El cementerio más grande de Perú celebra a sus muertos con alegría, música y tradiciones
Paula Bayarte
Lima, 1 nov (EFE) .- El silencio no tiene cabida en el cementerio peruano de Virgen de Lourdes, el segundo más grande de Latinoamérica, qué en el Día de los Muertos reúne bullicio, familias, vendedores y músicas de distintos puntos del país que se fusionan para honrar con alegría y tradiciones a los que ya se fueron.
Decenas de miles de personas visitan este sábado este particular camposanto, una especie de ciudad de tumbas y nichos que se expande por las colinas del distrito de Villa María del Triunfo, en el sur de Lima, y que surgió en 1961 para albergar las sepulturas de peruanos que migraron desde provincias la capital, especialmente desde la sierra de los Andes.
«Tenemos un legado cultural de todos las provincias de Perú y varias zonas que tienen manifestaciones culturales propias. Por ejemplo, la zona huancaínos (gentilicio del departamento andino de Huancayo), es una muy alegre», explica a EFE el gerente de Desarrollo Social de Villa María del Triunfo, Javier Huamán.
«Nosotros permitimos que haya manifestaciones culturales, como que vengan con sus bandas y sus platos típicos», añade Huamán, quien calcula que pueden llegar a este cementerio hasta dos millones de personas.
Por eso que los hijos y nietos de peruanos que partieron hace décadas a Lima en busca de una vida mejor les honran este 1 de noviembre con sus costumbres típicas y pagan unas monedas a músicos que deambulan por el cementerio con arpas, violines e instrumentos de viento dispuestos a tocar las canciones que gustaban a los difuntos.
Es el caso de la familia Mitma, que baila y canta un huayno del carnaval de Ayacucho, una melancólica melodía del corazón de los Andes, en recuerdo de su padre, que llegó a Lima con 18 años para servir en el Ejército desde la sierra.
«Mi papá era un fanático y todos le acompañábamos siempre con su música (..) hoy tenemos pena pero venimos a recordar lo que mi papa fue», dice Pilar, hija del fallecido, junto a su anciana madre, después de bailar de la mano emocionadas.
Bullicio familiar
El polvo típico de los áridos cerros de Lima recubre con una capa fina las tumbas y las flores artificiales, ya que flores las naturales están prohibidas por el riesgo de la proliferación de dengue, y el camposanto que alberga casi un millón y medio de nichos luce repleto de vendedores de bebidas, pan con chicharrón, helados, cigarros y músicos.
Los visitantes, ataviados con bolsas de comida, flores neón y otros objetos sortean el vaivén de autobuses que pasan junto a las sepulturas y que distribuyen a los familiares por las 60 hectáreas que tiene el cementerio.
La familia de José Fernández prepara las brasas para hacer una pequeña parrilla junto a la tumba de su padre, que murió hace tres décadas, y dice que cada primero de noviembre se siguen juntando para acompañarle y recordarle a él y sus costumbres.
«Venimos con desayuno y almuerzo y le invitamos a mi padre que en paz descanse. Es la tradición de acá, un poco de música, de cerveza y platillos que le gustaban como tamales, galletitas y su cigarro», dice su hijo mayor después de colocar varios vasos repletos en el entierro de su padre.
Entre los miles de nichos, se pueden ver jóvenes que pintan de colores las piedras que recubren las tumbas, familias colgando globos y señoras solitarias que quitan las malas hierbas que han crecido en los enterramientos.
«Hay un momento de tristeza pero mayormente viene con más alegría porque quieren festejar que la persona sigue y vive ahí con ellos», dice Huamán junto a la enorme filas de personas que esperan subirse a un autobús que recorre el cmentario para que les deje cerca de sus seres queridos entre el bullicio. EFE
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