
Tres generaciones y más de cuarenta años viviendo a bordo de una ‘péniche’ en el Sena
Isabel Rodríguez Ramiro
Issy-les-Molineaux (Francia).- Desde hace más de cuatro décadas, una misma embarcación anclada en el Sena en Issy-les-Molineaux, a las afueras de París, es el hogar de una familia francesa que ha pasado de generación en generación su vida a bordo.
En París, donde los precios de los alquileres son de los más altos de Europa, no todo el mundo puede permitirse un apartamento amplio.
La familia Jouve encontró como alternativa vivir en una ‘péniche’ (barcaza), en la que conviven tres generaciones: la abuela Cathy, su hija Ingrid y sus nietas Lucile y Clémence.
«Ella vive en un barco». Así, sin más, presentan los amigos de Lucile a cualquiera que la conozca por primera vez, cuenta la propia joven de 23 años a EFE.
Ella sonríe cada vez que lo oye y no es para menos: su hogar no tiene dirección postal, sino amarre.
Ingrid, que ahora tiene 48 años, llegó a este barco que ya es más que centenario cuando apenas tenía tres, cuando su madre, Cathy, decidió dar un giro radical a su vida.
Cathy y su marido estaban cansados de tener un vecino «infame» y, un día, él le propuso comprar un barco. A ella le encantó, a pesar de que le daba miedo el agua.
«Fuimos a ver barcazas y, cuando vimos esta, fue amor a primera vista», recuerda Cathy, que es propietaria de la embarcación desde hace 44 años y que incluso se casó en ella.
Ingrid creció rodeada de agua, patos y vecinos que se ayudaban como en un pequeño pueblo. «La solidaridad es total. Si a alguien le pasa algo, acuden todos, aunque sea de madrugada», explica.
Los primeros años fueron duros, sin agua corriente ni electricidad, compartían un contador entre 16 barcos y en invierno tenían que descongelar tuberías con agua hirviendo.
Hoy, en el tramo del Sena donde viven, hay otras 47 ‘péniches’ amarradas y los propietarios deben pagar cada año a Voies Navigables de France (Vías Navegables de Francia, VNF) una tarifa que funciona como alquiler del espacio.
La cantidad varía según la zona: en pleno centro de París ronda los 2.400 euros mensuales, mientras que en Issy-les-Moulineaux pagan en torno a 500. «Hace cuarenta años no se pagaba nada; empezamos en 2005. Es una diferencia enorme», precisa Cathy.
Conseguir un amarre no es sencillo: «Hay listas de espera muy largas, más de 240 barcos que esperan un sitio aquí o en París», advierte Ingrid.
Ella decidió seguir viviendo en el barco y criar allí a sus dos hijas. «Vivir con tres generaciones es una elección que funciona. Tenemos espacios amplios y entradas independientes, así que cada una tiene su privacidad. Cuando queremos, nos reunimos en la terraza», detalla.
La decisión fue también económica: «Encontrar alojamiento en París es demasiado caro y vivir con mi madre aquí también garantiza que esté animada y acompañada por vecinos y amigos».
El muelle ha cambiado mucho desde que llegaron. Cathy recuerda que, al principio, no había senderos ni lavandería, solo barro y árboles.
Ahora, por contra, el lugar cuenta con comodidades, aunque conserva sus peculiaridades: garzas que se posan al amanecer, patos golpeando contra el casco o una nutria que venía a comer por la portilla.
«Una vez un pato entró en el comedor y nos llevó horas atraparlo», ríe Cathy.
No todo es idílico. Mantener una ‘péniche’ implica gastos y trámites: inspecciones, extintores, electricidad, agua y, sobre todo, el COT, el acuerdo de ocupación temporal, que hay que renovar periódicamente.
En los años 80 y 90, vivir en una barcaza no era precisamente glamuroso.
«Cuando mi hija Ingrid era pequeña, sus amigos no querían venir, pensaban que no teníamos luz ni agua, que vivíamos como en un barrio marginal. Ahora, en cambio, se ha vuelto un lujo», admite Cathy.
Lo que más le gusta de vivir aquí, dice Ingrid, es el agua: «Da paz. Incluso los vecinos de los edificios cercanos dicen que la vista les relaja».
Lo peor, quizá, es la falta de respeto de algunos transeúntes, apuntan, ya que Cathy hizo un jardín junto al barco y tuvo que poner un cartel pidiendo que no lo ensucien. «Pero siempre hay quien deja basura o incluso hace sus necesidades», se queja.
De cara al futuro, la familia tiene un deseo claro: que la ‘péniche’ siga en manos de sus descendientes.
«Este barco es mi vida entera. Ya está decidido que pasará a mi hija Ingrid, y después a mi nieta Clémence, que no quiere venderlo bajo ningún concepto. Ojalá llegue hasta los nietos de mis nietas», sueña Cathy. EFE
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