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Suiza como mediadora en conflictos internacionales: análisis

dos hombres posando con el cartel que pone comisión neutral (en Corea supuestamente)
La misión en Corea comenzó en 1953 (pero se prolongó unos años más, esta foto es una muestra en la década de los 80). Fue el primer compromiso de Suiza con la promoción militar de la paz. Keystone / Str

Suiza ha asumido a menudo un papel de mediación en conflictos internacionales. En algunos casos, su intervención ha sido decisiva para alcanzar acuerdos de paz. Sin embargo, hoy en día el país helvético es solo un miembro más entre otros muchos.


Los ejemplos de la contribución suiza a la resolución de conflictos armados se remontan al siglo XVIII. Quizá el caso más conocido sea el de la Paz de Baden en 1714, el último de los tres tratados tras los de Utrecht y Rastatt que pusieron fin a la Guerra de Sucesión Española.

Las dos potencias implicadas en las negociaciones, Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico, eligieron la pequeña ciudad del cantón de Argovia porque estaba en territorio neutral y contaba con la infraestructura necesaria para acoger a los más de 300 delegados que pasaron allí todo el verano entre negociaciones y suntuosos banquetes.

Cuadro de Rudolf Huber
El Congreso de la Paz de Baden de principios del siglo XVIII (representado en este cuadro de Rudolf Huber) significó para Suiza el inicio de la tradición de los “buenos oficios”. wikicommons

El resultado de las conversaciones fue más bien modesto: el tratado firmado el 5 de septiembre por el príncipe Eugenio de Saboya en representación del Imperio y el marqués de Villars en nombre del rey de Francia se limitó básicamente a confirmar el acuerdo de paz de Rastatt.

Sin embargo, el episodio diplomático de Baden proporcionaría a la memoria histórica de la Confederación helvética el origen de una tradición de “buenos oficios”. No obstante, no es hasta 1848 cuando ya como Estado Federal desarrollaría el concepto moderno de país mediador que conocemos hoy en día.

Del arbitraje a la neutralidad activa

En Baden, el país helvético desempeñó el papel de anfitrión de un espectáculo orquestado por las grandes potencias en el marco de su lógica dinástica. No fue hasta la segunda mitad del siglo XIX, con la intensificación de la cooperación internacional inducida por el desarrollo tecnológico, cuando se crearon las condiciones para una política moderna de “buenos oficios”.

Suiza se convirtió en la sede de organizaciones internacionales como la Unión Telegráfica Internacional (1865) y la Unión Postal Universal (1874). En 1872, un tribunal de arbitraje internacional con sede en Ginebra condenó a Gran Bretaña a pagar una multa a Estados Unidos por suministrar buques de guerra a los estados del sur durante la Guerra de Secesión.

El llamado arbitraje de Alabama se considera uno de los acontecimientos que marcaron el inicio del papel de mediación moderno de Suiza. El conflicto entre los dos estados se resolvió por medios legales. En los años siguientes, Suiza desempeñó un papel destacado en los debates sobre la jurisdicción arbitral internacional, que dieron lugar a los Convenios de La Haya.

Si bien la Primera Guerra Mundial puso bruscamente fin a la vía del arbitraje para la resolución de conflictos, en el periodo de entreguerras Berna participó en nombre de la Sociedad de Naciones en difíciles mandatos de mediación, por ejemplo, en la Alta Silesia y la Ciudad Libre de Danzig.

También se organizaron en Suiza importantes conferencias de paz, como la Conferencia de Locarno (1925), que pretendía desactivar los conflictos de posguerra entre las potencias europeas. Por otra parte, en Lausana (1923) y Montreux (1936) se alcanzaron acuerdos sobre las fronteras de la Turquía moderna y la navegación por el Mar Negro.

Del aislamiento de la posguerra al mito de Evian

La Segunda Guerra Mundial cambió el juego. En el periodo de posguerra, las potencias vencedoras sospechaban que Suiza mantenía relaciones económicas con la Alemania nazi. Al no ser miembro de Naciones Unidas, el país alpino se vio al margen de los esfuerzos por construir un nuevo orden internacional.

Sin embargo, gracias a la sede de la ONU en Ginebra y a la labor del nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Max Petitpierre, permitió que Suiza volviera a implicarse más y recuperó poco a poco la presencia internacional.

Max Petitpierre y Winston Churchill
Max Petitpierre y Winston Churchill en el castillo de Allmendingen, cerca de Berna, el 19 de septiembre de 1946. Keystone / Str

Sin duda un importante reconocimiento del papel de Berna fue su participación en 1953 en la misión de mantenimiento de la paz y vigilancia neutral de la línea de demarcación entre las dos Coreas. Pero eso no es todo. Suiza también acogió la conferencia de Indochina en 1954 y la primera cumbre entre las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial en 1955.

Pero la operación que más contribuyó al prestigio de los “buenos oficios” de Suiza fue sin duda su papel de mediación en la fase final de la guerra de Argelia.

Llevado a cabo en 1960 por el gobierno provisional de la República Argelina y con la aprobación de Francia, Berna inició una comunicación entre los beligerantes. Posteriormente, participó en las negociaciones de alto el fuego en Argelia, sancionadas por los Acuerdos de Evian. Los emisarios argelinos residían en Suiza y parte de las conversaciones con sus homólogos franceses tuvieron lugar en suelo suizo.

Al éxito de Evian, que se ha convertido en una especie de mito de los “buenos oficios” suizos, le siguen, sin embargo, una serie de fracasos en los intentos de mediación en Afganistán, en la Sudáfrica del apartheid y durante la Guerra de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina. Por otra parte, Ginebra acogió una cumbre entre el presidente estadounidense Ronald Reagan y el líder soviético Mijaíl Gorbachov en 1985.

Buscando la paz en un mundo multilateral

El final de la Guerra Fría, del que la cumbre de Ginebra fue un primer signo, abrió una nueva fase en las relaciones internacionales, marcada por un papel cada vez más importante de los organismos multilaterales en los “buenos oficios”. Para Suiza, se trataba de reorientarse en un mundo que cambia rápidamente.

Atribulada por las complejas relaciones con la Unión Europea y por el debate internacional de los años 90 sobre su papel durante la Segunda Guerra Mundial, Berna intentó de nuevo abrirse camino mediante una política exterior más activa, pero en un contexto de cooperación multilateral.

La diplomacia suiza logró algunos éxitos importantes, como la firma en 2002 en el Bürgenstock, cerca de Lucerna, de un acuerdo de alto el fuego en el conflicto de los Montes Nuba en Sudán.  En 2009, gracias a la mediación suiza, Turquía y Armenia firmaron los Protocolos de Zúrich, cuyo objetivo era normalizar las relaciones diplomáticas entre ambos países. Sin embargo, los acuerdos siguen siendo papel mojado.

Otras iniciativas de paz de Suiza en la década de 2000 se refirieron, con resultados dispares, a los conflictos de Nepal, Burundi, Colombia y la isla de Chipre. Los esfuerzos suizos en el conflicto palestino-israelí (Iniciativa de Ginebra) tampoco lograron tener un efecto duradero, provocando incluso la irritación de Israel.

En cambio, la diplomacia suiza logró un resultado positivo en 2019 tras años de negociaciones con el acuerdo de paz entre el Gobierno y los rebeldes en Mozambique.

Un miembro más entre muchos otros

No obstante, la intensa labor de mediación llevada a cabo por la diplomacia suiza no debe llevarnos a sobrestimar el papel de Suiza en la promoción de la paz.

Hoy en día, la mayor parte de los esfuerzos por resolver los conflictos mediante la negociación tienen lugar en el marco de Naciones Unidas y otros organismos internacionales. Un ejemplo de ello fue la actuación de Suiza durante el primer conflicto en Ucrania en 2014, cuando Berna ocupaba la presidencia rotatoria de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).

Suiza es un miembro más entre otros muchos, con una diplomacia multilingüe y bien preparada y un amplio savoir faire. Pero a menudo se resiente de su aislamiento internacional: aún menos que en el pasado, los “buenos oficios” pueden compensar hoy la necesidad de alianzas sólidas.

Editado por David Eugster

Adaptado del alemán por Carla Wolff

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