.
En sus casas de piedra, los antiguos linajes aún marcan la trama social de una comunidad que durante generaciones levantó hornos y cultivó arrozales.
Desde el siglo XVIII, sus habitantes prosperaron con una economía equilibrada: cereales en verano, hortalizas en invierno y pesca de estanque.
Durante la ocupación japonesa (1941-1945), los aldeanos se refugiaron en las colinas para abastecer de arroz y agua a la guerrilla.
La memoria de aquella “estación de distribución del cereal” aún da nombre a la parada del minibús que da acceso a la villa.
La paz trajo otra invasión: la modernidad. Numerosos jóvenes emigraron al sur en busca de empleos urbanos, dejando los campos en barbecho y los estanques cubiertos de juncos. A comienzos del siglo XXI, Nam Chung parecía destinada al olvido.
Semillas que germinan en tierra olvidada
El renacimiento rural comenzó en 2009, cuando un grupo de ambientalistas y antiguos residentes decidió arrendar parcelas abandonadas para impedir su venta a promotores inmobiliarios.
La iniciativa coincidió con las protestas en Choi Yuen, donde agricultores se opusieron a la construcción del tren de alta velocidad entre Guangzhou, Shenzhen y Hong Kong.
Aquella resistencia marcó el inicio del Movimiento de los Nutricultores de la Tierra, un impulso colectivo para recuperar cultivos y defender el suelo agrícola. De esa experiencia nació en 2013 PEACE (Partnership for Eco Agriculture and the Conservation of Earth), organización que promueve prácticas ecológicas, educación ambiental y soberanía alimentaria.
Hoy, sus miembros trabajan en un huerto de 2.000 metros cuadrados basado en la agroforestería, un sistema que combina verduras y frutales autóctonos para mejorar la biodiversidad y la fertilidad del suelo.
El proyecto busca reconstruir una red alimentaria local en una ciudad que solo produce el 2 % de las hortalizas que consume, frente a más del 50 % en los años noventa, y depende casi por completo de las importaciones del sur de China.
El regreso de nuevos pobladores, jóvenes de clase media que buscan experiencias más sostenibles, ha transformado el paisaje social.
Algunos alternan el teletrabajo con la siembra, otros elaboran productos artesanales o gestionan granjas comunitarias.
Trámites, tifones y tierra en disputa
Los agricultores se enfrentan a un laberinto burocrático. Peter Lee, propietario de una granja que prefiere no revelar su ubicación por temor a represalias, explicó a EFE que “uno de los principales desafíos son las normas sobre los invernaderos; cada permiso requiere informes de drenaje, planos técnicos y la firma de un ingeniero, lo que puede costar cerca de un millón de dólares hongkoneses”.
Lee denuncia que son cifras imposibles para un pequeño productor y que “las regulaciones llevan más de una década sin actualizarse y los funcionarios desconocen la realidad rural”.
A su juicio, “la urbanización, el alza del suelo y los tifones amenazan los cimientos de la agricultura ecológica”.
Las compensaciones oficiales -unos 12.900 dólares hongkoneses por metro cuadrado (1.520 euros)- encarecen la tierra hasta volverla incultivable.
A ello se suman la emigración de familias jóvenes, el envejecimiento de los labradores y la caída del 70 % de los comercios locales que antes compraban sus productos.
Educación ambiental y legado cultural
El Ejecutivo destina 1.000 millones de dólares hongkoneses al Fondo para el Desarrollo Agrícola Sostenible, que financia maquinaria y proyectos ecológicos.
Entidades como Partnership for Nature Education and Conservation (PNEC) organizan talleres de reforestación, restauración de arrozales y recopilación de relatos de los últimos campesinos.
Brenda Alatorre, jefa de Sostenibilidad de Hydrofarm Technology, señaló a EFE que “Hong Kong genera unas 11.130 toneladas diarias de residuos alimentarios, un tercio de ellos orgánicos. Integrar la agricultura urbana y cooperar con la Gran Área de la Bahía es esencial para reducir tal impacto ambiental”.
La ingeniera mexicana observó que “el reto cultural persiste, pues los consumidores locales aún privilegian los productos importados o de apariencia perfecta”.
En Nam Chung, los excedentes alimentan comidas comunales que reactivan el sentido de vecindad. Jóvenes profesionales, cansados del ritmo corporativo, encuentran entre los arrozales otra forma de invertir su tiempo y compartir. EFE
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