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China reformula las normas de derechos humanos

Composición de imágenes de Xi Jinping, una protesta Uigur, y Eleanor Roosevelt sosteniendo la Declaración de DDHH
Desde la llegada al poder del presidente Xi Jinping, el creciente uso por parte de China de políticas internas represivas, desde Xinjiang hasta Hong Kong, ha sido fuente de preocupación para los expertos de la ONU, que tomaron nota del desprecio de la segunda potencia mundial por los derechos humanos. Helen James / swissinfo.ch

Pekín quiere promover su propia visión de los derechos humanos y doblegar el sistema de la ONU para adaptarlo a su régimen autoritario. La lucha se lleva a cabo en Ginebra, en las salas de reuniones del Palacio de las Naciones.

Las ambiciones de China de remodelar las normas mundiales se pusieron de manifiesto en la sesión del Consejo de Derechos Humanos celebrada a finales de febrero. Dirigiéndose a una multitud de jefes de Estado y representantes de los Estados miembro, el exministro de Asuntos Exteriores chino, Qin Gang —desaparecido de la vida pública y destituido de su cargo— afirmóEnlace externo que su país “iba a seguir un camino chino de desarrollo de los derechos humanos” que “respondiera a los tiempos y se adaptara a sus condiciones nacionales”.

Las políticas internas cada vez más represivas desde que, en 2012, Xi Jinping llegara al poder —desde Xinjiang al Tíbet y Hong Kong— son una fuente creciente de preocupación para ONG y responsables de Naciones Unidas (ONU), que han tomado nota del desprecio que la segunda potencia mundial tiene por la legislación internacional de derechos humanos.  

“Creo que a China le gustaría que la ONU fuera considerada como un mero órgano técnico o consultivo, incapaz de hablar con autoridad moral”, explica Rana Siu Inboden, profesora adjunta de la Universidad de Texas en Austin.

El desprecio que Pekín ha mostrado por las normas existentes se ha hecho más visible en los últimos años en los discursos de sus representantes en las reuniones celebradas en el Palacio de las Naciones de Ginebra, la sede europea de la ONU.

Para la diplomacia china, el máximo organismo de derechos humanos de la ONU debe centrarse en el “diálogo constructivo”, abstenerse de “señalar con el dedo” y no utilizar los problemas de los derechos humanos como excusa para “inmiscuirse en los asuntos internos de otros países”.

Refiriéndose a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU —“un hito en la causa internacional de los derechos humanos” que este año cumple 75 años—, Qin Gang dijo que los desafíos recientes —desde la pandemia al hambre en el mundo y el cambio climático— plantean la cuestión de “cómo promover y proteger mejor los derechos humanos”.

Como respuesta, invitó a más países a no “copiar el modelo de otros”, sino a elegir su “propio camino de desarrollo de los derechos humanos”, un camino que tenga en cuenta sus particulares “antecedentes históricos, patrimonio cultural, condiciones nacionales y necesidades de la población”. Al mismo tiempo —y de forma un tanto contradictoria—, Qin Gang subrayó la naturaleza “indivisible” de los derechos humanos.

Doblegar las reglas

“El Gobierno chino quiere asegurarse de que el sistema internacional sea favorable a los países autoritarios”, mantiene Teng Biao, un académico y activista chino de derechos humanos, que es profesor visitante en la Universidad de Chicago.

Las partes del sistema de derechos humanos de la ONU a las que China se opone son las denominadas divisiones de “Procedimientos Especiales” y “Órganos de Tratados”, a través de las cuales grupos de especialistas independientes investigan las violaciones de los derechos humanos y examinan el modo en que los países aplican los tratados que han ratificado.

China ha firmado y ratificado el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, pero solo ha firmado el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, lo que significa que, de manera legal, solo está obligada por el primero. El Gobierno de Pekín argumenta que los países occidentales ponen demasiado énfasis en los derechos civiles y políticos y —a pesar de haber recibido en marzo duras críticasEnlace externo del comité de la ONU encargado de supervisar el cumplimiento del tratado— el país quiere ser visto como defensor de los derechos económicos, sociales y culturales.

“Gran parte del sistema de derechos humanos consiste en desarrollar normas y adoptar tratados, presentar informes y mantener debates abstractos sobre las mejoras que podrían introducirse”, afirma Nicholas Bequelin, profesor visitante en la Universidad de Yale y exdirector regional para Asia y Oceanía de Amnistía Internacional. “Pekín quiere amortiguar y eliminar la parte de rendición de cuentas, en la que se nombra a los países y se ponen en marcha mecanismos especiales”.

China no es el único país que utiliza su poder para influir en los debates y proteger a sus aliados en la ONU. Estados Unidos, por ejemplo, se opone de manera habitual a mociones contra Israel. Mientras que otros países, como los miembros del Movimiento de Países No Alineados —un grupo de 120 países que formalmente no están alineados con ningún bloque—, también han esgrimido en el pasado argumentos para priorizar la colaboración frente a la confrontación. Pero la estrategia de China es diferente. 

“Cualquier país al que se critica su historial de derechos humanos rechaza la legitimidad del marco de derechos humanos. Lo que difiere es que Pekín tiene los medios diplomáticos y financieros para persuadir a muchos países de que sigan su línea y voten junto a China en votaciones cruciales”, dice Bequelin.

Influencia diplomática y económica

El ejemplo más claro lo tenemos en la capacidad de China para evitar —en octubre del año pasado— un debate en el Consejo de Derechos Humanos sobre el trato a la población uigur de Xinjiang que, según un informe de la ONU, podría constituir “crímenes contra la humanidad”. Aunque la votación fue ajustada (19 en contra, 17 a favor y 11 abstenciones), sentó un mal precedente y en el futuro podría desalentar a los países que quieran enfrentarse a China.  

Antes de publicarse el informe —en agosto de 2022— Pekín había puesto todo su peso diplomático en conseguir que la oficina de Derechos Humanos de la ONU echara por tierra el documento. La agencia de noticias Reuters informóEnlace externo de que Pekín había hecho circular entre las misiones diplomáticas en Ginebra una carta en la que se instaba a la exjefa de Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, a no publicar el informe para obtener su apoyo. Antes de la votación, China había organizado en Ginebra una rueda de prensa de dos horasEnlace externo, con funcionarios del Gobierno de Xinjiang, para rebatir las conclusiones del informe. 

En el marco de su iniciativa “Belt and Road” [iniciativa de la Franja y de la Ruta], lanzada hace una década, Pekín ha invertido grandes sumas en proyectos de infraestructuras en todo el mundo. El personal especializado consultado sostiene que la iniciativa es una trampa de deuda para los países en desarrollo y a China le da el poder para influir en el sentido de su voto en la ONU.  

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Mientras tanto, Human Rights Watch documentó Enlace externocasos de personal diplomático chino que —en las mismas instalaciones de la ONU— acosó e intimidó a activistas y especialistas. Para Inboden, “eso va más allá de la diplomacia normal”.

En las votaciones clave de la ONU, China suele contar con el respaldo de gobiernos autoritarios; pero también, de muchos países en desarrollo.

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“Creo que lo que China hace muy bien es mantener una línea muy coherente sobre por qué el sistema internacional de derechos humanos no tiene legitimidad para criticar a los países en desarrollo. Y a aquellos países que son blanco de las críticas les ofrece un escudo protector”, afirma Bequelin, quien añade: “Es una combinación de la capacidad de una gran potencia en la escena internacional para reunir su alcance diplomático —que en los países en desarrollo es mucho mayor que en muchos otros países— y los recursos que está dispuesta a invertir en estos esfuerzos”.

Valores occidentales

El personal que trabaja para el Gobierno chino se abstendrá de decir en voz alta en la ONU que los derechos humanos —sustentados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH)— son un invento occidental. Pero el Partido Comunista Chino (PCCh) en el Gobierno no tiene miedo de utilizar esa narrativa en China.

“El Gobierno chino argumenta que ideas como los derechos humanos o la democracia proceden de los países occidentales, que China tiene su propia tradición y cultura especiales, y que esos ideales de democracia liberal no se adaptan al país”, indica Teng, que califica esa idea de “irracional”.

Pero la realidad es más compleja. Hans Ingvar Roth, profesor de Derechos Humanos en la Universidad de Estocolmo, afirma que “no es justo describirlo como un documento occidental”. “Los cinco principales redactores de la DUDH no eran todos hombres blancos. En el comité de redacción había diversidad”, según Inboden. De hecho, su vicepresidente fue un diplomático chino llamado Peng-Chun Chang.

“Su papel fue muy importante. Algunas de las características clave del documento tuvieron origen en su pensamiento”, dice Roth, que ha escrito un libroEnlace externo sobre la contribución del diplomático chino a la DUDH. Según él, Chang —que entonces representaba al Gobierno de la República de China y que se trasladó a Taiwán cuando perdió la guerra civil— incorporó a la declaración elementos derivados de la antigua filosofía china. “Él quería crear este documento a la luz de diferentes tradiciones éticas”, para hacerlo lo más universal posible, explica Roth.

La alternativa china

“No creo que el Gobierno chino tenga una concepción alternativa bien definida de los derechos humanos”, indica Bequelin. El Gobierno de Pekín podría estar más inclinado a vaciar de contenido los conceptos existentes que a proponer nociones competidoras. “La posición real es que el Partido Comunista Chino ve los derechos humanos como algo incompatible con su modelo político, una dictadura de partido único”, añade.

En el Consejo de Derechos Humanos, China no siempre se ha mostrado tan franca sobre sus intenciones. Hasta 2017, el país nunca había presentado una resolución propia, que, como explica Inboden, es “uno de los principales modos de dar forma a ideas, normas y mecanismos de derechos humanos”. Y desde entonces ha aprobado varias mociones de este tipo. “Todas contienen ideas que diluyen la especificidad, la precisión y la potencia de las normas de derechos humanos”, afirma Inboden. Incluyen expresiones tomadas directamente del libro de tácticas del Partido Comunista Chino como “ganar-ganar” [win-win] o “cooperación mutuamente beneficiosa”. “Sería como si Estados Unidos, bajo la Administración Trump, introdujera resoluciones de la ONU sobre ‘Hacer América grande otra vez’”, dice Inboden

El principal cambio ha sido la percepción que China tiene de su propio poder. De ser un país en desarrollo a la sombra de Estados Unidos ha pasado —en las últimas tres décadas— a convertirse en la segunda mayor economía del mundo y quiere tener el peso geopolítico que acompaña a su creciente influencia económica.   

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A este cambio han contribuido el vacío que Estados Unidos, con el expresidente Donald Trump, creó al abandonar el Consejo de Derechos Humanos (entre 2018 y 2020), el agresivo enfoque de la diplomacia de Xi Jinping y el auge de iniciativas lideradas por Occidente que ponen el foco en cuestiones específicas de cada país.

Control de poder

China, como tal, es especialmente sensible a las críticas en un foro como el Consejo de Derechos Humanos, aunque sus decisiones no sean jurídicamente vinculantes. Para reconfigurar un orden mundial y una narrativa sobre los derechos humanos, necesita legitimidad, tanto en su país como en las instituciones de la ONU, argumentan las fuentes consultadas.

“Creo que existe la preocupación de que lo que ocurra en la ONU o lo que otros países piensen pueda reavivar ideas internas sobre la legitimidad del Gobierno chino. No tiene que rendir cuentas a través de elecciones, así que creo que sigue habiendo cierta preocupación por el poder”, afirma Inboden. El movimiento de protesta denominado “libro blanco”, que se desencadenó en China en noviembre de 2022, tras la muerte de, al menos, diez personas uigures en un incendio del que no pudieron escapar por las medidas de encierro, fue “un recordatorio de que bajo la superficie se filtra el descontento en China”, añade Inboden.

También puede persistir el fantasma de lo que sucedió tras las protestas y la masacre de Tiananmen. Como consecuencia de aquello, cayó la tasa de crecimiento de China, las empresas se retiraron del país y Pekín perdió influencia en la escena internacional. “En las condiciones adecuadas, las críticas internacionales pueden, sin duda, perjudicar los intereses nacionales de un país, tanto por los costes de reputación como en los casos en que se emplean sanciones específicas”, sostiene Inboden.

Las críticas al historial de derechos humanos de China en la escena internacional “dan legitimidad a las aspiraciones [de resistencia política] que parte de la ciudadanía china tiene. Existe la preocupación de que las normas de derechos humanos sean muy atractivas a nivel interno para una amplia franja de la población”, declara Bequelin.

Pero podría haber otra razón. “En relación con el propio sistema de la ONU y la forma en que se conducen las relaciones internacionales, China tiene ambiciones mayores. Quiere marcar el comienzo de una nueva era de relaciones internacionales dentro de la ONU, y fuera de ella, para empujarla hacia un sistema más favorable a los regímenes autoritarios”, afirma Bequelin. Para tener éxito, China necesita el apoyo de otros países. “Si China tiene una mala reputación, si pesan sobre su cabeza acusaciones de crímenes contra la humanidad, las aspiraciones, a largo plazo, de China de remodelar la ONU y las relaciones internacionales, en general, se obstaculizan”.

MÁS INFORMACIÓN del informe de la ONU sobre Xinjiang

  • En agosto de 2022, la ONU publicó su informe sobre las violaciones de derechos en la región china de Xinjiang. Su publicación se había retrasado un año, periodo durante el cual la anterior jefa de derechos humanos de la ONU, Michelle Bachelet, fue objeto de intensas presiones.
  • Bachelet llevaba tiempo buscando una visita oficial a China. Pero fue objeto de duras críticas cuando finalmente visitó el país en mayo de 2022, ya que los términos acordados nunca se hicieron públicos.
  • En octubre de 2022, China derrotó una moción liderada por Occidente para celebrar un debate sobre el informe en el Consejo de Derechos Humanos. Esta importante victoria diplomática se consideró un reflejo de la creciente influencia de China en la ONU.

Más de un año después de que la ONU publicara el informe sobre Xinjiang, sigue abierta la cuestión de si en los organismos de la ONU se le hará seguimiento. En el Consejo de Derechos Humanos, que actualmente se reúne en Ginebra, los países occidentales no parecen dispuestos a una nueva confrontación y se han abstenido de proponer —de momento— una moción para aumentar la presión sobre China. Mientras tanto, el alto comisionado para los Derechos Humanos, Volker Türk, ha señalado con sobriedad que “los problemas en Xinjiang exigen medidas correctoras enérgicas por parte de las autoridades”.

Texto adaptado del inglés por Lupe Calvo

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