El antiguo entrenamiento de guerreros iraníes que llega hasta nuestros días
Jaime León
Teherán, 18 nov (EFE).- Durante siglos fue un entrenamiento para guerreros de la antigua Persia y hoy las “zurkhaneh” -casas de fuerza- perviven como una disciplina que aúna ejercicio físico y fervor religioso en Irán.
Mezcla de gimnasia, aeróbic y malabares, la “zurkhaneh” tiene una historia de al menos 600 años. En el Irán moderno se enfrentan a la competencia de los gimnasios modernos, preferidos por los jóvenes.
En la “zurkhaneh” Shir Afkan, en el sur de Teherán, una veintena de hombres balancean enormes mazas de varios kilos de peso en un pozo octogonal, característico de todas las casas de fuerza.
Poco después, uno de ellos comienza a realizar una suerte de danza o aeróbic moviéndose sobre la punta de los pies y dando vueltas sobre sí mismo, mientras los demás deportistas le observan en círculo dentro del pozo.
Todo ello, al ritmo frenético marcado por un tambor.
“Ese ejercicio era para calentar antes de una batalla”, explica a Efe Mayid Masumí, dueño de la “zurkhaneh”, que abrió su padre hace un siglo.
A sus 73 años, Masumí comenzó a practicar este deporte a los cuatro y regenta la casa de fuerza desde hace décadas.
El antiguo gimnasta explica que los instrumentos de esta disciplina eran armas en la antigüedad: mazas, pesados escudos que se levantan tumbado o unas piezas de metal que se asemejan a arcos.
“Este deporte fue un entrenamiento para los guerreros”, afirma.
ORÍGENES
Las primeras referencias a las “zurkhaneh” se remontan a la dinastía safávida (1501-1736), pero se estima que son mucho más antiguas ya que aúnan elementos preislámicos, pertenecientes al zoroastrismo, la religión predominante en Irán hasta la llegada del islam en el siglo VII.
Con el tiempo esta práctica se convirtió en un entrenamiento para civiles, en espectáculo público y en una competición que se realizaba ante los reyes.
Hoy es un ejercicio fuertemente ritualizado y lleno de tradición: la puerta de la casa de fuerza es muy baja para obligar a bajar la cabeza al que entra “para evitar la arrogancia, el orgullo y el egoísmo”, según Masumí.
Cada vez que un gimnasta entra en el pozo debe tocar el suelo con una mano, que besa después.
Al iniciar unos malabares o una danza, los gimnastas jóvenes debe saludar al jefe de la “zurkhaneh” con una rodilla en el suelo y saludar a los demás deportistas.
RELIGIÓN
Y por supuesto, la religión forma hoy parte también de la disciplina.
Los deportistas saludan a Mahoma y entonan los nombres de los imanes del chiísmo, secta islam prevalente en Irán, además de rezar en el pozo.
“Saludamos a Mahoma quizás unas 30 veces durante una hora de entrenamiento. Cada movimiento es un saludo a Mahoma”, dice a Efe Hosein Peikanfar, vecino de Teherán de 65 años.
Peikanfar, que lleva más de cuatro décadas practicando este deporte, explica que celebran festividades religiosas en la casa de fuerza con el canto de himnos y rezos.
Además, existe la creencia de que si se piden deseos en el pozo se cumplen. Por ello, a veces se acercan personas a pedir a los gimnastas que recen para pedir la curación de un enfermo o la solución de un problema.
“Muchas veces nos dan un pañuelo con el que nos secamos el sudor de las caras y después ese pañuelo se pasa por la cara de enfermo para que se cure”, afirma Peikanfar.
“Y la gente se cura”, sostiene el deportista.
Masumí, el propietario de la casa de fuerza, apunta que los practicantes de tradición suelen ser personas muy religiosas.
“Todos los que están aquí son de grupos religiosos: todos rezan, hacen ayuno en el Ramadán, se dan latigazos en las ceremonias de luto por los imanes”, explica Masumí.
Y por ello, cree que no son muchos los jóvenes atraídos por esta tradición. “Los jóvenes tienen otros gustos, se interesan por el esquí o los bolos”, afirma.
Pero quizás por ese aspecto religioso el teocrático Gobierno iraní ha fomentado en las últimas décadas las casas de fuerza con la apertura de docenas de ellas.
Aún así Masumí no se siente optimista. Su casa de fuerza fue inaugurada por su padre hace un siglo. Su hijo toca el tambor durante los entrenamientos y su nieto de siete años práctica el deporte.
Pero la casa de fuerza vive de las donaciones de los participantes. Además, Masumí abrió un gimnasio moderno que con unas 200 personas a la semana duplica el número de asistentes a la casa de fuerza, ambos situados en el mismo edificio.
“Cuando muera es posible que mis hijos la cierren y dediquen el espacio a otra cosa. Eso ya ha pasado con otras casas de fuerza”, se lamenta Masumí. EFE
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