Los conductores filipinos de «yipnis» se quedan en la miseria por el coronavirus

Daniel Flores se vio obligado a abandonar el volante de su yipni, popular medio de transporte colectivo en Filipinas, debido al confinamiento impuesto por el coronavirus y ahora recorre las calles de Manila pidiendo limosna para alimentar a su familia.
Este conductor de 23 años no ha tenido ni un pasajero desde marzo, cuando el presidente Rodrigo Duterte decretó el confinamiento de la capital para frenar la propagación de la epidemia de covid-19.
Los yipnis –hechos con los jeeps del ejército estadounidense abandonados tras la Segunda Guerra Mundial– son un símbolo nacional en Filipinas y constituyen un sistema de transporte muy popular y barato ($0.18, 0,15 céntimos de euro).
Pero al igual que millones de otros conductores, Flores está sin trabajo tras meses de medidas restrictivas que paralizaron la economía.
Expulsado de su apartamento, del que ya no podía pagar el alquiler, Flores empezó a vivir en su yipni con su mujer, dos de sus hijos y otro conductor.
En lugar de sentarse detrás del volante, este padre de familia ha pasado muchos días mendigando para sobrevivir.
Otros compañeros recorren como él las calles con un cartón en forma de rueda alrededor del cuello, con la esperanza de llamar la atención y obtener limosna.
«Ya no nos queda dinero», explica Flores a la AFP sentado en su vehículo, prestado por su jefe, y donde se acumulan cacerolas, ropa y objetos de poco valor.
Un cartel colocado en el techo pide ayuda a los transeúntes.
Filipinas es uno de los países más afectados por el coronavirs en el Sudeste Asiático con más 157.000 casos confirmados y Manila volvió a ser confinada. En este contexto, Flores no tiene ninguna perspectiva de volver a conducir.
A veces acepta pequeños trabajos como vender chatarra, pintar o soldar, pero no es suficiente.
«A menudo solo comemos una vez al día. Otras veces, si nadie nos ayuda, no comemos nada», reconoce.
La situación es tan crítica que la pareja ha enviado a su bebé de siete meses a vivir con unos familiares fuera de Manila.
– Destinados a desaparecer –
Sesinando Bondoc, de 73 años, comenzó a conducir un yipni cuando tenía 28. Ahora, a su edad, encontrar otro trabajo parece imposible.
De pie al borde de una carretera concurrida, bajo un calor sofocante, pide limosna junto a otros compañeros.
«Una vez casi nos atropella un coche, pero realmente no tenemos opción. Tenemos que salir y arriesgarnos en la calle, simplemente para llevarnos algo al estómago», dice Bondoc con la voz quebrada, mientras contiene las lágrimas.
Los conductores recibieron ayudas del gobierno, pero no son suficientes para compensar su pérdida de ingresos.
En junio, las medidas de confinamiento se suavizaron en Manila pero solo una minoría de alrededor de 55.000 yipnis de la megalópolis fueron autorizados a circular.
Los conductores tuvieron que adaptar sus vehículos para cumplir las medidas sanitarias, instalando barreras de plástico entre los asientos y reduciendo el número de pasajeros.
Los que habitualmente ganaban 1.500 pesos (26 euros, 30 dólares) al día tuvieron que contentarse con mucho menos.
A principios de agosto se volvió a imponer un confinamiento a los más de 27 millones de habitantes de Manila, es decir una cuarta parte de la población filipina, obligando a los conductores a cesar de nuevo su actividad.
Algunos temen que ya no volverán a conducir estos yipnis, destinados a desaparecer desde que el gobierno decidiera el año pasado poner fin progresivamente a este medio de transporte por ser muy contaminante.
El propietario del «yipni» de Renato Gandas, de 57 años y conductor desde hace 30, ya ha vendido uno de sus vehículos.
Con su medio de subsistencia en peligro, Gandas ha perdido la esperanza. «Quizás tengamos que mendigar el resto de nuestras vidas», lamenta.